El Virus de la Purga

Capítulo IV

Aquella cosa asomó la cabeza por el hueco de la ventila y me miró, nos miró a ambos. Ladeó la cabeza como lo había hecho en la ventana y nos enseñó unas mandíbulas abarrotadas de largos y puntiagudos dientes. Entonces chilló. Fue un sonido gutural y agudo capaz de ensordecer a cualquiera. Introdujo una de sus extremidades e intentó entrar, pero el estrecho hueco se lo impidió. Gritó de nuevo, con desesperación, con odio, como pidiendo ayuda. Y al entender que no podía entrar, desistió mostrándonos unas enormes alas negras, membranosas y semitraslucidas, con las cuales se dejó caer. Tenía el arma en la mano temblorosa y me había olvidado por completo de apuntar. Estaba congelado. Esos ojos amarillos con motas verdosas en una pupila vertical, no reflejaban más que odio y hambre. Pensábamos que aquella criatura había desistido de su cometido. Jorge adelantó unos pasos con escoba en mano e intentó cerrar la ventila con ella. Pero las bisagras oxidadas no cooperaron y entendimos que para cerrarse, se necesitaba una fuerza mayor. Entonces nos miramos y sin decir palabra supimos que hacer. Apunté el arma al hueco oscuro que daba al exterior en espera de aquella abominación quisiera asomarse, esta vez sí le volaría los pocos sesos que tuviera.

A solo un paso, a un metro de la ventila, sobre el sanitario, un silbido nos robó la tranquilidad. Era un sonido débil y agudo, como una cuerda o un cable ondeado al viento. Era… era un sonido que me resultaba tan familiar, pero que al mismo tiempo me era tan extraño. Ambos miramos la negrura del hueco como esperando que saliera, mejor dicho, que entrara algo. Y nuestras suplicas no se hicieron esperar demasiado.

Aquel ser solo se había marchado para coger vuelo, desde una altura desconocida para nosotros y en ese momento penetraba con las garras por delante, como lo haría un experto en parkour. Las garras lograron alcanzar por la camisa a Jorge arrancándosela de un tajo. Instintivamente pulsé el gatillo en repetidas ocasiones. La negrura del baño se disipo tan deprisa como las detonaciones tenían lugar. Los gritos desgarradores de la criatura fueron opacados por el arma.  Las extremidades quedaron colgando en la pared forrada por azulejos en tonos crema. Su cuerpo delgado y renegrido era muy grande para poder introducirse en el orificio, pero la velocidad que había cogido le dio la suficiente fuerza para introducir la mitad de su torso desnudo.

Aquella criatura parecía a un murciélago enorme con mandíbulas parecidas a una planta carnívora, con dientes desproporcionalmente largos y filosos y orejas largas y puntiagudas. Ya de cerca era más aterrador y el olor que despedía era putrefacto.

—¿Te encuentras bien Jorge? —dije sin apartas la vista de esa cosa y sin dejar de apuntar.

—Solo ha sido el susto. Por suerte no ha llegado a cortarme con esas garras. Esa cosa quería entrar por todos los medios posibles. Por lo menos ya no tenemos que cerrar la ventana —intentó bromeara.

—¿Pero qué es? —dije acercándome un poco.

—No te acerques demasiado. Puede no estar muerto del todo. Parece un zorro volador. De los que hay filipinas y Australia.

—Pensé que comían fruta.

—Así es —dijo pensativo—. Además la distancia que nos separa es enorme. Eso quiere decir…

Un nuevo golpe nos hizo temblar.

Corrimos hacia la sala. El corazón  me galopaba en el pecho. El pesillo me pareció más oscuro que hace un par de  minutos. La puerta de la habitación donde Karina y Tatiana dormían estaba abierta. Me asomé y solo vi a Karina recostada, lo cual me pareció extraño, nadie podría dormir tan tranquilamente mientras disparaban en el baño. Al menos qué… maldije entre dientes. Tomar somníferos en un momento como en el que nos encontrábamos, no era precisamente una buena idea. Ya me ocuparía de Karina después, primero tenía que encontrar a mi hija.

Corrí por el pasillo hasta llegar a la sala. Jorge se encontraba de pie tras uno de los sillones contemplando la ventana en la cual habíamos visto por vez primera a aquella criatura alada. Me posé a un costado y apenas le iba a comentar que Tatiana no se encontraba en la habitación cuando la vi.

Estaba de pie en el mismo lugar en el cual nosotros estuvimos, frente a la venta. La bañaban los rallos de la luna y se restregaba los ojos viendo su reflejo en el cristal. Lo peor era que no estaba sola. Del otro lado, una criatura similar a la que habíamos matado la observaba y entre sus dientes aperlados salía un fluido amarillento, salivaba de solo ver a mi hija. Pero Tatiana parecía no ver a la criatura.  Bien podría ser que aun siguiera dormida o que el resplandor de la luna no se lo permitiera.

Levanté el arma. Hice un conteo mental de cuantas balas me quedaban. Había disparado cuatro veces, tal vez cinco, no lo recordaba con claridad, en ese caso aún me quedarían unos cinco disparos. Los suficientes como para matar a aquella cosa.



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En el texto hay: apocalipsis, virus, pandemia

Editado: 08.09.2019

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