De niño no sabía lo que era el amor y lo que veía, no me agradaba. Mis padres no eran el mejor ejemplo de ello por lo que mi visión de lo que es amar estaba algo distorsionada.
No dudo que Melkor amase a mi madre, al menos en algún momento de su vida, pero sus actitudes y la persona que era no la hacían amarla correctamente.
El único amor bonito que vi durante muchísimas estrellas fue el de Ekatriana hacia sus hijos pero no era un amor diferente. El amor de una madre no se iguala a nada.
La primera vez que vi un amor real fue cuando conocí a Darya y Yennefer. Cuando llegaron al palacio para proponerle la alianza a mi madre yo no sabía de su relación pero, sin duda, envidié la forma en la que se miraban, como parecían cuidarse la una a la otra sin siquiera darse cuenta.
Se miraban de reojo y yo pensaba que parecía que se estaban asegurando que la otra estuviese bien.
El día en el que se casaron fue hermoso, perfecto me atrevería a decir. Aunque en ese entonces no lo vi así, estaba enfadado y no comprendía cómo podían estar festejando cuando mi reino sufría.
Después comprendí, con la ayuda de Darya y sus crueles pero verdaderas palabras, que todo el tiempo hay alguien sufriendo y que no sabemos cuándo nos puede tocar a nosotros. Por eso, ahora se que hay que disfrutar los buenos momentos como si fueran el último porque uno nunca sabe si habrá otro.
Que pueda recordar, hay dos momentos en toda mi vida en los que me sentí completo. En donde la felicidad no cabía en mi cuerpo.
El primero fue el día de nuestra boda.
Las calles del reino estaban repletas de personas. Nos cansamos allí, en las escalinatas de la entrada para que todos pudieran asistir.
No mentiré, lloré y demasiado al ver a Kai vestida con un elegante vestido dorado y su largo cabello cayendo en cascada por sus hombros.
Cuando sostuve sus manos supe que había tomado la decisión correcta a pesar de todo, de lo que la gente decía.
Nuestro primer beso como esposos fue mágico. No quería soltarla pero estábamos frente a todo el reino y debía hacerlo. Los aplausos se oían por todo el lugar y la alegría reinó el resto del día.
El segundo momento fue cuando nació mi pequeña Dara.
Obviamente, volví a llorar desconsoladamente.
La primera vez que vi su pequeño rostro sonrojado estuve seguro que ella sería lo mejor que lograría hacer en mi vida.
—¿Qué nombre le pondremos? —me preguntó Kai, su estómago se encontraba abultado y pasaba una mano sobre él de forma protectora.
—No lo sé, ¿cuál te gustaría a ti?
—Si es niño me gustaría llamarlo Part.
—Es…inusual —concluí—. Me gusta. ¿Y si es niña?
—No se me ocurre ninguno —contestó observando el techo con mirada pensativa—. ¿A ti?
—Había pensado en uno, pero no lo sé.
—¿Cuál?—intentó disimular el interés pero falló—. Dime.
—Si es niña me gustaría que se llame Dara —le informé con algo de timidez—. Ya sabes, Darya significó mucho para mi, para todos.
—Me gusta —dijo sin dudar—. La llamaremos así si es niña.
Y, efectivamente, así la nombramos.
Dara nació con los ojos oscuros como todos los bebés y con el pasar de los días, uno de ellos se fue volviendo de color marrón y el otro, brillaba en un inigualable dorado.
Nos preocupamos un poco al comienzo, no sabíamos si eso le afectaría en algo a su desarrollo pero nada de eso pasó. Nuestra hija es perfecta y no cambiaría nada de ella.
Amo sus ojos, la amo a ella y amo a su madre. También amo a Ekaterina, de alguna forma también a Melkor y Versa.
Y por supuesto, amo a Darya.
He aprendido a amar y no hay nada mejor que ello.