El Último Hechicero

Capítulo 22

Era el primer festejo que presenciaba en la Catastrófica Casa de Llamas. Una fecha muy especial acontecía ese día. Cleantha cumplía años.

Su cumpleaños era sencillo al igual que el de todos allí en la cueva. Cleantha estaba en la cabecera de la mesa y, al lado de ella, su padre y Sullivan. El tono animado de las conversaciones le alegraban los oídos. El comedor estaba bien iluminado y un delicioso aroma a comida había alrededor. Reunidos alrededor de la mesa, degustaban el típico platillo de todos los días. Sólo una torta adornaba el centro de la mesa y Fredic era quien se encargaba de mezquinarla azotando el dedo travieso de algún que otro niño que se aproximaba, y por qué no, también del propio Sullivan.

Se sentía muy a gusto aquí con los suyos y no con la opulencia y elegancia con que se vivía en el castillo. Por fin había descubierto su lugar en el mundo. Un ligero rubor cubrió las mejillas de Cleantha al escuchar la canción de cumpleaños dedicada hacia ella. Todos cantaron y él, también avergonzado, recitó los versos de la canción. Luego, brindaron por su hermana. La bebida espumosa le quemó la garganta y le hizo arder hasta las orejas. A su lado, Nara se burló y él se sonrojó. Cleantha fue la primera en probar una porción de la gigante torta de chocolate. Luego, fueron sirviéndoles a los más pequeños hasta que todos contaban con su propia porción. No podía recordar cuando un evento así le había sacado tantas sonrisas genuinas.

Unos minutos después, Sullivan salió afuera de la cueva a dar un paseo. Era increíble que alguna vez hubiera querido huir de sus orígenes. Suspiró feliz mientras oía sus propios pasos pisar la hierba y oía el canto de los grillos. El oscuro cielo estaba cubierto y la temperatura a esas horas era bastante tolerable. Se alejó y descubrió los rosales algo secos debido al sofocante calor del día. En el interior de la cueva eso ni siquiera se percibía, ya que, debido a su estructura, el ambiente allí dentro se mantenía siempre fresco. Percibió el aroma de las flores que le llegaba con la brisa, aunque silvestres, muy perfumadas.

—Hola —escuchó saludar a Nara.

Se giró y abrió grande los ojos. Aunque nunca escuchara sus pasos, ya que tenía asimilado que era una gran espía, no imaginó que lo siguiera hasta los descuidados jardines alrededor de la cueva.

—Hola —apenas pudo decir.

—Quería disculparme contigo —anunció ella con seguridad.

—No tienes por qué —dijo Sullivan sonriendo.

—En serio —asintió ella situándose a su lado. Ambos miraron hacia las nubes—. Lamento... —comenzó a decir—: Escucha, lamento de verdad haberte golpeado ese día en el bosque —se disculpó observándolo.

—No hay problema —aseguró él, evitando encontrarse con su mirada—. Todos cometemos errores. Fue un error.

—No —negó ella y agregó susurrando—: Fue cruel.

—Si quieres mi perdón, lo tienes —aseguró él viéndola—. Te perdono —dijo posando una mano en su hombro.

—¿En serio?

—Claro. También cometí errores —dijo él, sacudiéndola y liberándola de su asombro.

Comenzó a caminar de regreso a la cueva con ella.

—¿A qué debo tu presencia?

—Tan sólo quiero conocerte —confesó ella y el rubor se reflejó en su rostro.

—Bueno. Lo cierto es que yo confío en ti —declaró Sullivan con las manos en sus bolsillos y continuó—: Pero no conozco nada de ti.

—Es cierto. Sé todo sobre ti.

—Créeme. Lo sé.

Ambos se sonrieron y continuaron caminando mientras miraban el piso.

—¿Cómo puedes conocerme? —preguntó ella—. No sé me da bien hablar con otros si no es por una misión.

—Pues... —Sullivan pensó—, podrías presentarte.

—Bueno —asintió—. Aquí voy —ella suspiró—. Me llamo Nara Maya Hayhurst y mi color favorito es el azul y... y... —se trabó y no pudo seguir hablando. Sullivan rio—. Ay, déjalo. Soy patética.

Sullivan volvió a reírse, pero esta vez con más ganas.

—Pues así se empieza. Ven —pidió haciéndole señas—. Regresemos a la cueva.

Sullivan se encaminó a la entrada y Nara se quedó atrás.

—Y te confieso que... que... me gustas desde la primera vez que hablé contigo.

Sullivan se detuvo y ella corrió hasta quedar frente a él.

—Es la verdad —dijo sonriendo.

La miraba atento sin perder detalle de cada uno de sus rasgos. Ella le dedicó una sonrisa y él se quedó sin habla. Sus ojos brillaban tanto que lo encandilaban. Sentía el calor en sus mejillas y temió que ella se diera cuenta de cuán avergonzado, pero a la vez fascinado estaba con su confesión.

—Lamento haberte hecho daño, pero es que mi único hermano fue asesinado por alguien del castillo y dudé de ti —se lamentó tocando su mejilla.

—¿Tenías un hermano? —preguntó Sullivan. No podía ignorar que su muestra de afecto hizo que se le acelerara el corazón.

—Sí —asintió—. Juré que vengaría su muerte.

—¿Y por qué andabas con Wheeler? —al instante lamentó haber preguntado eso. Ella se alejó bruscamente.

—Estaba reuniendo información —dijo desviando la mirada—. Esto es algo muy importante para mí.

—¿Dudabas de mí? —preguntó Sullivan.

—De todos —respondió con seguridad—. Pero cuando supe que andabas por Dock Ward... yo me enojé mucho y creí que venías a espiarnos —dijo con sus ojos humedeciéndose.

—No llores... —pidió Sullivan viendo sus ojos.

—Fue Mera, la señora para la que trabajabas, quien me dijo dónde estabas —sollozó—. Yo me arrepiento... juro que jamás imaginé y aún me culpo porque no sabía... —dijo ocultando su rostro entre sus manos.

—Tranquila... —la interrumpió Sullivan acercándose. Le puso una mano en el hombro.

—Es que si yo hubiera sabido que no eras un Hart... —añadió descubriendo su rostro—. Si lo hubiera sabido... —Sullivan le acarició la mejilla y secó sus lágrimas.

Acunó su rostro y la miró a los ojos perdiéndose en sus esferas azules. Con sus pulgares comenzó a trazar círculos sobre sus mejillas y se sintió seguro cuando ella desvió la vista a sus labios así que se acercó a ellos. Cerró los ojos y le rozó los labios sintiéndose además hechizado por el aroma de sus cabellos. Ella le devolvía los lentos besos que él le ofrecía. Sus labios rellenos se volvieron irresistibles y no quería alejarse de ellos ni para respirar. Ella le rodeó el cuello con los brazos y él le acarició el sedoso cabello que se escurría entre sus dedos. Se sintió feliz y con ansias de más. Se separó a unos centímetros de ella.




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