Adam vio cómo su hermano salía de la carpa de la chica. Apostaría sus últimas monedas en que estaba por avisar a Gabriel.
Giró sobre su propio eje y detuvo uno de los ataques de lanza que Deméter lanzó contra él. No sabía porque al hombre le gustaban tanto las lanzas, siempre terminaban hechas trizas en los entrenamientos contra él o contra su hermano. Aunque en batalla, Deméter era tan letal como cuando Abel no estaba peleando en serio.
Deseó reírse de ese pensamiento.
―Es suficiente― dijo Adam en voz alta, esquivando otro ataque, aún estando distraído―. Perdiste desde el momento en que elegí el campo de batalla.
El hombre rechinó los dientes y lanzó un nuevo ataque contra Adam. El chico puso los ojos en blanco y de un rápido movimiento esquivó la pica, dio dos pasos hacia atrás, sacó la daga de su cinturón y partió la lanza en dos partes, dejando a Deméter totalmente atónito. Eso sucedió en muy poco tiempo, pues ya tenía preparado todo en su mente, incluso antes de que sucediera.
Adam, ya harto de estar practicando, le quitó lo restante del arma a su compañero.
Deméter levantó las manos en señal de rendición.
―En el campo de batalla no hay piedad― dijo Adam―. No hay nada más que sed de sangre ¿Recuerdas?. En una pelea de verdad ya estarías muerto.
El hombre asintió.
―Ya empiezas a sonar como Abel― le reprochó.
Adam sonrió y resopló.
―Sí, como no. Ahora viene la lección sobre lealtad y todas esas porquerías.
Ambos soltaron una risa. Deméter le dio una palmada en la espalda y juntos caminaron hacia donde todos se reunían en torno a la fogata.
El guerrero rubio de dio cuenta de que su hermano ya había vuelto a la carpa acompañado de Gabriel.
― ¿Qué haremos con la zorra?― preguntó Merion.
―Por mí que se la den a las bestias del bosque― replicó Esbirrel.
― ¿Y haber pasado por todo eso sólo para abandonarla?― ironizó Adam.
―Hay que matarla― dijo Taisha mientras escupía en el suelo―. Solamente nos traerá problemas. Ya hemos perdido a más de la mitad del ejército y eso que aún no cruzamos el bosque.
A pesar de que era la única mujer del grupo, la única fémina que había sido tan fuerte como para lograr unirse a los Guerreros de Elite, a pesar de eso, ella era la más maleducada, tosca y poca femenina mujer que Adam había conocido.
Por ese motivo no intentaba nada con Taisha... bueno, también porque tenía miedo de amanecer sin su hombría. Esa chica estaba completamente loca y nada ni nadie la haría cambiar nunca.
Taisha tenía una parte de su cabeza rasurada y en la otra su cabello colgaba hasta su cintura tejido en una trenza muy gruesa de color negro azabache. Sus ojos eran muy grandes y de color marrón, su piel morena y quemada por el sol.
―Como sea― respondió Adam mientras hacía tronar su cuello―. No vamos a poder matarla o abandonarla.
― ¿Y por qué no?― replicó Merion poniéndose de pie.
Adam sonrió altaneramente.
―Abel ha sido nombrado su protector. Al menos hasta que el viaje termine.
El Guerrero abrió los ojos con sorpresa y guardó su arma, justo como Adam supuso que sucedería. Nadie quería enfrentarse a su hermano.
Únicamente Taisha estaba lo suficientemente loca como para pedirle que entrenara con ella. Era más que obvio que Abel se contenía.
Se contaban historias en entre los ejércitos, en el castillo, en las aldeas, incluso en los otros reinos. Se narraban historias por todo el mundo sobre su hermano, sobre la ira de los Dioses; así lo apodaban, así lo llamaban a sus espaldas, ya que Abel odiaba aquel nombre.
―Fue un movimiento muy inteligente por parte de Gabriel― comentó Deméter mientras mordía un pedazo de carne.
―Claro que si― replicó Esbirrel―. Nuestro jefe no es ningún idiota.
―Si lo fuera estaríamos muertos― respondió Abel.
Él se había unido al grupo sin que nadie lo escuchara acercarse. Nadie excepto Adam, era un juego para ellos dos, el tratar de sorprender al otro. Eran muy sigilosos y rápidos. Eran tan buenos en una batalla como en una misión sencilla de aniquilación. Ellos podían llevar a cabo cualquier tarea si de matar se trataba. Cuando algo era demasiado complicado para los guerreros de Élite, siempre enviaban a los hermanos a cumplirlo.
Aún recordaba, tenía trece años cuando sucedió, los enviaron a una fortaleza en la entrada del reino, su hermano no había hablado en todo el camino, eso había hecho que Abel sintiera impaciencia y aburrimiento. Pero cuando llegaron, no hizo falta que él moviera un dedo, pues su hermano desapareció por tres días, mientras Adam buscaba los puntos débiles del fuerte. Abel regresó al cuarto día y le dijo que había tenido suerte, pues en ese tiempo se ganó a los plebeyos. Ellos los ayudaron a entrar al fuerte en un carro lleno de lechugas. Y Adam no quería recordar el resto de la sanguinaria historia. Al menos no antes de entrar en aquel bosque lleno de espíritus.
―Partiremos cuando el sol se oculte por completo― anunció su hermano―. Recojan sus cosas; si no están listos los dejaremos aquí. Díganselo a sus hombres.
―Nunca dices por favor― se burló Taisha.
―Por favor― agregó Abel y se retiró.
Taisha sonrió para sí misma. A pesar de que no era femenina, Abel la trataba como a una dama de la corte del rey.
Sairus, quien se había mantenido serio e imperturbable, como siempre, se puso de pie y suspiró. Palpó sus bolsillos, sacó tabaco y una pipa y se alejó de ellos.
―Hay que hacer lo que dice, antes de que a Gabriel le dé un ataque― dijo Merion.
Adam los dejó hacer sus cosas, organizar a sus hombres. Lo dejaron sólo mientras veía las llamas de la fogata crepitar, imaginándose que estaba de nuevo en el castillo, con la luz mortecina entrando por su ventana. Permitiéndole observar mapas y ordenar cosas de territorios ya olvidados.
Por orden del rey, cada guerrero de élite debía de tener cien hombres bajo su cuidado, cien hombres a los que entrenarían y harían que fueran buenos, no tanto como ellos, pero debían ser ejércitos capaces de aniquilar a cualquiera. Pues el reino no conocía ni un momento de paz.