Abrió los ojos observando el techo blanco. Viró con lentitud la cabeza, le dolía mucho como si se hubiera dando un fuerte golpe en la parte frontal. Se frotó la frente con la mano izquierda y con la mirada empezó a estudiar la habitación. El papel tapiz era de color rosa muy claro, seguía teniendo las franjas doradas que lo adornaba, había peluches sobre un escritorio de madera pintado de blanco. Reconoció que estaba acostada sobre la cama de la habitación de visitas. Había mucha luz iluminando la habitación, tenía noción del tiempo solamente de ver la luz del Sol, se guiaba por las sombras que se creaban en el suelo, las paredes, objetos o árboles.
«Son las diez de la mañana más o menos...»
Recordó al instante a los niños que había visto en el ático, por consecuente, todo se volvió negro después que vio a los niños atemorizados abrazándose entre ellos en el rincón de la habitación. Pensando que se trató de una horrible pesadilla, se apoyo sobre el colchón para sentarse. Quedó sorprendida al ver el camisón que le cubría el cuerpo.
«Me está matando el dolor de cabeza.» Apretó los dientes, pisó el suelo sintiendo el frío llevarse el calor de sus pies. Quejándose por el dolor en la cabeza y el mareo qué le causó levantarse, se tambaleó lentamente hasta la puerta. Colocó sus manos en el marco para sostenerse y esperar que el mareo que atacó se disipara un poco al respirar debidamente, para que el oxígeno llegará bien a su cerebro.
«Necesito un poco de agua...tengo mucha sed.»
Decidida a dar vuelta hacia las escaleras viró un poco. Aunque el suelo fuera de duela se sentía muy frío bajo sus pies, imaginó que se tiraba como un costal a la duela y el frío penetraba el dolor punzante de la cabeza. Inspiró hondo para seguir su camino cuesta abajo, cuando un ruido de sierra eléctrica llamó su atención.
«El abuelo debe estar arriba en el techo...» La piel de la nuca se erizó al instante. Otra vez la sensación de peligro apareció. Dio media vuelta, seguía tambaleante, por lo tanto su mano derecha se apoyaba sobre la pared de tapiz blanco.
«Quizá él sepa porqué me duele tanto la cabeza...» Subió los escalones que llevaban al ático. Abrió la puerta y no vio a los niños. «Juraría que eran reales.» La imagen de los pequeños volvió a su mente. «Estás engañándote tu sola...eran reales, no fue un sueño...y ese ruido de sierra eléctrica...¿qué hace en el techo?...está cortando cuerpos como un carnicero profesional...».
El cuerpo comenzó a bañarse de sudor, el camisón comenzó a pegarse en su torso, el cabello que tenía sobre la frente comenzó a perlarse en sudor, aquel líquido salado empezó a escurrir desde su sien hasta el cuello sintiendo frío.
Subió pues el último escalón que la llevaría al techo de la casa del abuelo, abrió la puerta de par en par y lo vio. El terror amenazante que la envolvió censuró la primera cosa que vieron sus ojos, un brazo frágil y terso siendo cortado en partes. Su abuelo quién disfrutaba de tal hazaña perversa, no sé percató de la parecencia de su nieta.
A él no le importaba que viera lo que hacía, porqué desde su nieta tuvo uso de razón lo miró cortando personas seleccionadas por su maldad después de quitarles la vida. Luego sin que nadie más se diera cuenta, a veces hacía unos banquetes deliciosos con carne humana. Tal sabor era exquisito y su efecto en él seguía siendo más perverso convirtiéndose en un ser más hábil para secuestrar y matar niños o adultos de entre 6 a 40 años; sin embargo a ella nunca le había dado a probar tal carne.
Era malvado, pero no quería que su amada nieta viviera lo que él, pues al comer la carne de sus víctimas, podía ver las vidas que llevaron y también, la vida que iban a tener si él no hubiese arrebatado su vida, por lo tanto, el debía recibir de alguna manera u otra, el karma de las personas que mató.
Lo aceptaba con gusto y por eso debía cuidar a una de las personas que más quería en el mundo. Giró la cabeza y sonrió con la cara manchada de sangre hacía la joven que le miraba aterrorizada. Tenía de la mano entrelazada una mano pequeña que había sido cortada y por la exaltación la levantó.
—¡Me has atrapado de nuevo!—Exclamó con júbilo.—Sabes que lo llevas en la sangre...algún día harás no mismo.
—Nunca—, titubeó la chica.
—¿Entonces por qué estás aquí?—, el anciano dejó la mano sobre la mesa, apagó la sierra eléctrica y caminó hasta la joven, quién a cada paso que daba su abuelo retrocedía alejándose de la puerta sin percatarse que iba a caer del techo si seguía caminando hacía atrás.