Sullivan se encontraba nuevamente en su refugio a las orillas del estanque donde pasaba sus días. Durante el escape de aquella laguna, sufrió leves cortes en su cuerpo producidos por los espinosos arbustos del camino, ya que había olvidado que no contaba con su forma licántropo. Cansado, después de tan severa transformación, y tenso, luego de ese inesperado encuentro con Maya, decidió recostarse sobre su manta. Antes de dormirse no pudo evitar pensar en ella y en que volvió a encontrársela, cuando el lugar que le correspondía debía ser en el castillo al lado de Wheeler.
En los días posteriores al suceso que tuvo con la fogata, Sullivan comenzó a descubrir que era muy sensible al fuego y a su presencia. «¿Cómo no me había dado cuenta antes?», no pudo evitar preguntarse. Las llamaradas que se propagaban con el combustible en el Odeum, las antorchas avivadas por el viento durante aquella tormenta de camino al castillo y la última reacción con su propia fogata, sólo eran señales indiscutibles de que algo ocurría y sólo había una forma de probarlo.
Se concentró mirando a la llama que ardiendo parecía atraerlo. Se paró del suelo y puso sus manos a una distancia prudente. Comenzó a sentir esa misma quemazón que experimentaban sus manos como en episodios anteriores. Sólo que ahora era consciente de lo que se trataba y ya no tenía miedo. Las chispas comenzaron a aparecer y se oía el crepitar de la leña que se quemaba. Sullivan comenzó a mover torpemente sus manos y, descubrió que, con cada movimiento, incrementaba el fuego, por lo que estaba explorando lo que era capaz de hacer. Ahora ya no tenía dudas de que sí tenía ese poder que tanto había negado. A los minutos siguientes se encontraba manipulando el fuego de su propia fogata a su antojo. Se sorprendió de la altura que llegó a desarrollar la fogata que ahora era una impresionante hoguera. El espeso humo negro se desplazaba por el cielo a gran velocidad mientras Sullivan jugaba con su poder. Cuanto más insistía, nuevas cosas descubría. Fue capaz de tocar el fuego y descubrir que no le hacía daño, y no sólo eso, tenía la capacidad de crear bolas de fuego. Cuando llegó a elaborar una, se sorprendió e hizo otra. Reía con libertad, sus hombros se relajaron al igual que su mente y esbozaba una sonrisa después de mucho tiempo, al comprobar su poder, y se puso a hacer malabarismos hasta que una de las bolas de fuego se le escapó y fue a parar a los pastos. Allí donde impactó, esta dejó la hierba seca. Dio un respingo de asombro al ver lo que había causado junto a una carcajada y la otra bola de fuego la apagó cerrando el puño de su mano.
—Increíble...
Admiró la imponente hoguera y se propuso extinguirla. Mientras terminaba de apagar la hoguera con agua extraída del estanque, imaginó voces y pasos acercándose. «Seguro es el viento» pensó. Durante días soñó y tuvo pesadillas en las que daban con su paradero, pero había dejado ese miedo atrás, sin embargo, las voces se volvieron más audibles y reconoció de entre ellas, una en particular.
Sus ojos se abrieron exorbitantemente y la sorpresa lo impactó de lleno cuando distinguió a Mera, la mujer de la cantería para quien trabajaba, que se acercaba junto a dos extraños.
—Ahí está, es él —lo señalaba con uno de sus dedos.
Ella recibió una bolsa con monedas y se marchó con ligereza del lugar. Sullivan estaba tan paralizado de haberla vuelto a ver que no podía ni siquiera reaccionar. Estaba ajeno a los dos sujetos, quienes se acercaron e intentaron llevárselo, pero él rápidamente se resistió. A pesar de su débil estado, no fue fácil para ellos, por lo que tuvieron que recurrir a un fiero golpe que le hizo caer arrodillado.
—Déjenme verlo —pidió una voz femenina que a Sullivan se le hizo demasiado familiar.
Los dos extraños lograron sujetarlo uno a cada lado y lo inmovilizaron. Sullivan levantó su mirada y se asombró de ver nuevamente a Maya. Ella lo miraba con sorpresa hasta que su expresión cambió y la furia comenzó a dominar sus ojos azules. Se adelantó algunos pasos hacia él, aún con su persistente mirada gélida y abofeteó a Sullivan haciéndole girar la cabeza.
—Estúpido pervertido —pronunció con rabia al darse cuenta de lo expuesta que estuvo frente a uno de los Hart.
Sullivan soportando el ardor de tan brusco movimiento, dirigió su vista al frente y ella expuso un trozo de algún trapo. «¡La tela rugosa de su pantalón!». Lo había descubierto. Furiosa revuelve detrás de su espalda y extrae una ligera maza. Lo último que recuerda es la fría expresión de sus ojos cuando en el aire sujetó esa arma. Ni siquiera sintió el impacto porque fue entonces que sus ojos se apagaron y lo vio todo negro.
Sus párpados comienzan a abrirse lentamente, pero cree que es el cansancio el que lo obliga a cerrarlos nuevamente. Creyó haber visto a Maya en una laguna, y no sólo eso, también vio a Mera. Unos ligeros calambres le exigen despertar de una vez y siente sus brazos y piernas inmovilizados. Examina con velocidad a su alrededor e intenta sacudirse comprobando que está fuertemente suspendido de una enorme cadena del techo que hace vibrar todo allí donde se encuentra atrapado en lo que parece ser un antiguo calabozo. Todo está herrumbrado y apenas puede distinguir con la luz que ingresa por dos ventanas: una mesilla oxidada con una silla a su izquierda. Continúa explorando a su alrededor y un escalofrío le recorre el cuerpo, no sólo allí donde su piel hace contacto con el frío hierro de los grilletes, sino que también se le erizan los vellos y sufre un sobresalto al ver armas, de entre las que destacan hachas, mazos, látigos, martillos y puñales, todos peligrosos y de distintos tamaños.
«¿Cómo es que llegué aquí?». Con esa simple pregunta, puede recordarlo todo. «¡Esos sujetos!». El temor comienza a preocuparlo al darse cuenta de su vulnerabilidad y lo compleja que es su situación: solo, débil, hambriento y capturado. En ese momento se acuerda de Mera señalándolo. Ella había dado con su paradero. ¿Desde cuándo sabría dónde se encontraba escondido? Pero, sobre todo: ¿cómo hizo para encontrarle? Sullivan se pone a reflexionar y reconoce que el humo de las tantas veces que insistió desarrollando sus habilidades con la fogata pudo haber llamado la atención. Si no fue ella, tarde o temprano serían otros los que lo habrían encontrado. Un suspiro se le escapa e imagina que hubiera sucedido si lo encontraba alguno de los soldados de Wheeler. Al final, Nelson tenía razón. Mera no sólo no era de fiar, sino que era bastante peligrosa. Por su culpa ahora se encontraba atado a cadenas y quien sabe por cuánto tiempo.
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Editado: 26.04.2024