Después de desayunar en la habitación, bajaron al vestíbulo. Valentín caminaba con la cabeza bien en alto, agarrando la mano de Sasha con orgullo. Esperaba que, después de verlos así, se acallaran por fin los rumores escandalosos sobre él y la abuela. Pero al cruzar la mirada con Rostik, un calor incómodo le recorrió el cuerpo. Sentía que su amigo lo había calado… y que no estaba nada contento. Soltó la mano de Sasha al instante.
—Hola, Rostik. Nosotros, este… vamos al trabajo.
—Estás todo nervioso —dijo Rostik, extendiendo la mano para saludar. Valentín, decidido a demostrar su nueva hombría, apretó con fuerza. Su amigo hizo una mueca sospechosa—. Tranquilo. ¿Todo bien, o tuviste un colapso nervioso después de pasar la noche con Sasha?
—¿Cómo lo sabes? —Valentín sintió que le faltaba el aire. El nudo en la garganta le apretaba y no podía respirar. Rostik se encogió de hombros como si nada:
—Tu madre vino a verme ayer. Me pidió que encarrilara a mi hermana por el buen camino de la moral. Pero le dije que Sasha ya es mayor y puede decidir con quién acostarse.
—¿Entonces no estás enojado?
—¿Por este showcito? Para nada. Sé perfectamente que a ti te da miedo hasta mirarla, no digamos tocarla. Y además estás perdidamente enamorado de Karolina. Pero si fuera otro en tu lugar… —Rostik se interrumpió, pasó un dedo por su cuello en señal amenazante. A Valentín le dio la impresión de que acababan de degollarlo. Sasha soltó una risa fingida:
—Deja de asustar a Valentín, casi se desmaya. Y además, tú mismo dijiste que puedo decidir con quién me acuesto.
—Eso se lo dije a su madre. Pero la verdad es que solo quiero protegerte de hacer tonterías, para que no termines llorando otra vez por algún imbécil. No tienes buen ojo para elegir chicos —dijo Rostik, posando la mano en el hombro de su hermana, mientras se dirigían con calma hacia la puerta.
El ruido de unas bolsas arrastrándose y pasos pesados les hizo girarse. La madre de Valentín bajaba con dificultad las escaleras, resoplando con cada paso.
—¡Me tienen al borde de la muerte! Que tenga que sufrir así por culpa de mi propio hijo… Toda la noche me dolió el corazón, y solo las gotas me salvaron la vida.
—¿Mamá? ¿A dónde vas con esas bolsas? —Valentín corrió hacia ella y le quitó el equipaje de las manos arrugadas. Irina Fedorivna se detuvo y se apoyó en la cadera:
—Tú escogiste a tus amigos por encima de tu madre. Cambiaste a quien veló por ti, quien pasó noches en vela, se privó de todo y te dio lo mejor… por una chica de reputación dudosa. Como ya no me necesitas, he decidido volverme a casa.
—¡Mi reputación está perfectamente bien! —replicó Sasha, molesta por el ataque.
—Eso es porque aún no saben la verdad sobre ti. ¿Qué clase de señorita decente se acuesta con un hombre?
—Una que está enamorada —respondió Sasha alzando las cejas, con mirada desafiante.
—¿Valentín es un hombre? —Kostik soltó una carcajada. Pero al notar la mirada fulminante de Irina Fedorivna, se calló de golpe y bajó la cabeza. Valentín dejó las bolsas en el suelo.
—Mamá, si me hubieras dicho algo, te habría ayudado con el equipaje.
—¡Tan ansioso estás por deshacerte de mí que hasta me llevas las maletas! Desagradecido. No te crié para esto, para que me trates así.
—¿Así cómo? ¿Por querer ayudarte?
—¡Por querer echarme! Ni siquiera intentaste convencerme de quedarme. Y el camino es largo… podría pasar cualquier cosa.
—Pero, mamá, yo tengo que trabajar. ¿Qué vas a hacer sola todo el día? De verdad creo que es mejor que regreses a casa.
La madre le dirigió una mirada envenenada a Sasha:
—Veo muy bien qué clase de “trabajo” tienes. Desde que saliste de casa, tocaste fondo. ¡Mírate! Con las cejas chamuscadas, el flequillo de toda la vida lo cortaste, ya no usas pajaritas, te hiciste un tatuaje y encima ¡duermes con una chica!
—Sí, lo peor de todo —dijo Kostik entre risas. Rostik le dio un codazo, pero él ni se inmutó—. Tiene veintisiete años y se le ocurre salir con una chica. ¡Qué escándalo! ¡Qué papelón!
Irina Fedorivna frunció el ceño. Como si no hubiera oído el sarcasmo, levantó la cabeza con orgullo. Valentín le respondió:
—Mamá, estás exagerando. Ya no soy un niño, y es hora de que lo aceptes. Voy a llamarte un taxi. ¿A qué hora sale tu autobús?
La madre dio el último paso y se desplomó en el suelo. Valentín se lanzó a ayudarla:
—¿Estás bien? ¿Te hiciste daño?
Ella le ofreció la mano y, apenas la tocó, soltó un grito:
—¡Ay! Me duele el brazo… creo que está roto. Tenemos que ir al hospital.
—Tenemos grabación, y el operador es solo uno —dijo Rostik, señalando el problema con claridad. Y para rematar—: Mordakov te va a matar si no grabas el reportaje. Considera que estás despedido.
Valentín cerró los ojos, resignado, debatiéndose entre el trabajo y su madre. No quería perder su empleo, pero tampoco veía otra salida. Estaba a punto de elegir… hasta que Sasha lo detuvo.
—Yo iré con ella al hospital.
—¿Tú? —exclamaron al unísono madre e hijo.
—Sí. Sin mí, igual pueden hacer la grabación.