— ¿Cómo que se han escapado? —aquella voz escupía las palabras y porque no decirlo, saliva de vez en cuando en su airado tono.
— ¡Tenemos un ejército de soldados a nuestro servicio!, ¡Las mejores armas de última tecnología!, ¡Y un maldito satélite que nos avisa de cualquier anomalía!, ¿Para qué? —gritó esta vez en la cara del soldado que acababa de darle la noticia de que todo el batallón había muerto ahogado y de los tres mil hombres que habían ido a la misión solo se habían salvado los cincuenta que iban en helicóptero, los mismos que habían abandonado la búsqueda cuando ésta no daba resultados.
— Lo siento mi señor —dijo el soldado asumiendo el fallo de la misión. Tenían que capturar o matar al Elementum de agua que debía encontrarse tras los muros de agua que había rodeando la isla. El satélite detecto la anomalía y en cuestión de horas el batallón estaba listo para atacar.
— ¡Sentirlo no te va a servir de nada Lorras! —gritó poseído— ¡Llevo años esperando este momento!, ¡Casi veinte años! —volvió a gritar.
— Lo sé mi señor, por causas desconocidas los Elementum han estado en un perfil muy bajo de actividad, no nos han dado caza en todo este tiempo, al menos no directamente —le recordó.
— Y eso tiene que deberse a algo, ¿Por qué sino se esconderían durante todo este tiempo y ahora de pronto, se descubre así, a la vista?
— Mi señor, si no llega a ser por el satélite jamás lo hubieramos encontrado —advirtió.
— ¡Lo sé imbécil! —le respondió airadamente— Pero no se escondía bajo la superficie, es lo que trato de decir. Tiene que haber salido por alguna razón.
Bien era cierto que no estaban del todo seguros de que se encontrase allí, después de veinte años buscando sin dar con una señal de alguno de ellos, su ferviente deseo por aniquilar a los elementum de la faz de la tierra comenzaba a desesperarlo.
— Tal vez se debiera a la humana.
— ¿Humana? —dijo de pronto— ¿Había una humana?
— Si, señor, era lo que trataba de explicarle antes de que usted me…
— ¡Porqué no me lo dijiste antes, imbécil! —le cogió del chaleco antibalas que llevaba por protección y lo encaró— ¿Qué aspecto tenía ella?, ¿Era rubia? —le inquirió.
— Señor, por lo que pudimos ver desde el aire diría que no, el sujeto era de cabello castaño oscuro, bastante oscuro.
Su superior le soltó repentinamente el chaleco y soltó un improperio, ¿Otra mujer humana que tiene relación con ellos?
— Quiero a esa humana, ¿Me oíste?
— Señor, probablemente haya muerto debido a la ola que arrasó con la isla.
— Si estaba con el Elementum de agua no lo habrá hecho, así que la quiero como sea y la quiero con vida —exclamó sin un ápice de duda.
— Si señor —afirmó, aunque no tuviera la menor idea de donde comenzar a buscar.
(…)
— ¿Cómo creéis que lograron encontraros?, Ni tan siquiera nosotros pudimos hacerlo, no te ofendas —confirmó Theras mientras todos estaban sentados a la mesa discutiendo el asalto que habían tenido en la isla por el que casi acaba con la vida de Aqualius.
— El agua impedía que pudierais comunicaros conmigo —intervino Aqualius, pero supongo que ha podido ser detectado por algún tipo de radar o máquina lo suficientemente potente para llegar hasta esa isla recóndita.
— ¿Tal vez un satélite? —preguntó Ventus.
— Podría ser, ¿Crees que un satélite puede detectar esa anomalía?
— Si, esos chismes son cada vez más potentes, de hecho ya hay algunos que detectan actividad subterránea, por eso tuvimos que adentrarnos aún más esta vez para realizar Plactarium.
— Tenemos que hacer algo al respecto —terció Aqualius— No podemos vivir escondidos, dejándo que nos den caza o estar siempre expectantes a ser encontrados.
— ¿A qué le temes, Aqualius? —le preguntó Theras de pronto.
— Ahora no soy solo yo…—contestó sinceramente— Ahora tengo algo más importante que a mi mismo en lo que pensar —añadió mientras rodeaba con su brazo la cintura de Brigit y con la otra acariciaba su vientre un poco abultado.
— Pero ¿qué es lo que os pasa cuando esa cosa os ataca? —dijo en voz alta Theras de pronto como si estuviera enfadado.
— Jamás lo entendrías —contestó Aqualius sonriendo.
— Lo harás si te ocurre —intervino Forgos.
— Bah —contestó airadamente— ¡Por mi bien espero que esa “cosa” no me afecte nunca!
— No es algo que puedas controlar.
— Pues no lo deseo. —contestó seriamente— No deseo volverme débil o peor aún, tener miedo. —y diciendo esto salió sin dar explicaciones del comedor.