El Virus de la Purga

Capítulo XXII

Los artistas están menos propensos a la locura; tal vez porque lo que los motiva a hacer arte es la locura en sí. Pero la soledad no es algo que se pueda tomar a la ligera y no hay ser humano que pueda contra ella por mucho tiempo. Muy dentro de mí deseé jamás volver a toparme con mis amigos, no deseaba en lo más mínimo verlos perecer y menos que vieran como el virus malformaba lo que una vez fue un hombre, un esposo, un padre. En ese momento tuve la ferviente necesidad de salir corriendo y de un clavado ahogarme en esas aguas que ahora me parecían tan cálidas. La oscuridad era ahora la catedral bajo la cual me convertiría en una cosa diferente; un ser inhumano carente, tal vez, de sentimiento alguno, de empatía. ¿Qué caso tendría encontrar a mi familia si la cosa que se plantaría ante ella no sería más que una aberración antinatural y grotesca producto de la más retorcida mente? Si no podía salvarme a mí mismo, ¿cómo podría siquiera pensar en salvar a alguien más?

Jorge, seguía del otro lado susurrando mi nombre; ese nombre que alguna vez definió lo que fui.

—¿De verdad eres tú, Jorge? —Alcancé a pronunciar.

—¡Por mi Dios! —Soltó Jorge, aliviado— ¿Cómo es qué han llegado hasta aquí? Pensamos que estaban muertos. ¿Están bien?

No supe  que contestar a eso. Daba por sentado que Liz, me había abandonado, pues no confiaba mucho en ella. Pero ni por la mente me pasó que le hubiera pasado nada.

—Jorge, Liz no está conmigo. No sé qué fue de ella…

Se hizo un silencio entre nosotros más grande que la barrera que nos dividía.

—Después de todo, Liz tenia razón en una cosa. Venir, fue una muy mala idea —soltó Jorge, preocupado.

—No hay tiempo para estas cosas —intervino Martínez—. Tenemos que movernos, este lugar no es seguro. Marcos, trata de buscar la manera de reunirte con nosotros. Las maderas son gruesas y tratar de romperlas sería una completa estupidez… lo que menos queremos es llamar la atención.

—Me temo que no hay otra salida. Es romper las maderas o quedarme de este lado hasta morir.

—¿Crees que podamos regresar por dónde llegaste? —Preguntó Martínez.

—No. Moriríamos ahogados antes de salir a cielo abierto.

—Lo que sea que vayamos a hacer, hay que hacerlo ya. No podemos darnos el lujo de esperar un milagro —Dijo tajante Martínez, tratando de dar marcha a actos que no terminaban por gustarle—. Yo vigilaré las inmediaciones para que no haya sorpresas de invitados inesperados mientras ustedes tratan de abrirse paso. Por favor, si van a hacer ruido, que valga la pena.

Las maderas en sus extremos estaban fuertemente sujetas con gruesa tornillería y tratar de desenroscar una de esas tuercas herrumbrosas era tan factible como gritar por ayuda. Jorge se puso a palpar cada una de las tablas a la vez que les daba pequeños y suaves golpes con los nudillos hasta que se detuvo en una sección y empezó a golpear más aprisa.

—Aquí —me dijo—. Ésta parece ser la más podrida de todas, seguro no te cuesta mucho romperla de un solo golpe. Necesito que palpes la madera para que te posiciones justo en medio, de poco serviría si le pegas muy cerca a los tornillos.

Había dado por sentado que Jorge podía ver algo en esa oscuridad. Por cómo se movía parecía un hombre ciego. En cambio Martínez se movía con soltura.

—Necesito que te hagas un lado —dije.

Y en el momento en que hube pronunciado la última palabra un estruendo me hizo saltar. Martínez abrió fuego contra cualquier cosa que tuviera a mira.

—¡Nos han encontrado! —Gritó sin dejar de disparar.

Sin pensarlo más, asesté una fuerte patada a la tabla y en consecuencia ésta se partió a la mitad aprisionando mi pierna entre los dos pedazos puntiagudos que se habían formado. Sujetándome de la parte alta, hundiendo las garras en la vieja madera, sostuve mi cuerpo para patear con la pierna libre y liberar la otra. Las detonaciones eran pausadas, nada precipitadas. Del otro lado, Jorge sostenía una pistola a la altura de la cadera, pero no parecía tener intenciones de apuntar. Al sentirme cerca, extendió el arma hacia mí.

—De poco me sirve tener un arma si no puedo ver una puta mierda —y esbozó una agria sonrisa.

Tomé el arma entre mi temblorosa mano mientras con la mirada buscaba a Flavio, del cual no había escuchado un solo aliento, mas no lo encontré por ningún lugar.

Los disparos me aturdían, hacían que por momentos perdiera la orientación, como en un sueño. ¿Era acaso todo eso un maldito sueño?



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En el texto hay: apocalipsis, virus, pandemia

Editado: 08.09.2019

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