Ese auto era una mierda, literalmente.
Era muy —pero muy— viejo y hacía unos ruidos extraños que incomodaban y asqueaban a la copiloto, sin contar que la hacía rebotar en el asiento de tanto en tanto, como si ella fuera una pelota de goma o algo así.
No obstante, veía al ojiazul de soslayo, con ese porte tan refinado y brusco a la vez que aparentaba, ese cabello semi largo y alborotado, una sonrisa matadora plasmada en sus labios, sus rusticas manos tomando con maestría el volante y el sol iluminándole el rostro; al simplemente observarlo se mejoraba todo, el carro, el ambiente y sus sentimientos... Sus sentimientos solo se alimentaban más y más.
Ella tomó el impulso de encender la radio —relativamente obsoleta— y empezó a cantar las canciones que colocaban como si no hubiera un mañana —le estresaba no poder hablar libremente con él, aún no sabía cómo expresarse; ni siquiera sabía cómo expresarle su cariño... Que solo con besos no podía ser, aunque esa idea no le molestara del todo—
Su nerviosismo se podía notar en el leve movimiento de sus pies y el roce de las yemas de sus dedos con sus piernas, se mordía los labios reiteradas veces y acomodaba —casi de manera enfermiza— su cabello castaño tras su oreja.
Un frenazo la sacó de sus pensamientos nada gratos y casi pega la cabeza en la guantera del auto; soltó una exclamación nada decente mientras le lanzaba una mirada iracunda a su acompañante, el responsable de aquello. Se acarició de forma bruta la frente —era tal su delicadeza que se sintió peor al terminar de disque sobarse—.
— ¿Qué pasó? —interrogó el ojiazul, mirándola fijamente— ¿Te aporreaste? —agregó burlón, estaba utilizando todas sus fuerzas de control para no reírse en su cara.
— ¿Que si me aporreé? —preguntó en un murmullo— ¿Que si me aporreé? —su mirada se ensombreció dos tonos, o quizá 3000— mamagüevo... ¡De bolas que me aporreé! Me va a salir un chichón del tiro, alégrate que no me de torticulis o el latigazo ese que dicen que da. Yo qué sé.
James estaba mirando todo su show de una manera tan profunda e inexplicable que se le erizó la piel por completo, cuando el se carcajeó ella se regociojó en ese sonido tan único e inigualable —solo que lo disimuló, aunque no muy bien— se dejó llevar por ese sentimiento que empezaba a nacer en su pecho, tan jodidamente cálido y sereno.
— Realmente eres única en tu especie —soltó, así como así, como si fuera la cosa más normal del mundo, la mano de él se dirigió a su mejilla con suavidad y como si la estuviera venerando, la acarició. Se inclinó para rozar su nariz con la suya— y eso me encanta, extrañamente.
Ella estaba mansa como una yegua, como cura día de semana, como león comiéndose a un cervatillo... Sin embargo, escuchar esas últimas palabras encendió sus sensores, todas sus alarmas empezaron a dispararse, una tras otra —y ve a saber tú qué más pasó en esa cabeza de ella—; y eso definitivamente no era bueno.
— ¿Me estás diciendo que soy un extraterrestre o una vaina así? —la indignación destilando de su voz, la mirada de él parecía confundida, pero solo eso bastó para confirmar las sospechas de la chica que se encontraba ya de brazos cruzados— si es eso, me lo dices a la hora de ya. Y nos ahorramos los peos maritales y así no tengo problemas emocionales más tarde...
— ¡Ah, pues. Loca! —la exclamación del chico interrumpió su palabrería y la dejo aturdida, sus ojos olivas se dirigieron a los azules de él con lentitud y lo analizó con atención— mira. Yo no sé cuáles son las ideas locas que se te pueden llegar a cruzar por esa cabeza tan bonita que tienes... Pero que yo sepa tu no eres un alíen —comentó sincero— A menos que me hayas engañado todo este tiempo y en verdad pertenezcas a Venus, y estés transformada en una humana que realmente me está enloqueciendo... —sus hipótesis dejaron anonadada a la muchacha, lo miro como si estuviera loco de manicomio— y si es así, de ahora en adelante te diré E.T.
Ella inmediatamente le golpeó el hombro —no jugando, era un golpe serio—, él se encogió de hombros y arrancó el automóvil de nuevo.
Ella empezó a pensar en aquello que le había dicho y se quedó en shock. Se dio cuenta que aquél ojiazul que conoció en un apagón se estaba convirtiendo en algo más...
Él no se quejaba de sus mañas y manías, no se tapaba los oídos a la hora de sus críticas y berrinches —cosa que hasta sus padres hacían— y para colmo de los colmos, le gustaban sus caprichos y escándalos... ¡Le divertían!
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Editado: 23.05.2019