El sol se encontraba ya en lo alto del cielo cuando me acerqué a Devan. Algunas amartistas que se encontraban cerca me observaron sorprendidas.
De alguna forma, ya muchos sabían de mi, por decirlo de una forma más dulce, pequeño intercambio de palabras con el príncipe el día anterior.
—Alístate, no vamos —dije al llegar a su lado.
—¿A dónde?
—¿No te estabas quejando ayer de que estábamos perdiendo el tiempo? —le pregunté algo irritada—. Tu y yo haremos algo muy importante hoy —aseguré, comenzando a caminar hacia mi cabaña—. Iremos en busca de aliados.
Hace un par de horas nos encontramos caminando por el bosque en completo silencio, ninguno de los dos parece tener intenciones de hablar con el otro.
—¿Tenemos que ir caminando? —me preguntó.
—¿De qué otra forma, sino?
—¿No puedes teletransportarte? —su pregunta pareció genuina.
—No, aun no he desbloqueado esa habilidad —asintió de forma distraída, incapaz de entender mi sarcasmo.
Se que nuestro viaje será, probablemente, más largo de lo que Devan cree. No solo porque las distancias que separan a los poblados son grandísimas sino porque no creo que obtengamos buenos resultados desde el inicio.
Muchos van a negarse, de eso no hay duda.
El temor que hay al respecto a los presmas es inmenso y además, la presencia de los mandinos nos juega en contra. ¿Porque ayuda a alguien que te ha ignorado y despreciado durante muchísimas estrellas, tratándote como a un ser asqueroso?
—¿Falta demasiado para llegar? —la luna ya ha reemplazado al sol y el cansancio comienza a notarse en el príncipe.
—Algunas horas.
—¿Podemos parar a descansar?
—No, no podemos.
—Darya, estás siendo egoísta —se detiene—. Quiero descansar, lo necesito.
Pierdo la paciencia. Últimamente la pierdo muy fácil.
—¿Crees que yo no? —le interrogo, elevando un poco mi tono de voz— Me duelen los pies, pero se que no podemos detenernos porque cualquier ser puede encontrarnos así y tratará de matarnos.
El bosque está lleno de seres, tanto buenos como malos y no quiero arriesgarnos a que nos hieran o maten solo porque estamos cansados.
—No es un capricho, Devan —aseguro—. No conoces nada del bosque pero yo si…Y creeme, no quieres conocerlo.
Retomamos el camino y debo tomar varias veces respiraciones para calmarme. He levantado la voz por accidente y me preocupa haber alertado a alguien de nuestra presencia.
Según mis cálculos, falta alrededor de una hora para que lleguemos a nuestro primer destino.
—No puedo creer que mi madre esté muerta…—su voz es algo débil. Me giro sorprendida al oirlo, no por lo que dice sino por la elección de tema para hablar.
—Ekaterina era una buena mujer, sin duda.
—Si, lo era.
Continuamos caminando, el bosque nos rodea y hay un pequeño sonido de los grillos que habitan en el lugar.
—Darya —se pone a mi lado y me observa— ¿cómo conociste a mi madre?
—Tu tenias un año, eras un bebe bastante tierno, la verdad —aseguro—. Melkor me mandó a secuestrar porque soy la más poderosa y tu madre estaba sumamente enferma. Él quería que la sanara yo, no paraba de repetir que su esposa debía tener lo mejor de lo mejor pero yo me negué y por eso me torturaron durante días, irónicamente en la misma celda que te tenían a ti y a tus amigos. Quería matarlos a todos, pero por alguna razón no lo hice, me hubiera ahorrado muchos problemas.
—¿Y lo hiciste? —pregunta con intriga— Curar a mi madre, digo.
—Lo hice. Ella no merecía morir.
—Gracias por salvarla y por salvarme a mí la otra vez.
Asiento con la cabeza sin más. Veo unos grandes cúmulos de tierra en un descampado y esa es mi señal para saber que hemos llegado a nuestro primer destino.
—Llegamos.
—¿Aquí? —observa el lugar y adopta una expresión de desconcierto— ¿Segura?
Apenas nos acercamos un poco, un gran ser hecho de tierra se levanta amenaza con pisarnos. Es en vano intentar explicarles lo que queremos pues ellos solo intentan acabar con nosotros, lo que provoca que terminemos marchándonos.
—¿Aún nos persiguen? —le pregunto a Devan con la voz agitada de correr. Nos he vuelto invisibles pero aun así, ellos son capaces de sentir nuestra presencia.
El gira su rostro y observa nuestras espaldas.
—No, ya no están —dice casi sin aire.
Los romscroms suelen ser agresivos y es por eso que no me asombra su reacción. Me avergüenza decir que, de todas formas, tenía la esperanza de que aceptaran. Habrían sido unos grandes aliados.
Finalmente, Devan y yo terminamos haciendo una pequeña fogata y nos permitimos descansar algunas horas después de que yo nos protegiera con un pequeño campo de fuerza.