NADIA
Toco tres veces a la tapadera del alcantarillado.
—Soy Nadia —grito para que me escuchen.
—¡Hey!, ¿Cómo estás? —Alicia abre la tapa y me da una mano para terminar de subir las escaleras. Me sacudo un poco el polvo y arreglo mi mochila.
—Todo normal. ¿Y ustedes? —respondo con una sonrisa elevando mi mirada para hacer contacto con ellas, son mucho más altas que yo.
—Pues por aquí también todo normal —responde Mónica poniendo sus manos en el cinturón de su uniforme.
—Oigan, ustedes no han notado nada raro este fin de semana o los últimos días, ¿O sí? —les pregunto intentando ser sutil.
—¿Raro cómo? Nadie se ha acercado por aquí…me refiero nadie extraño —Alicia voltea a ver a sus alrededores vacíos, manteniendo su postura de militar.
—Necesito completa discreción…lo que pasa es que se nos ha perdido un Umbrahound y quiero saber si hay algún Umbrakin o Condenado tiene algo que ver —explico y ambas divagan por un momento.
—Que extraño. Pero te aseguro que por aquí no ha entrado nadie. Y el muro también está bien vigilado —responde Mónica mirando al alcantarillado, que es la única forma de entrar al Castillo y al Elektrokeskus…a menos que saltes por el muro, pero es casi imposible de trepar sin que nadie se dé cuenta.
—Se que hacen un buen trabajo —les sonrío, dándole palmaditas a Mónica en el hombro.
—Gracias, Nadia —Alicia sonríe con orgullo.
—Tengo que ir a la vigilancia. Vuelvo en unas horas —les digo despidiéndome de ellas.
—Te avisaremos de cualquier cosa extraña —asegura Mónica haciendo un saludo como de militar y yo les sonrío. Ambas vuelven a su posición junto a la alcantarilla.
Camino hacia el sendero que lleva hasta el Pueblo, concentrándome en observar algo fuera de lo común, pero no hay nada.
Los habitantes de las primeras casas del Pueblo me dan los buenos días y me sonríen. La mayoría de ellos son Umbrakines, pero también hay varios Condenados.
—¡Nadia! —escucho como dos voces jóvenes se me acercan. Dos criaturitas me abrazan las piernas.
—¡Hola! ¿Cómo han estado? —me agacho para corresponderles el abrazo. Son un niño y una niña.
—¡Mira! Aprendí a hacer esto —dice Agatha, la niña, moviendo sus pequeñas manos y formando un lazo hecho de sombras—. Es para ti.
Ella se pone detrás de mí y siento como me amarra parte de mi cabello en el lazo negro, ajustándolo con una chonga.
—Es muy lindo, gracias —le digo tocándomelo—. ¿Y su madre?, ¿Ya está en el Elektrokeskus?
—No, está en la casa como loca. No deja de gritar que va tarde —responde David apuntando a su casa.
—¡No puede ser!, ¡Ya es tarde! —sale gritando una mujer de la casa. Es Lidia, una trabajadora de la planta de energía que conozco desde hace mucho. Sale apurada poniéndose unos tacones y poniéndose su mochila—. ¡Nadia! Que gusto verte.
—Tranquila Lidia, te vas a caer —le digo mientras ella intenta balancearse en un pie para acomodarse los tacones.
—Voy demasiado tarde, sé que estás muy muy ocupada, pero ¿Puedes acompañar rápido a los niños a la escuela?, por favor, por favor —me suplica arreglándose el cabello en un moño improvisado.
—Claro que sí. Ahora vete, apúrate, corre —bromeo y ella se ríe aún alterada. Se despide rápido de sus hijos y se va como un relámpago hacia la planta.
Tomo a los niños de la mano y nos vamos a la escuela. En el camino Agatha, habla de cómo David le enseña a crear carritos de juguete con las sombras. Me entretengo con sus historias hasta llegar a la escuela.
Es un pequeño edificio en el centro del Pueblo, junto al mercado. Diviso algunos niños entrando, otros permanecen fuera del edificio jugando con objetos que han hecho con sus manos y otros un poco mayores, simplemente charlando. Construir la escuela fue una de las mejores ideas del Rey Felipe, el bisabuelo de Marco. Sé que no se aprende todo lo que los niños de allá arriba aprenden, pero por lo menos saben lo básico, leer, escribir, matemáticas, conceptos básicos de la fotosíntesis para entender el funcionamiento del Khlorplast y lo más importante, cómo manejar la Umbrakinesis. Así es como aprenden a sacarle provecho a sus poderes en este Mundo.
Me despido de Agatha y Daniel, arreglándoles las corbatitas de sus uniformes y se van corriendo. Espero que crucen la entrada y me retiro con una sonrisa.
Ahora sí, me dirijo a mi destino sin más retrasos.
—Buenos días, señorita Anginhoek, te estábamos esperando —Matías, el Guardia al mando, se acerca a recibirme con una sonrisa cuando me ve.
—Buenos días —le sonrío y agito su mano—. Estoy lista. Empecemos el Reporte.
Llegamos al muro que separa al Pueblo de los Condenados que van llegando. Hay una pequeña torre junto a él, protegida con un cristal anti-balas-mundanas, aunque la mayoría de Condenados vienen desarmados. Me hace un gesto para subir primero por las escaleras de la torre.
—Buenos días —Jorge y José, parte del equipo de Matías me saludan cuando termino de subir las escaleras. Les correspondo y me invitan a pasar al mirador. Me apoyo sobre el cristal y vislumbro el Campo de los Condenados.
Editado: 14.01.2021