Elegida ©

Capítulo 11

Escudriñabacon fingido interés el cuadro que colgaba frente a mí, paisajes claros, una cabaña en medio del bosque, árboles de roble a su alrededor y un sendero de piedrecillas rojas que terminaban en la orilla de un lago que reflejaba con nitidez los rayos del sol, el mismo que reinaba en lo alto majestuoso e inalcanzable.

Tuve la ligera sensación de haberlo visto antes, mejor dicho, de haber estado allí.

Describiría a detalle el olor que desprendía la madera de la cabaña, el aroma de la suave brisa acompañada de la calidez del sol y lo fresco del agua. También, decir con exactitud como se sentía lo caliente de aquellos rayos sobre mi piel, los sonidos del bosque que rodeaba la cabaña como si la estuviese engullendo de a poco, empequeñeciendola con cada segundo que transcurría.

Indagué profundamente en sus ventanas que sólo desprendían oscuridad pero que por un motivo desconocido me llevaban a ver, —no literalmente dentro del cuadro— cada detalle de lo que había en su interior como si en realidad los cristales fuesen como cualquier otros.

Parpadee un par de ocasiones y mis ojos ardieron levemente a causa del tiempo que se mantuvieron abiertos sin parpadear.

Aparté la mirada de la pintura y fijé mi atención en las siluetas que se movían en la cocina; el olor a café recién hecho apretó mi nariz yendo a parar a mi estómago que protestó hambriento.
Tuve la intención de levantarme del sofá donde Thaleb me dejó hace unos minutos; mis dedos se asieron contra el mullido tapiz que los cubría precipitando mi cuerpo hacia al frente, desistiendo en segundos de ello. Relajé la espalda volviendo a mi posición habitual y oí los pasos de ambos contra la madera aproximándose a mí.

Contraje las piernas y junté mis pies, cruzando las manos sobre mis muslos con la mirada fija en Edril y Thaleb; éste último traía en sus manos un par de tazas, a la vez que su padre sostenía una jarra metálica que deduje por obviedad, contenía café.

Vacilé entre ponerme de pie y ayudarles a servir, hacer algo más que mantenerme sentada frente a ellos. Sin embargo, cuando Edril notó mis intenciones, sonrió y con un gesto de su mano me pidió que me mantuviera en mi lugar.

Obedecí.

—¿Te gusta dulce? —Preguntó amable Edril, vertiendo el café dentro de la taza con toda la asiduidad posible.

—Sí —contesté abrumada, mirando con interés el humo del café que se movía como un fantasma sobre la mesa hasta que desapareció por completo dejando detrás de él un suave olor que de nuevo hizo rugir mi estómago.

Thaleb me tendió la taza con cuidado, procurando no tocarme, ni mucho menos mirarme a la cara, ya que esquivaba mi mirada y se comportaba más hostil que de costumbre.

Sus cambios de humor me estresaban. Era impredecible; hace unos momentos me sonreía como si fuésemos amigos de toda la vida y ahora me trataba como si apenas me conociera.

Suspiré y rodee con mi dedo índice el contorno de la taza sintiendo el humo contra mis dedos y lo caliente emanar de la porcelana. Pero incluso así no me molestaba, bien podría estar ardiendo y yo seguiría sujetándola firmemente entre mis manos sin el menor problema.

—¿Galletas o pastelillo? —Habló Edril; levanté la vista encontrándome con su sonrisa amable, era de esos tipos que podrían ser unos malditos pero irracionalmente siempre tendrían algo que los hacía simpáticos.

—Galletas —susurré a duras penas.

Me encontraba ansiosa y ávida por escuchar respuestas. Quería dejar el café de lado y comenzar a hablar, tenía la necesidad de demandar su atención, pero al mismo tiempo no quería sonar grosera, mucho menos con un tipo como Edril. Thaleb era punto y aparte. Ahora mismo no me agradaba tanto como su padre.

—La pintura —hablé de pronto, llamando la atención de ambos, sólo que Thaleb se limitó a no mirar más allá de su taza de café—, ¿pertenece a alguna ciudad o país?

Edril se volvió sobre su hombro y miró la pintura un segundo para volver a poner su atención sobre mí. Achicó los ojos y con una elegancia propia de un caballero de siglos pasados, acercó la taza a su boca presionando sus labios contra la porcelana mientras el líquido caliente se precipitaba a su garganta.

—Es la cabaña de mi difunto padre, en Noruega, escondida entre las montañas. —Contestó. Fruncí el ceño y ladee la cabeza hacia un lado— ¿Por qué? —Agregó curioso.

Abrí la boca y volví a cerrarla, sopesando la idea de decirle lo que pasaba por mi cabeza, decidiendo finalmente no hacerlo.

—Curiosidad —contesté displicente. Él sonrió de lado, pillandome en mi mentira, pero sin insistir en profundizar—. Prefiero hablar sobre esto que sucede...

—Adelante, puedes preguntar —dijo haciendo un gesto con la mano. Asentí y agaché la cabeza jugando de nuevo con el borde de la taza, acomodando las preguntas en mi cabeza, cada una de ellas tan absurdas para alguien que mirase desde afuera.



#23766 en Fantasía
#5112 en Magia

En el texto hay: brujos, amor puro, suspense

Editado: 12.09.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.