El Último Hechicero

Capítulo 8

«Generalmente era Wheeler a quien rondaban las jovencitas de Babhur. No era ese su caso, ¿o ahora sí?».

Se sintió tan sorprendido que sus ojos aún miraban hacia la dirección que tomó la señorita Hayhurst, quien había huido de la escena como si hubiese visto algo de lo que luego se arrepentiría. Su acompañante en los jardines también se encontraba mirando hacia allí.

—¿Habrá necesitado algo?

—Tal vez se perdió —respondió Fey—. Este castillo es más grande de lo que imaginé.

—¿Quieres dar un paseo?

—Mejor retomamos donde lo habíamos dejado —dijo coqueta jugueteando con el cuello de su camisa.

—Nada de eso, señorita Fey —retiró sus manos de él—. Me parece que estás ebria.

Una carcajada brotó de ella.

—¿Yo, ebria? Yo no estoy ebria.

—¡Tienes sabor a vino!

—¡Tú también!

—Pero no estoy ebrio.

—Entonces, digamos que yo tampoco —repuso Fey para luego sentir un tembloroso escalofrío.

—¿Por qué no regresamos al gran comedor? Está frío aquí afuera —propuso sintiendo la ligera brisa que envolvía a los coloridos arbustos del jardín.

—Claro —accedió sonriente tomándolo del brazo.

La joven pareja se encaminó por el patio hasta ingresar al gran comedor del castillo. Un aire risueño acompañaba a Fey. No imaginaba que Wheeler tuviera un hermano tan guapo y además caballeroso. «¿Dónde lo tenía escondido?» No se parecía en nada al rey ni a Wheeler. «Habrá salido a su madre» pensaba Fey. Sólo que ella nunca llegaría a saber que tampoco tenía parecido alguno con Demelza, cuyos cabellos fueron castaños y rizados.

De repente, todas las miradas se posaron en Sullivan y Fey tomados del brazo. La sorpresa era evidente en los rostros de los presentes. Lyre miraba a la peculiar pareja y se sintió satisfecho de que ahora sus dos hijos aprovechen de su juventud. Era la única mirada honesta entre los presentes, porque ni siquiera la de Maya, era la apropiada para la ocasión. Esas otras miradas reflejaban, además de la sorpresa, en algunas, cierto aire de indiferencia y, una en particular, ¿decepción?

A Fey le encantó el rubor que se manifestó en la cara de Sullivan, quien se puso así al ver la exposición que estaba teniendo en ese momento. En ese instante, Wheeler propuso lo siguiente:

—Propongo un brindis.

—¿Por qué o por quién, hijo? —preguntó Lyre.

Wheeler miró a su padre y a su hermano, sirviéndose una copa.

—¡Por los Hart!

Los demás se sirvieron y bebieron. Para Lyre no pasó desapercibido el gesto de Sullivan quien evitó que Fey continuara bebiendo.

«Cuanto había cambiado su hijo» se dio cuenta Lyre. Ya no desperdiciaba su valioso tiempo en aquella taberna. Estaba orgulloso de ese cambio en particular y de que estuviese más sociable. Si tan sólo hubiese sido digno de heredar el reino, él lo hubiese entrenado con el mayor esmero. Un reino que quedaría en manos de Wheeler.

En una fracción de segundos, un criado ayudaba a Sullivan a sostener a su padre. El rey se había desmayado. Con Lyre en sus brazos, Sullivan reconoció que su enfermedad iba de mal en peor.

Wheeler observó a su padre, quien se había desmayado. Desde hacía tiempo venían siendo muy notorias tanto su palidez como su delgadez. Muchas sospechas comenzaban a formularse en su mente.

Sullivan y el criado procedieron a retirarlo para dejarlo en su habitación. Trataron de acomodarlo lo mejor posible sobre la cama y, cuando Sullivan iba a retirarse, Lyre volvió en sí.

—Lo siento —dijo con la voz un poco apagada agarrando su mano.

La sintió helada y se dio cuenta de que pronto el cansancio iba a vencerle.

—Por favor, padre. Descansa —pidió viéndolo dormirse.

Sullivan salió de la habitación de su padre al igual que el criado dejándola completamente a oscuras. Ambos regresaron al gran comedor. Allí, el criado junto a otros, comenzaban a ordenar y a organizar las labores de limpieza.

Sullivan vio a Wheeler preparándose para irse de allí. Sintió una enorme indignación ante su conducta.

—¿Se puede saber a ti qué te pasa? —preguntó Sullivan enojado, tomándolo del brazo.

—Suéltame —respondió—. Me voy durante un rato.

—Así es cómo le agradeces la fiesta que hizo en tu honor —le soltó bruscamente del brazo.

—Sólo necesito distraerme un poco.

—¡No puedo creer que te vayas! —alzó un poco la voz manifestando un total desacuerdo.

—No todos los días se cumplen años, Sullivan —respondió Wheeler con una sonrisa.

Se marchó con su novia, Wisym y algunos de sus amigos. Los demás quedaron estáticos al presenciar tal discusión. Se escuchaba el andar de los carruajes, y en unos momentos, eran pocos los que quedaban en aquel cumpleaños. Sullivan pasó del enojo a la tristeza. Su furia comenzó a disminuir al comprender cómo su padre quería y lo era todo para Wheeler. Sin embargo, él no podía evitar salir de juerga con sus amigos.

—Lo siento por tu padre, Sullivan —se lamentó Conrad.

—Espero se recupere pronto —añadió Judy.

—Gracias —se limitó a decir un cabizbajo Sullivan.

—Ya es tarde y es hora de llevar a mis hermanas a casa. ¿Nos vamos? —les preguntó.

Judy asintió.

—Adiós, Sullivan.

Conrad estrechó con cortesía su mano.

—Hasta luego. Cuídate mucho.

—Cuídense y que tengan un buen regreso —deseó Sullivan.

Fey esperaba detrás para despedirse mientras sus hermanos se dirigían al coche.

Sullivan la miró y sonrió.

—Espero que nos volvamos a ver muy pronto. Me agradó conocerte.

Sullivan emitió una risita ante tal comentario hasta que Fey depositó un beso en su mejilla.

—A mí me agradó también.

—Adiós, Sullivan.

Él la observó alejarse corriendo para poder alcanzar a sus hermanos y se quedó parado en el lugar. Una sonrisa se formó en su rostro. Fey le había caído bien ya que le pareció sincera, graciosa y le habían gustado sus ocurrencias. En verdad lamentaba que la noche haya acabado así y esperaba alguna vez poder volver a verla.




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