El Último Hechicero

Capítulo 3

En realidad, si había algo a lo que Lyre Hart temía, era no sólo al futuro del reino de Babhur, sino también al destino de su hijo Sullivan. Tenía miedo de perderlo, pues cada vez él estaba más cerca de la verdad. Por más que haya tratado de ocultárselo por tantos años, parecía que el destino se encargaba de trazar giros inesperados en su camino que le indicaban por qué era tan especial. Además, ese mismo destino le brindaba señales cada vez más evidentes que podrían hacerle notar su verdadero origen. Lyre debía tener cuidado con esas señales; un paso en falso, y podría perder a su hijo para siempre.

El futuro del reino le inquietaba en gran medida, porque él ya no se sentía tan fuerte y vigoroso como antes. Ninguno de los comerciantes, que también ejercían gran influencia sobre la toma de decisiones en el reinado, sabían de su actual estado. Durante bastante tiempo pensó que había hecho bien en instruir a Wheeler de pequeño. Sin embargo, sabía últimamente que se equivocaba en dejar el reino en manos de su hijo más joven; pero, si instruía a Sullivan, este se hubiera dado cuenta de inmediato de que no pertenecía a aquel lugar. Su hijo era un hombre muy sagaz e inteligente y no tardaría en atar cabos sueltos respecto a su origen. Quería pasar sus últimos tiempos en paz y disfrutar de la prosperidad relativamente estable de su reino.

No obstante, en el fondo de su corazón, sabía cuánto mal hacía. Conocía de sobra a Wheeler y reconocía con disgusto cuán ambicioso y cruel era. Siempre se había esmerado por demostrar, a pesar de sus obligaciones, su afecto a partes iguales, pero para Wheeler, nunca sería suficiente. Sus quejas eran constantes al igual que sus sospechas acerca de Sullivan. Nunca pudo lograr ser un mediador pacífico entre ambos y lamentaba el odio profundo que se cernía entre ellos.

Lyre, sentado en su sillón, todavía se sentía culpable por haberle mentido descaradamente a Sullivan. Por supuesto que le creía. Siempre solía escuchar las aventuras de su hijo con beneplácito, aunque lamentaba que sus tareas le impidiesen compartir más tiempo juntos. Sullivan era muy atento y servicial, y reconocía que lo había descuidado por instruir aún más a Wheeler. «Si estuvieras aquí, Demelza» pensaba Lyre. «Me serías de tanta ayuda...».

Todavía recordaba la decepción en los ojos de su hijo cuando le respondió que no le creía. Una punzada de dolor amenazó su garganta ahora que recapacitaba. Sin embargo, en aquel momento prefirió callar, continuar ocultándole la verdad, sólo que no sabía hasta cuándo podría hacerlo, o hasta cuándo Sullivan no se daría cuenta.

Lyre se encontraba perdido en una verdadera encrucijada... ¿Debería continuar mintiéndole a Sullivan acerca de su verdadero origen? ¿O revelarle la verdad y atenerse a las consecuencias que podría causar tan reveladora confesión? Esta situación era demasiado angustiante para él, tanto que aferró sus manos y brazos con mayor fuerza al sillón.

Podía recordar como si fuera ayer cuando él y Demelza encontraron aquella cesta que cargaba a aquel pequeño bebé. Era tan callado y calmado; un mechón de cabello rojo apenas alcanzaba a cubrir su cabeza. ¿Quién sabe cómo pudo haber llegado a parar a sus tierras? Demelza, por aquel entonces, no podía concebir un hijo y se había encariñado tanto con él... El mismísimo corazón del rey se ablandó de ver a tan tierna criatura. Decidieron adoptarlo y criarlo como si fuera suyo.

Lyre negó rápidamente con la cabeza. No iba a perderlo. Eso estaba decidido. No haría ni diría nada que perjudicara a los demás. Eso, si el tiempo se lo permitía, pues su enfermedad restaba sus fuerzas y avanzaba a pasos agigantados.

*****

Después de un merecido baño, buena comida y un largo descanso, Sullivan se hallaba completamente recuperado a la mañana siguiente, por lo que se dirigió al trabajo. De camino al bosque, recordó que su hacha se había quedado por allí en alguna parte y estaba convencido de que Nelson la tendría consigo. Por lo tanto, iba hacia a su casa para ver además con qué tareas se encontraría en el bosque.

Cuando llegó allí, no necesitó buscarlo por todos lados, pues estaba en el corral recogiendo huevos.

—¡Nelson!

—Buenos días, Sullivan. ¿Cómo estás?

—En plena forma. Supongo que tenemos trabajo.

—Ayer entregué las últimas vigas que requerían en el Odeum. También consulté y toda Babhur tiene leña suficiente para resistir el frío invierno.

—¿Quieres decir que no hay trabajo? —se inquietó arqueando las cejas.

—Nada de eso, muchachón —se burló y emitió una corta risa—. Ahora están buscando gente interesada para arreglar el Odeum. Quieren que esté remodelado cuanto antes para el estreno de nuevas funciones. Yo que tú, me pasaría por allí.

—Gracias por el dato. Le echaré un vistazo. Por cierto, ¿sabes dónde dejé el hacha?

—Pasa por la entrada. Está allí.

En cuanto Sullivan la vio, la cargó en su mochila. Sabía que el hambriento Barnes recién desayunaría así que mejor lo dejaba a solas.

Mientras transitaba por el bosque, pensaba en esa oferta de trabajo y reconoció que se sentiría bien consigo mismo trabajando en el gran teatro. Era un edificio antiguo y bien valioso que esperaba esa reconstrucción por varios años. Ya era hora de que se hiciera algo al respecto. Cuando llegó al Odeum, se fijó en el mal estado en que se encontraba. Esos cimientos apenas podían sostenerse por sí mismos.

Todavía podía recordar cuando era demasiado pequeño, apenas un crío, y su madre lo llevaba a ver algunas funciones. A ella solían encantarle los espectáculos de humor, que reconocía, eran sumamente divertidos. No obstante, a él, le encantaban los shows de magia; casi parecía real, sólo que no lo era. Le encantaban los colores, el humo, las desapariciones, el fuego y los vítores del público. «Qué nostalgia» pensaba Sullivan viendo hacia aquel edificio en ruinas.

—¡Eh, tú! ¿Piensas trabajar? —se presentó ante él el capataz alejándolo de aquellos recuerdos.




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