El verdadero precio de nuestra libertad.

3. Humor negro para ti, para mí ¡Es gratis!

 

Adela PDV

Observo a mi guardaespaldas con atención, mientras todos debaten en la mesa un buen sitio para aquél lejano baile de graduación e ideas para los otros tres. Él y yo somos los únicos en silencio y me centro en sus gestos mientras apuñala la lechuga, se ve cómo ese tipo de antigüedades o cosas que tus padres te pedían que nunca tocaras, pero su brillo te atraía y el hecho de estar prohibido lograba que en segundos fueses a tu cometido; llevar la contraria.

 

Mi teléfono sonó de la nada al revisar tenía una solicitud del tan famoso Leonardo o al menos eso parecía, me quedé callada y simplemente ignore aquello, seguro aquél tipo ya sabía de mi existencia. Por otro lado siendo optimista quizá solo era un Leo más entre miles. Volví a bloquear mi teléfono y mis nuevos amigos me miraban atentos.

— ¿Acaso la cura contra el cáncer esta en tu teléfono?

— ¿Porqué?

— Vamos, hiciste una cara de alegría bastante curiosa —George me miró divertido.

— No fue por nada en especial.

— Alguien aviso a Leonardo de su existencia —Escuché a Aura.

Al voltear a mí lado derecho ella miraba a los demás.

— ¿Por qué dijiste eso? ¿Qué tan malo puede ser él?

— ¿Qué sabes tú de él?

— Nada, en realidad no mucho, Esmeralda.

— Entonces cierra esa boca. —Me miró con molestia.

— No podemos ocultarla para siempre —Laura miró a Snake quién seguía sin mirar a nadie.

— Es solo una solicitud, de todos modos ¿A quién demonios le importa si ese animal se mete con ella?

— ¿En qué sentido? ¿De qué hablas? ¿Qué temen tanto?

— Averígualo por ti misma, si con nosotros nadie te ha molestado con Leonardo te aseguró que estarán besándote los pies. —Volvió a responder. — Solo te pido que uses la cabeza.

— ¡Esque no entiendo de qué me hablan! —Golpee la mesa desesperada.

¡Oh genial! Había llamado la atención de toda la cafetería.

— Adela, cálmate un poco —Aura sostuvo mi mano al ver que me había levantado.

— ¡Quizá el tipo sea un demente! ¿Y? Nadie aquí ha dicho que pretendo abrirle las piernas o rogarle una amistad. Pueden estar tranquilos porque ustedes me parecen personas agradables, descuiden el gran Leonardo no me pondrá en una bolsa negra o una fosa común.

Respiré acelerada. Pero estaba cansada, harta quizá de esa atención llena de seguridad y misterio. Y tan solo a unas horas, me molestaba él echo de cómo idealizaban a una persona más, probablemente por abrir mi boca estaría en líos ¿Pero por qué? Si era una mala persona debería aceptarlo él también ¿o no?

— Y creo que me adelantaré a mi clase, no necesito tú valioso tiempo Mike, gracias.

Tome mi mochila y salí con bastante violencia de la cafetería.

Miré el mapa de emergencia y observe el salón al cuál iría para la siguiente clase, emprendí mi camino. Al entrar estaba solo, tomé uno de los últimos lugares y apoye mi cabeza sobre ambas manos, pensaba en mucho a la vez; cómo la vida me cambio de la noche a la mañana, me golpeo entre ella, la realidad y la ansiedad, poco les importo que tanto me doliera. Supongo que el dolor está ahí, siendo un clásico más, el infaltable, pero a pesar de su presencia era decisión mía dejar que fuese algo importante. Siempre he preferido reírme ante el dolor, lo hace más ameno, más que llorar. Reconozco que no hay pecado en un llanto y que es más fácil calmarlo antes que un buen ataque de risa, pero honestamente a mi cuerpo le hace más bien reír que vivir llena de lamentos.

La mayor de las preocupaciones para mis nuevos amigos era un chico que quizá solo jugaba de matón. ¿La mía? En realidad ya ni siquiera sé que me preocupa con exactitud.  No presté atención a nada de lo que decía el maestro, para ser sincera, ni esa ni la siguiente clase; Literatura y matemática tirados por la basura, de echo estaba tan cansada que en Literatura, al ser nuestra última clase y con un maestro más preocupado de su teléfono que del grupo decidí colocarme mi suéter y dormir, dormir tan profundo que olvidará hasta los más mínimos malestares. Mike no me busco para él cambio de clase, no era su obligación.

Mi siesta iba bien hasta que sentí la mano de alguien sobre mi cabello.

— La clase ha terminado compañera. — Esmeralda me miraba tratando de sonreír.

— ¿Qué haces aquí?

— Misma clase, de echo Aura también comparte matemática contigo.

— No lo note —Comenté levantándome de aquél pupitre.

Observe el salón, vacío solamente nosotras.

— ¿Y los demás?

— Son más de las tres cariño —Aura me ayudo a recoger mis cosas.



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En el texto hay: adolescentes, crimen organizado

Editado: 14.06.2018

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