Elena.
Lo que más amo de los fines de semana es que tengo la oportunidad de pasármela recostada en mi cama junto con mi hermana y mi mejor amiga, y ese fin de semana no fue la excepción. Estábamos las tres hechas una maraña de piernas y brazos entrelazados en el cobertizo de la casa, mirando en la pantalla una de las películas favoritas de Sara: El pianista.
Por insistencia de ella habíamos dejado los subtítulos y el idioma original, sin embargo, pese a que Gwren no hubiese repelado en nada, notaba cómo le fastidiaba tener que leer las letras que aparecían en la parte inferior de la pantalla.
Alcancé el control del pequeño mueble que se encontraba al lado de la colchoneta que habíamos colocado en el suelo. Me agradaba que tanto Sara y Gwren se llevasen bien ya que ambas eran las dos mujeres más importantes de mi vida. Dirigí el control hacía el televisor y puse pausa, Sara gruñó, enojada.
— ¡Estaba llegando a la mejor parte! — chilló la pequeña rubia mirándome mal. Le sonreí.
— Lo siento, pero tengo que irme — mordí mis labios, tratando de ocultar mi sonrisa bobalicona mientras me ponía de pie y acomodaba el cuello de mi camiseta. Gwren puso los ojos en blanco.
— ¿De nuevo vas con Vince?
— Quiero prepararlo sutilmente para rechazar su ofrecimiento de mis estadías — suspiré —. Ha insistido mucho.
— Según yo, Ángel tenía el puesto perfecto para ti — indicó mi hermana.
— Lo sé —asentí —, pero tampoco voy a tomarlo.
Gwren y Sara me miraron, sorprendidas.
Tenía en cuenta que mi hermano podía darme la vacante entre los becarios que se presentaban cada semestre en la empresa es más, contaba con tener la preferencia, pero tenía dos muy grandes razones para no aceptarla y tampoco la de Vince: uno, me parecía injusto aunque no se tratase de dinero y dos, ya había echado ojo a una editorial muy reciente, pero con posibilidades de realizar mis prácticas. Estaba a mínimo veinte minutos en auto de casa y el ambiente parecía prometedor. Además tenía que ver con mi rama y mi sueño escondido de escribir algo propio.
— ¿Por qué? — preguntó Gwren.
— Pienso que debería hacerlas en algo más enfocado a Literatura — una sonrisa chueca se dibujó en mi cara —. Voy a romper corazones por eso.
— Mejor mándale un mensaje a Vince desde aquí mientras terminamos de ver la película — Sara cogió el control de la TV y puso play —. Él lo entenderá.
— Quiero verlo también.
— ¿Sabes? — empezó mi hermana sin mirarme —. Me parece que estás iniciando algo así como el derramamiento excesivo de miel con Vince. Relaciones co-dependientes las llaman.
Gwren soltó una risita traviesa.
Sara le correspondió.
— Me dijo que me ama.
Ambas me miraron con los ojos llenos de sorpresa y los labios abiertos de par en par. No tenían en cuenta mi noticia bomba y mucho menos que el rubio tomase la iniciativa tan rápido. Teníamos una relación formal de días, pero habíamos pasado por muchas cosas con anterioridad. Sara no dejó de seguir cada uno de mis movimientos, olvidando por completo la película, desde que me puse mis zapatillas de plataforma, que combinaban a la perfección con mi blusa de botones, hasta cuando me acerqué a ambas y planté dos besos tronadores en sus mejillas.
Sara aulló asqueada y perdió su interés en mí, Gwren por otra parte me sonrió con una felicidad innata clavada en cada una de sus facciones y palmeó mi pierna llamando mi atención.
— Chica suertuda, bueno, no aturdas al pobre hombre — reí ante su comentario.
Salí de la habitación con el grito eufórico de las chicas. Ambas se llevaban de maravilla y eso me alegraba mucho incluso aunque tuviesen más de una broma privada en las que no hacía falta ser muy listo para darse cuenta que eran sobre mí.
Bajé las escaleras rápidamente hasta llegar al primer piso en donde Nubia me recibió con la más cálida de las sonrisas. La abuela Cecil estaba sentada en el sillón de nuestra sala principal mientras leía el periódico, una taza de té humeante se encontraba en la pequeña mesita a su lado, que contrastaba con el cuero blanco de los sillones. Lucía imponente con aquel traje conformado por largos pantalones negros de vestir y una blusa de botones color verde botella; su cabellera rubio cenizo estaba perfectamente peinada pese a lo corto que era, dejando así unos cuantos rulos torcerse los suficiente para recordarme un delicioso algodón de azúcar.
Nubia se acercó a mí y me tendió una charola, donde reposaba un cesto de galletas recién horneadas, le sonreí con gentileza y tomé dos para el camino. Vince me había dicho que podíamos ir a cenar tras checar el asunto de mis estadías con mi hermano al teléfono — idea suya con el fin de que Ángel no se le abalanzase de un momento a otro — y firmar todo lo necesario para considerarme parte del equipo. ¡Qué mal me iba a sentir al rechazar su propuesta!
— Buenos días, abuela — saludé acercándome a ella. Cecil levantó la cabeza lo suficiente para mirarme con resentimiento. No me correspondió el saludo, pero al menos me dio un levísimo avistamiento con sus bellas esmeraldas como las mías.
Mi abuela seguía más que cabreada conmigo por la intervención a última hora en la boda de Ángel, no estaba del todo segura si era por el escándalo que ocasionamos en los medios — ya sabes, una interrupción al estilo Sherk no habla exactamente bien de una familia recatada — o por su amor profundo e incomprensible para mí que tenía por Jane el cual, ¡Era increíblemente perdurable! Pese a que mi hermano y yo le habíamos contado todas las artimañas sucias y traiciones de la bermeja al igual que presentado a Gwren formalmente a quien tachó de caza fortunas y ramera — sí, eso sacó de quicio a Ángel —, seguía reacia a la idea de la novia perfecta en el prototipo Barbie Girl.
Solté un arduo suspiro y tomé asiento a su lado mientras me metía la galleta a la boca, el sabor dulce ayudó con el trago amargo. No me gustaba estar en conflictos con la abuela por culpa de esa perra o su insistencia de creerla la mejor oportunidad para Ángel.
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Editado: 29.10.2020