No puedo dormir, dudo que alguien logre hacerlo hoy. Ni siquiera pienso en irme a acostar, me parece algo impensable en estas circunstancias. Siento un intenso temor pero soy incapaz de identificar de quién es, quizás sea mío, de Yennefer, Devan o tal vez, es el de todos.
Me siento en la escalerilla de la cabaña, sopla un sutil viento que me pone los pelos de punta. Desde mi posición soy capaz de ver al ejército del reino rodearnos, están inmóviles pero sus posturas reflejan tensión. Están alertas a cada uno de nuestros movimientos, lo sé porque cuando Yenn decidió ir a ver como se encontraba Lizzy, ellos la siguieron con la mirada hasta que pudieron.
En algún momento de la noche, nuestro escudo dejó de funcionar correctamente y no fuimos capaces de solucionarlo. Siguen sin poder ingresar pero ahora, son capaces de vernos y aquello no hace más que aumentar mi preocupación.
Un sonido a mi costado me sobresalta. El corazón me late desembocado, me parece ridículo que después de haber vivido tantas guerras, tantas batallas ahora esté tan aterrada.
Judith solía decir que temer era algo bueno, que era un recordatorio de que nuestra humanidad seguía allí.
—Si un día dejas de temerle a la muerte, Darya —me dijo cuando estábamos cautivas en un reino, con el cuerpo lleno de heridas—, preocúpate porque allí entenderás que te has perdido por completo. Temer es de humanos, niña.
No estoy segura de que tuviera razón pero cada día me esfuerzo en convencerme a mí misma, de esa forma me aseguro de que sigo valiendo la pena.
—Lo lamento, no quise asustarte —Devan se acerca caminando, sonríe pero no es lo suficientemente convincente.
—Creo que estoy más nerviosa de lo que creí.
—Todos lo estamos —suena cansado— ¿puedo sentarme?
No le contesto. Me muevo un poco, dejándole espacio en las pequeñas escaleras. Sus ojos marrones se ven cansados, desprovistos del brillo que tanto lo caracterizan.
Se sienta a mi lado con una profunda respiración. Tristeza.
—¿Qué ocurre? —le cuestiono.
—Ya no puedo ocultarte nada —sonríe al observarme— ¿Verdad?
—¿Pudiste hacerlo alguna vez?
Niega con la cabeza, su risa es baja y ronca. Creo que es la primera vez que lo oigo reír, es irónico que sea en una situación así. En momentos extremos solemos dejar de actuar y nos mostramos tal cual somos, es triste que lo sea ahora. En verdad creo que Devan podría haber sido un gran amigo pero después de esta guerra, si seguimos con vida, ambos tendremos responsabilidades y de finalmente nos terminaremos distanciando.
Me arrepiento de haberle dado una oportunidad demasiado tarde.
—Mi madre, cuando era pequeño, siempre me hablaba de las amartistas. De lo mágicas e imparables que eran, de su hermosura y sus brillantes ojos dorados —juega con un anillo que tiene en el dedo—. No entendía cómo podía saber que eran tan maravillosas si nunca había visto una. Ahora entiendo porque lo sabía.
—¿Me estás llamando hermosa? —golpeo suavemente su hombro con el mio.
—No creo que necesites que te lo digan pero si —asegura—. A lo que voy, es que agradezco que me hayan hablado de ustedes. Me enorgullece ser quien soy.
—Estoy segura de que ella también lo está.
Nos quedamos en silencio algunos minutos, observando a los soldados que se mantienen firmes por fuera de nuestra comunidad.
La vision se me torna borrosa y cuando se aclara una tonelada de sufrimiento me ataca, veo a un hombre de cabello rubio sostener por los hombros a una mujer de largo cabello negro que llora desconsolada, se la ve agotada y destrozada.
—¡Mi bebé! —grita— ¡Se llevaron a mi bebé!
—Tengo miedo —la voz tímida de Devan me trae de regreso a la realidad—. Me instruyeron para ser un príncipe no un guerrero…
—Todos lo tenemos, pero no te preocupes —intento reconfortarlo—. Te cuidaré la espalda.
—¿Serás mi guardia personal? —cuestiona con sarcasmo.
—No te aproveches.
Reímos. En verdad lo hacemos y por un momento, olvido por completo todo lo que nos rodea, el peligro.
—¿Cómo te enamoraste de Yennefer? —su pregunta tan repentina me sorprende pero de todas formas, le respondo.
—Ella, su madre, otra mujer y yo éramos una especie de…destructoras de reinos —comprendo que suena un poco mal así que me apresuro a corregirme—. Es decir, nos enfrentamos a los reyes que eliminaban a los que no eran como ellos y…en algún momento, dejamos de ser amigas y comenzamos a ser algo más. Pero para eso debieron pasar demasiadas estrellas.
—El castillo en ruinas que estaba cerca del poblado de los corbes —no pregunta, afirma.
—Fuimos nosotras, si.
Mis manos arden en señal de recuerdo a pesar de que no sea necesario, cada vez que las veo recuerdo nuestra estadía allí. Todo lo que sufrimos y las veces que grite pidiendo piedad, era, relativamente, joven y el pánico me cegó. Creí que perdería mis manos, ya no podía soportar el dolor, los latigazos en ellas ya eran degradantes y más aún, que lo hicieran frente a un salón lleno de realeza que se divertía con mi sufrimiento.