Elegida ©

Capítulo 4

Cuando hube puesto un pie dentro de su habitación, crei que mi invadiría algún tipo de escalofrío, como cuando sueles estar en lugares donde hay muy malas vibras. 

Sin embargo, no fue así, e incluso cuando la habitación de Thaleb era un tanto tenebrosa, me sentí bien, como si estuviera en la mía. A diferencia de que ésta era lúgubre, las paredes se mantenían oscuras con algunos dibujos un tanto abrumadores por su gran contenido de oscuridad.  

Me cuestioné sobre cómo los hizo o quién los dibujó, debió ser un arduo trabajo y Thaleb apenas y llevaba dos días en esta casa, no pudo acabarlos tan rápidamente. O tal vez tenía tiempo de haberlos hecho. 

Suspiré.

Apreté los libros contra mi pecho cuando la puerta detrás de mí se cerró con fuerza, haciéndome saber que me hallaba sola con un chico apuesto, pero desconocido y nada amistoso, dentro de una habitación que no era la mía. 

Quise irme, más desistí en cuanto recordé al señor Edril. Se lo debía a él.

—Bien —carraspee aclarándome la garganta—, vamos a comenzar con esto. 

Di la vuelta y Thaleb ya se encontraba sentado en un silla frente a su escritorio de madera, y a un lado había una silla para mí; y mientras la veía sólo pensaba en lo cerca que lo tendría por las próximas horas que fuese a estar aquí.

Avancé hacia él sentándome a su lado. Nuestros brazos se rozaban y de nuevo experimenté la calidez de su piel; no comprendí, aqui no hacia tanto calor, pero en fin, decidí ignorarlo y abri el libro ante su atenta mirada que no se dirigía a mi cara en ningún momento.

—En realidad no vamos muy avanzados, el profesor Spencer no es muy inteligente que digamos —murmuré. 

—Y si no lo es, ¿qué hace impartiendo clases? —Habló por primera vez. Mis dedos bailotearon entre las páginas del libro huyendo de su mirada que en cualquier momento podría recaer sobre mí.

—Bueno, sólo te diré que el dinero mueve a las personas —simplifique y creí que él era la suficientemente inteligente para comprender. 

—Sí, entiendo la avaricia de los humanos, asesinan y corrompen por algo tan banal como lo es el dinero. 

—Lo dices como si tú no fueras humano. —Repuse. Thaleb estiró la comisura de su boca hacia un lado en una mueca despectiva.

—Muestrame qué es lo que has aprendido con Spencer —ignoró mi comentario por completo y yo no insistí en ello.

Suspiré y le mostré lo poco que llevábamos avanzado, y no porque las clases apenas hubiesen comenzado, sino, por lo que mencioné con anterioridad. 

Thaleb me prestaba toda su atención mientras yo le explicaba con calma; anotaba en su cuaderno y cuando se descuidaba, le miraba con atención, detallando su rostro, sus ojos, la forma en que se comportaba, como se movía, los gestos que hacia, siendo para mí un enigma, todo un misterio que deseaba resolver. 

—Thaleb —ambos nos volvimos hacia la puerta donde Edril se hallaba de pie.

—¿Si? 

—Puedes venir un momento, necesito hablarte de algo —y sin esperar respuesta dio media vuelta volviendo por donde vino. Thaleb se volvió a verme antes de salir.

—Enseguida vuelvo, si me disculpas —dijo poniéndose de pie con tal gracia y forma, que por una fracción de segundo me pareció que me hablaba un joven de hace dos siglos. 

Alejé mis estúpidas suposiciones y me tomé un tiempo para detallar su habitación, siendo irremediablemente atraída por los libros que descansaban sobre su mesita de noche, eran dos libros de pasta oscura, en algún tiempo fue negra pero con el pasar de los años se cuarteó y el color se fue deslavando. Se veían antiguos y eran muy gruesos. 

Me levanté de la silla y me asomé hacia la puerta sin oír ruidos. Así que me apresuré a ver los libros de cerca. 

Curiosa noté que no decían ningún título en la pasta, no había nada. Además que eran de piel, aunque ésta se hallaba muy desgastada, como si hubiesen pasado siglos de mano en mano.

Extendí el brazo y pasé la yema de mis dedos por uno de ellos, eran parecidos, sólo cambiaban en tamaño, uno más grueso y largo que el otro. 

Tomé la pasta entre mis dedos y abrí el más grande, notando la inscripción en latín. 

Carajo. Yo no sabía latín y, sin embargo, puede entender a la perfección lo que decía.

Permito que el poder que yace dormitando en mi interior, resurja. 
Desde hoy vuelvo a ti, mi poder será el tuyo, tu fuerza mi sustento, alimentarás mis poderes con cada verso.

Jadee y di un paso atrás y miré mi mano que ardió como si la hubiesen quemado, hasta puedo jurar que vi los destellos del fuego entrar por mi piel y extenderse por mi brazo como si en lugar de que fuera sangre lo que recorría mis venas, fuera fuego.
Mi brazo tembló y aquel temblor se extendió hasta mi pecho y me sacudió el cuerpo entero, haciéndome trastabillar mientras luchaba por asirme de algo, mareandome y sofocada ante aquel calor que me abrazaba y no me dejaba respirar con facilidad.



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En el texto hay: brujos, amor puro, suspense

Editado: 12.09.2018

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