Lentamente abrió los ojos, los párpados le pesaban, la cabeza le dolía como si hubiera recibido un fuerte golpe, la garganta le ardía y se encontraba reseca. Le costó un tiempo ubicarse ya que sufría un poco de mareo, cuando consiguió mirar a su alrededor fue consciente de todo lo que había ocurrido, una lluvia de recuerdos perturbaron su mente, y fue ahí que entendió que el príncipe finalmente había mostrado su verdadero rostro, la había traicionado, ahora sí estaba segura de que las profecías eran ciertas, de que realmente su muerte estaba cerca. No sentía miedo porque finalmente se reuniría en el cielo, con sus padres y ancestros, ya había gobernado durante muchísimos años, ahora solo necesitaba descansar y estar en paz.
Miró a cada lado y divisó las cadenas que se encontraban en sus brazos, estaba justo en medio de uno de los calabozos del castillo, trato de liberarse de las cadenas pero se encontraba tan débil que el hierro con que estaban hechas le lastimó ambas muñecas, a oscuras, encadenada y tras las rejas de un calabozo, no tenía muchas opciones, recordaba que había sido envenenada con vino una poderosa droga o veneno para los regium, pequeñas cantidades, los debilitaban y hacía un desastre sus poderes, pero en grandes cantidades podía matarlos y volverlos violentos al punto de que no ser capaces de controlar la ira que aparecía producto de la bebida.
No tenía escapatoria, ya se había dado por vencida cuando unos pasos resonaron por todo el lugar, aun llevaba su vestido y su corona así que como la reina que era levantó su mentón y esperó con un rostro frío y sereno a la persona que se aproximaba.
Ni se sorprendió cuando vio a Meriel a quien había mandado a encarcelar frente a ella, la banshee llevaba uno de sus vestidos reales y lucía joyas que para las de su especie estaban prohibidas. Su cabello que antes siempre estaba suelto se encontraba recogido en una trenza y hasta los cuernos que normalmente ocultaba estaban visibles y adornados con piedras preciosas.
—Veo que tú no pierdes el tiempo —habló la reina —. Tus aires de grandeza son tan grandes como tu ego, necesitas imitarme para sentirte bien, acaso quieres mi corona también.
—De hecho sí, pero no esa —señaló la que se encontraba en la cabeza de Marissa —. Busco la verdadera —La reina mostró una sonrisa malvada porque ella, se había adelantado y en aquel momento estaba bien lejos y fuera del alcance de la banshee. No pudo evitar preguntarse cómo era posible que conociera aquel secreto.
—¿Dónde está? —preguntó furiosa
—Lejos de ti, no la encontrarás —La banshee soltó un gruñido, levantó su rostro y se podía ver la furia que la carcomía por dentro. Abrió la celda para entrar —Dime dónde está o te arrepentirás —La reina, que tenía un rostro inexpresivo con mucha paciencia la miró de arriba abajo antes de contestar
—Aunque la mona se vista de seda, mona se queda —Meriel tomó a la reina por el cuello, sus largas uñas se presionaron sobre la piel provocando un fuerte dolor, pero ni siquiera así la reina chistó del dolor.
—Hablarás o veremos si luego de mis torturas aún tienes tiempo para tus chistecitos
—Sabes —habló Marissa con un poco de trabajo pues el aire no llegaba bien a sus pulmones —siempre supe que no eras de fiar, nunca me gustaste —Meriel la soltó, y con mucha molestia tomó las cadenas de sus manos y las estiró tanto que los brazos de la reina se encontraban estirados en el aire.
—No quiero hacerte daño, pero si no cooperas me obligarás a lastimarte
—No existe forma de que hable o te diga algo sobre lo que desees saber
—En eso se equivoca —La banshee tomó un cuchillo que se encontraba en una mesa con varios instrumentos de tortura, observó el filo con un brillo asesino en los ojos —Tengo en mi poder a Tu hijo, si no habla iré a por él
—Dustin es otro traidor, él ni siquiera merece ser rey, su coronación solo traerá desgracias al reino —dijo con furia cada palabra —además lo necesitas, todos saben que en el trono debe existir un regium para mantener el orden
—Una madre siempre protege a sus hijos, no creo que tú seas la excepción, solo hablas así para confundirme
—Yo no soy cualquier madre, antes de todo soy una reina y el príncipe en vez de un líder, se ha vuelto tu pelele, los espíritus no lo apoyarán cuando ascienda al trono —le costaba decir cada palabra, pero en el fondo sabía que era la verdad.
Meriel caminó hacia la reina, colocó el cuchillo sobre el hermoso rostro de la reina, lentamente fue bajando hasta llegar a su cuello y cuando llego al pecho una herida provocó que la sangre de la reina comenzara a brotar.
—Ups, los siento —una risa malvada resonó por todo el lugar —una de las cosas que más me gustó de mi educación es que mi madre me enseñó la anatomía de cada especie, su objetivo era enseñarme a sanar pero yo quise llevarlo más allá y gracias a eso, se exactamente dónde presionar sin que te mueras. Te aconsejo que me digas lo que quiero saber o sufrirás, créeme lo harás.
—Puedes hasta cortarme las alas si deseas, jamás le diría algo a un traidor como tú —la reina habló y le escupió el rostro a Meriel, quién puso cara de asco y con mucha molestia se la limpió.
—No me des ideas Marissa que primero tienes que sufrir —ella levantó el cuchillo y lo encajó en la pierna de la reina, justamente en su rodilla, aquello dolía como el mismísimo infierno, el cuchillo tenía tanto filo que llegó a lastimar el hueso de la reina pero a pesar de eso, Marissa permanecía impasible, una lágrima recorrió su mejilla pero en sus labios había una sonrisa, sin duda la reina era una mujer extremadamente fuerte y Meriel necesitaría mucho esfuerzo para quebrarla. Ambas permanecieron en absoluto silencio, con una guerra de miradas hasta que fueron interrumpidas.