El sonido de los truenos me hizo abrir los ojos, aquella resonancia se extendió por los cielos y penetró las paredes de la casa; me hizo sentir pequeña ante el retumbar fuerte y experimenté cierto temor mientras desorientada observaba la habitación en donde me encontraba.
La ventana se hallaba abierta y la brisa helada penetraba la estancia, traía consigo el olor a tierra húmeda y la certeza de que pronto caería un diluvio en la ciudad.
Dificultosamente logré sentarme sobre la cama con un dolor punzante en mis costillas y nuca que me imposibilitaba para girar el cuello; sentía el rostro hinchado y supuse que debía de lucir horrible.
Bien, al menos no estaba muerta.
Me percaté de que Thaleb dormitaba sobre el suelo. Sus largas piernas se hallaban contraídas contra su abdomen, sus brazos cruzados y apoyados contra los huesos de sus rodillas. Tenía la cabeza echada hacia atrás con los ojos cerrados y en una posición que me resultó de lo más incómoda. Seguramente despertaría con un dolor de cuello horrible, quizá igual que el mío.
La puerta de la habitación se hallaba abierta, más mis oídos no apreciaron ningún sonido por mucho que intenté encontrarlos mientras pensaba en mi madre y en si se encontraba con bien. Edril la cuidaba, de eso podía estar segura, sin embargo, no me hacía quedarme tranquila, al menos hasta que pudiese cerciorarme con mis propios ojos de ello.
Se me hacía increíble lo que sucedió y lo que estuvo a punto de ocurrirnos y por las manos de quien.
Aún me cuestionaba en el porqué de su odio hacia mí, ¿solo por ser mujer? Me resultaba absurdo, aunque conociendo a mi padre y su actitud machista, podría ser un tanto lógico.
Qué triste que aún en estos tiempos nosotras como mujeres siguiéramos padeciendo este tipo de violencia. Jamás creí que mi padre llegaría a tal punto de querer asesinarnos, ¿cómo podría pensarlo capaz? Era su hija y mi madre su esposa, pero lastimosamente debí contemplarlo, porque desde que le levantó la mano a mi madre dio indicios de su cobardía, de su nula sensibilidad y respeto alguno por nosotras.
Me pregunté si de haber sido yo varón, mi padre hubiese sido diferente.
Probablemente no. A personas como él que no respetan, imparten violencia tanto para mujeres, como para personas de su mismo sexo.
Frenando mis pensamientos en torno a mi padre, me levanté de la cama con cuidado; mis pies se arrastraron contra la madera, y al emitir aquel suave sonido tuve los ojos de Thaleb sobre mí.
No tardó un segundo en estar de pie y a mi lado.
—¿Qué haces? Vuelve a la cama —ordenó suave a la vez que su brazo me rodeaba la cintura sutilmente.
—Quiero saber cómo está mi madre, necesito verla —comenté; surqué mis labios en una mueca de dolor y en contra de mis deseos me recosté en la cama de nuevo con su ayuda.
—Edril está cuidando de ella, por ahora duerme y tú deberías hacer lo mismo. —Apremió; se sentó a mi lado sobre la cama, lucía pasmosamente tranquilo.
—¿Y ese hombre..., dónde está? —Pregunté titubeante. Su rostro cambió radicalmente, pasó de la tranquilidad a la furia.
—¿Hombre? Él es un cobarde, no merece ser llamado de tal modo. —Escupió molesto— Y desgraciadamente se encuentra vivo, pero a una gran distancia de aquí —añadió burlón.
—¿A qué te refieres? —Inquirí confusa. Él negó y sorpresivamente me cogió de la mano; su toque fue sutil y suave, así como cálido.
—No te preocupes por él. Tú y Esther están a salvo, él no volverá a acercarse a ustedes. —Contestó y decidí que al menos por ahora no preguntaría de nuevo por ese hombre que no podía llamarse padre.
Asentí y ambos guardamos silencio, uno que se prolongó por un tiempo que me resultó eterno. Y en ese lapso, lo único que hice fue sentir sus dedos sobre mi piel, suaves caricias que me calmaron e hicieron de aquel silencio uno de los más cómodos que no quise mencionar palabra alguna para no arruinarlo ni romperlo.
Suspiré y en el acto, un gemido lastimero se precipitó de mis labios.
—Edril prepara un té para ti, te ayudará a sanar más rápido —me hizo saber.
—Creí que tendrían poderes curativos —comenté con una leve sonrisa que él me devolvió.
—Hay brujos que los tienen, pero nosotros carecemos de ellos, por desgracia.
—¿Y yo? —Repliqué.
—Lo descubriremos pronto, Gian. —Afirmó.
Sin duda me emocionaba el averiguarlo, mi mente se hallaba calmada y el caos que hubo hace unas horas logró apaciguarse y así abrirle paso a mi curiosidad. Además que me era necesario aprender sobre mi magia, prepararme lo mejor que pudiera, porque aunque Thaleb y Edril no me lo hubiesen dicho, sabía que el tiempo se nos agotaba.
—¿Cuánto tiempo crees que tarde en sanar? —Cuestioné aún con sus dedos asiéndose a los míos de tanto en tanto.
Editado: 12.09.2018