—Tú y yo somos parecidas —me dijo una vez Emma. Estábamos sentadas en la calle, jugando con una pequeña flor celeste.
—¿Parecidas?, ¿en que? —frunció el ceño y bufó sonoramente, como si le pareciera ridículo que yo no lo viera.
—Ambas somos diferentes a los demás —prosiguió—, la gente no nos quiere mucho y por último, somos muy guapas.
Lo último me causó risa y ella me retó por reirme, dijo que hay que aceptar las verdades, sin importar qué.
—Tienes razón, pequeña Emma.
Ese día la conversación rondó mi cabeza todo el tiempo. Emma era solo una niña pero comprendía demasiadas cosas que algunos adultos jamás llegan a entender.
—¿Por qué crees que las personas no nos quieren, Emma? —le pregunté por pura curiosidad.
—Creo que les asusta, ver algo que no es igual a lo que ellos están acostumbrados —jugaba con la pequeña flor mientras hablaba—. No saben cómo tratarnos porque nos tienen miedo.
—¿Miedo? —le pregunté, interesada por todas esas ideas que rondaban en su pequeña cabeza.
—Si, pero es tonto, ¿sabes? —me miró con los ojos bien abiertos—. Somos como ellos, sin importar qué.
Después de eso, me quedé en silencio, pensando en todo lo que ella había dicho. Tantas verdades.
—Darya —me llamó—, me invitarás a tu boda, ¿verdad?
—Claro que sí —le aseguré— Serás la niña de las flores.
Escucho unos pasos detrás mío y rápidamente quito una lágrima que corría por mi mejilla.
—No es mi intención molestarte —habla Kai a mis espaldas—, pero ya es hora.
—Si, claro —me levanto del suelo y sacudo los restos de césped de mi vestido— ¿Cómo me veo?
—Como una princesa —responde.
—Lo tomaré como un halago.
Juntas bajamos de la colina y nos reunimos con los demás en el poblado. Todos visten ropa blanca a excepción de Yennefer y yo, que llevamos vestidos dorados y una corona de flores celestes.
Ella ríe al verme con mis guantes.
Hace cientos de estrellas, se creó una tradición y siempre que una amartista se casa, ella y su pareja deben vestir de color dorado y los invirados de blanco.
El dorado representa el poder de esa unión.
El blanco, la prosperidad y el apoyo.
La ceremonia es corta, pero sin duda hermosa,
Nos paramos bajo un techo hecho de flores celestes y decimos nuestros votos. Los tres mandinos también están aquí, en un intento infantil, quizás, de demostrarles que ellos son como nosotros.
Antes de que comience Yennefer, me es inevitable derramara algunas lágrimas al pensar en mi niña de las flores y lo emocionada que estaba por esto.
Se que ella está aquí, puedo sentirlo.
—Cuando te conocí, estaba fascinada por tí —comienza— y esa fascinación, con el paso de las estrellas no hizo más que crecer. Al principio eras mi compañera de platicas, luego compañera de lucha. Siempre que algo maravilloso y ahora, no tengo palabras para describir lo que significa que seas mi compañera de vida. Una vida, que estoy segura, estará llena de amor y alegría. Te amo y te amaré por todas las estrellas que vivamos.
Todos permanecen en silencio, espectadores de nuestras palabras.
—Siempre nos han dicho que la vida de una amartista es solitaria —comienzo—, dicen que llevamos una vida triste. Pero eso no es verdad. Soy feliz, demasiado y tú lo provocas. Fuimos creciendo juntas, evolucionamos. Eres mi compañera y eso jamás cambiará. Se que nuestra vida no estará llena de alegría siempre pero si estamos juntos, sé que podremos seguir porque en conjunto podemos con todo.
Al terminar de hablar me mantengo en silencio, extremadamente nerviosa por el silencio que se forma. Los aplausos comienzan a oírse y suspiro, alejando mis tontos nervios.
Yennefer sonríe y se acerca a mí.
Cuando nos besamos solo somos ella y yo, todo lo demás deja de importar y solamente me concentro en ese beso. Uno lento y tierno que me hace querer estar así para siempre y olvidar por completo mis responsabilidades y de todos los problemas que nos rodean.
Podría jurar que es la primera vez que muchos del poblado nos ven besarnos ya que no acostumbramos a demostrar cariño en público. Nosotras sabemos que nos amamos y eso ya es suficiente, no necesitamos probarle nada a nadie. Tampoco necesitamos que alguien más nos diga si nuestro amor es real o no porque nosotras lo sabemos perfectamente, nuestro corazón nos lo dice.
Uno a uno nos van felicitando y es una de las pocas veces en las que veo tanto cariño en el poblado. La madre de Yennefer decía que era porque las amartistas somos rudas y poco demostrativas por naturaleza.
Todos nos felicitan por nuestra unión a excepción de los tres mandingos que se mantienen algo alejados con una pequeña sonrisa en sus rostros.
Cuando el sol comienza a caer, la música comienza a sonar y varias parejas se van uniendo en la pista de baile.