Era extraño el poder escapar de todo con un simple beso. Me pregunté a dónde fueron los sonidos melodiosos de la noche, dónde quedó la brisa fría que acariciaba mi cuerpo, la luz que débilmente nos iluminaba.
Porque mientras Thaleb me besaba, no hubo nada más allá de la calidez de sus labios que yo pudiese sentir. Fue como si ellos me sostuvieran, fueran mi soporte, mi ancla; me llevaron a un plano diferente y único, como si al unir nuestras bocas estuviésemos formando magia pura.
Movía mis labios despacio, era cauta, porque incluso al no ser el primer chico al que besaba, sí que era el más especial. Intentaba disfrutar plenamente de lo blando de su boca, estudiar su textura, grabar su sabor, el cómo se sentían sobre mis labios. Mientras que él, asía sus dedos contra la piel de mis brazos, se presionaban con fuerza como si estuviera esperando que escapara cuando la verdad era que jamás desearía ponerle un fin a nuestro beso, mucho menos quería alejarme de su lado.
Suspiré, Thaleb se bebió mi aliento. Me otorgó un instante para coger oxígeno, luego volvió a besarme; detonaba urgencia, dejó de lado la delicadeza, se precipitó con más ímpetu contra mi boca, contra mi cuerpo. Me abrazó completamente, rodee su cuello con mis brazos, busqué equilibrio, él me lo dio. Encajamos a la perfección. Sonreí sobre sus labios, me percaté de que Thaleb también lo hacía y que no era la única que creía que este momento lo recordaríamos ambos para siempre, que no era la única que le parecía el más dulce de los besos, el más perfecto, el que se dio en el momento oportuno sin ser planeado. Un beso espontáneo que esperó mucho para presentarse.
Lentamente nos detuvimos. Nuestros labios se pegaron un poco, piel con piel, separándose muy despacio hasta que al fin lo hicieron por completo.
Mis ojos se mantuvieron cerrados, aún disfrutaba del éxtasis que abordaba cada centímetro de mi cuerpo, no quería renunciar a él, mucho menos encontrarme con la realidad cuando acababa de estar en un sitio tan especial.
Percibí el toque caliente que emanaban los dedos de Thaleb contra mis mejillas. Sus pulgares se movían suavemente sobre lo terso de mi piel, sentía su aliento aún muy cerca de mí, no se movió un centímetro. Me dio la impresión de que no quería alejarse de mí, que por primera vez me demostraba sin palabras, sin miradas, sólo con un acto, que quería quedarse justo donde se encontraba. Me regocijó el pensar de tal modo.
—No pienso pedirte perdón por esto —dijo apenas en un susurro audible. Sonreí.
—No deseo que lo hagas, no por esto —susurré. Despacio abrí los ojos, fueron al encuentro de los suyos.
Emocionada, extendí el brazo, le toqué la mejilla, absorta en su mirada. Aquellas pupilas brillaban, desprendían luz, los colores de sus ojos se volvieron más nítidos, era como si fuesen una piscina líquida de matices llenos de vida. Estuve segura que nunca encontraría unos ojos como los de él, tan bellos, cautivadores, sucumbía ante esa mirada, lo haría siempre.
—Lamento romper el momento, pero debemos volver —musitó. Apartó un mechón de mi cabello, lo colocó detrás de mi oreja, rozó ocasionalmente mi mejilla.
—Lo sé —coincidí.
Comenzamos a caminar de regreso. Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón. Él mantenía la cabeza fija al frente mientras que yo miraba mis pies moverse.
¿Cómo sobrellevar lo que ocurrió? En mí se hallaba la necesidad de hablar sobre nuestro beso, cuestionarlo y saber qué pensaba, qué le pareció; no ignorarlo y fingir como si no hubiese sucedido.
—Parece que eres un experto besando —hablé. Me arrepentí al segundo.
Grandioso, Gian. Qué excelente comentario.
—No sé ni menos ni más que tú, Gian.
—Me llevas mucha ventaja… por siglos, literalmente —comenté. Aprecié un atisbo de sonrisa en sus labios.
—No he salido con muchas chicas en realidad. Mi interés ha sido la magia, el conocimiento, el poder, aprender sobre ello. Las mujeres se encuentran en lo más bajo de mi lista de prioridades. —Explicó. Enarqué las cejas, sorprendida.
—No eres como los demás chicos, ¿eh? —Inquirí. Comentario equivocado de nuevo, Gian. Maldeci a mi boca y reprendí a mi cerebro, ¿es que acaso no podían coordinarse?
—No me llames egocéntrico, no estoy ni de cerca de ser un engreído, pero es un gran acontecimiento cuando una mujer logra llamar mi atención. —Casi sonrío.
—Yo no lo hacía, ¿cierto? —Aludí en un susurro.
—Eres hermosa, Gian, no cabe duda. Sin embargo, he visto la belleza marchitarse con el paso del tiempo, mientras que una mente resulta más atractiva cuando es madura, vieja, sabía.
—Sucumbes ante una mente, no ante un cuerpo —musité.
—Sucumbí ante ti, Gian —ahogué un jadeo. Mi mente se quedó en blanco. ¿Qué podía decirle? ¡Demonios! Vamos, reacciona.
Editado: 12.09.2018