Elantris. Edición X Aniversario y definitiva del autor

Prefacio


Conocí a Brandon Sanderson en 1998, en el equipo de redacción de The Leading Edge, nuestra revista universitaria de ciencia ficción, pero no llegamos a intimar hasta el primer semestre de 1999, cuando nos dimos cuenta de que los dos asistíamos al mismo curso de escritura creativa y ambos estábamos decididos a ganarnos la vida como autores de libros. Fundamos un taller literario, invitamos a unos cuantos miembros de la redacción de The Leading Edge y nos pusimos manos a la obra, dedicándonos a leer cada uno las obras de los demás. Mis primeras novelas contenían tantos clichés propios de la literatura fantástica que prácticamente podrían considerarse fan fiction; las de Brandon, en cambio, carecían de ellos hasta tal punto que a veces no pasaba absolutamente nada.
—Oye, Brandon, ¿y aquí cuándo aparecen los malos?
—Estos son los malos.
—A ver, no, estos no son más que unos que se han propuesto cerrar la escuela de magia del personaje principal. Tarde o temprano aparecerá algún villano en condiciones, ni que decir tiene, el cual solo se detendrá ante la magia del protagonista, cuya escuela saldrá airosa porque él se esforzó por mantenerla abierta y ya está, guay. Se ve venir a la legua. Lo que no entiendo es por qué tarda tanto.
—Porque no va de eso.
—¿Cómo que no? Todas las novelas de fantasía van de eso.
—Pero es que no tienen por qué ir de eso. Quiero decir, la fantasía puede adoptar la forma que le dé la gana, ¿no? Para eso es fantasía. Entonces ¿por qué esta historia no puede ir sencillamente de un tío que intenta mantener abierta una escuela, sin más? Una escuela cuyos alumnos resulta que aprenden a practicar magia de arena, llevan muñequeras con pistolas de duelo de aire comprimido incorporadas y comen una especie de tofu elaborado a partir de insectos gigantes que está riquísimo.
—Hm. Visto así, por qué no. Entonces, espera, ¿de verdad que no salen malos? O sea… ¿Ni tan siquiera uno solo?
Y así siempre, un libro tras otro. Ya por aquel entonces Brandon escribía mucho más deprisa de lo que cualquiera sería capaz de leer. Al cabo de un tiempo consiguió un agente, el simpar Joshua Bilmes, y en el taller de escritura nos sentimos extraordinariamente reivindicados cuando este nos dio la razón: ¿Qué sentido tenía crear todas aquellas historias si al final nunca pasaba nada? Los comentarios de Joshua nos legaron para la posteridad una frase sobre la que volveríamos más de una vez durante años, repitiéndola como un mantra sagrado para contener los excesos más desenfrenados de Brandon: «El tejido del universo necesita algo que lo amenace».
—Este libro es una pasada, Brandon, pero la verdad es que no veo yo que el tejido del universo corra ningún peligro.
—Pues claro que no, si solo es una historia de lo más simple que va de un chaval que se siente abandonado por su familia.
—Vale, para empezar, en realidad esta es una historia de la leche cuyo protagonista es un tío capaz de crear armaduras mágicas con la mente y conjurar alimentos de la nada, todo lo cual consigue que unos monstruos del vacío que te mueres de miedo se cabreen con él. Y luego, de paso, resulta que además se siente abandonado por su familia. O sea que, a ver. Y en segundo lugar, aunque en realidad se trate de lo más importante de todo, ese agente tan chachi piruli que te has echado sostiene que el tejido del universo necesita algo que lo amenace, y aquí no veo yo ninguna amenaza. Así que ya estás tardando en empezar a ponerlo en peligro.
—En fin, por lo menos salen unos monstruos del vacío que te mueres de miedo…
—¡Que lo pongas en peligro ya, hombre!
Lo mejor de los grupos de creación literaria es que todos sus integrantes van aprendiendo a la vez. Lo peor de los grupos de creación literaria es que se dicen un montón de tonterías increíbles antes de aprender nada. En serio, me maravilla que de esos talleres salgan escritores de verdad y no meros manojos de nervios con patas criados enteramente en cámaras de resonancia cargadas de malos consejos. El caso es que el instinto de Brandon no iba desencaminado, como tampoco el mantra de Joshua ni el resto de sus enseñanzas, solo que ninguno de nosotros sabía interpretar nada de todo aquello. Terminamos consiguiéndolo, claro está, a la larga. Gran parte del éxito de Brandon —digamos que la mitad— estriba en su obstinación por creer que eran las humildes historias humanas dentro de las grandes aventuras épicas las que hacían que leer estas últimas mereciese la pena. Si nos gusta Nacidos de la bruma es porque nos importan Vin y sus espantosas cicatrices emocionales, así como su torva certeza de que nadie, jamás, va a enamorarse de ella. Si nos gusta El archivo de las tormentas es porque nos importan la depresión de Kaladin, la inseguridad de Shallan y la lucha contra la locura de Dalinar. La otra gran porción del éxito de Brandon —la otra mitad, básicamente— se debe a esa inquebrantable insistencia suya por imprimirle unas dimensiones colosales al dramatismo. Una potente trama exterior, sin limitaciones de ningún tipo y amenazadora para el tejido del universo en la que envolver las líneas argumentales interiores e imprimirles carácter. Brandon se inventa algunas de las historias más extraordinarias que existen en el mercado y las asienta sobre los cimientos de algunas de las más sutiles e introspectivas.
No recuerdo exactamente cuándo, en el taller de escritura terminamos de leer una de las novelas de Brandon y empezamos con la siguiente: El espíritu de Adonis. Lo tenía todo: historias íntimas de gente con sus defectos, adorables y maravillosas, engarzadas a la perfección en la crónica de una maldición letal, un ejército devastador de mundos y una vuelta de tuerca final que sacudía la realidad y lo cambiaba todo, para todos, de tal manera que nos impulsaba a carcajearnos, a lanzar aullidos de entusiasmo y a pasar las páginas tan deprisa como humanamente podíamos. El único problema era el título.
—No lo pillo. ¿Qué pinta Adonis en todo esto?
—Es que la ciudad se llama Adonis. ¿No queda claro?
—No, si eso está claro, clarísimo, pero lo que no entiendo es «por qué» se tiene que llamar Adonis. ¿Se encuentra en la Tierra? ¿O será que está en Grecia y yo no termino de verlo?
—¿Por qué iba a estar en Grecia?
—¿Por qué no iba a estarlo? Adonis me suena a griego. ¿Será acaso un planeta que hemos colonizado en el futuro, al estilo de Pern, y estamos reutilizando antiguas…?
—Que no, que no, nada de eso, la acción no transcurre en la Tierra, ni en Grecia, ni en… Vale, a lo mejor el escenario recuerda un poquito a la antigua Grecia, pero no ha sido a propósito. Adonis es un lugar cualquiera, invención mía; no tiene ningún equivalente en el mundo real.
Nos quedamos mirándonos fijamente los unos a los otros, intentando dilucidar por qué nos sentíamos tan desconcertados. ¡En la cabeza de cada uno las cosas tenían todo el sentido del mundo! Los grupos de escritura son así a veces. Al final, otro de los miembros del taller dijo:
—Sabéis que Adonis es un personaje de la mitología griega, ¿verdad?
Brandon empezó a partirse de risa.
—Me cago en la leche, pues no que me había olvidado por completo de él. Ya decía yo que ese nombre era demasiado bueno como para que todavía no estuviera pillado. No os preocupéis, se lo cambio.
Una semana después Brandon nos mandó un email con el segundo capítulo de El espíritu de Elantris, y al cabo de unos meses eliminó el «espíritu» y se quedó con Elantris, a secas. Sigue siendo, hasta la fecha, una de mis novelas de fantasía preferidas. En mi casa, a buen recaudo de los niños y de los fans más atrevidos, guardo lo que, sin duda, algún día habrá de convertirse en la más valiosa de todas mis posesiones: un ejemplar de la primera edición de Elantris, comprado el mismo día que se puso a la venta, con el autógrafo de Brandon y esta sencilla dedicatoria: «Para Dan. El primer libro que firmo en mi vida».
Enhorabuena por estos diez años, Brandon. Bien hecho. Seguro que dentro de un par de siglos algún joven autor en ciernes, tan brillante como prometedor, le pondrá tu nombre sin darse cuenta a la primera novela de fantasía que escriba.
Entonces sí que lo habrás conseguido de veras.
DAN WELLS



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En el texto hay: fantasia, accion, magia

Editado: 15.09.2022

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