Vince.
— ¡Ni se te ocurra comportarte como un niño porque no te queda para nada bien Vince! — gritó mi madre al teléfono con la voz más chillona que tenía. Suspiré con cansancio, toda la mañana había utilizado ese tono en un intento vano por persuadirme.
— Madre…
— ¡Es que no lo has entendido Vince! — carraspeó, tratando de controlar su paranoia que me parecía de lo más estúpida —. ¡¿Cómo puedes ser tan malo con tu padre?!
Llevé una de mis manos a mi rostro, tratando de ahogar esa respuesta que estaba ansiosa por salir, no quería echar más leña al fuego violento que era mi madre en ese instante. Aún no me sentía del todo cómodo con el hecho de que mis padres siguieran inmersos en su negativa de no soltarme y aceptar los cambios tan rotundos que había hecho en mi vida después de deslindarme, ahora sí, completamente de ellos. Me mudé cuando tenía dieciocho años, pensando que los problemas terminarían; verlos me alteraba más que nada y sabía que ellos se sentían de la misma forma respecto a mí, pero me equivoqué rotundamente. Agradecer a tus padres por lo que te dan es una buena forma de ser buen hijo, pero el hecho de que tus padres mismos te echen en cara día tras día todo lo que te han dado y lo tomen como una buena alternativa de chantaje para influir hasta en lo más personal de tu vida… bueno, no te ayuda mucho a cumplir tu objetivo de hijo prodigio.
Así que, después de aguantar toda la coerción emocional durante cinco años, tomé mis maletas y salí prácticamente huyendo, la tormenta se hizo aún más grande tras ello, trayendo consigo el mejor papel de esposa mártir con alta culpabilidad por su hijo y un hombre frío que únicamente llamaba para criticar cada parámetro. Sip, mis padres eran alentadores para mantenerlos lo más alejados posible de mi vida, mis amigos y de bueno, Elena.
La respiración entrecortada de mi madre me trajo de vuelta a la tierra, Ella estaba más que cabreada conmigo y no la culpaba, mi padre me había sacado de mis cabales una noche anterior al romper el límite de paciencia que tenía sobre él, fue desastroso el resultado: una serie de comentarios bien planeados y alejados a cumplidos que consiguieron que me mandase al carajo para luego colgarme. Todavía tenía resaca de nuestra pelea y deje decepción a mí mismo, pese a todo era mi padre y le debía respeto incluso aunque él no me demostrase ni un mínimo.
— Ya te he dicho que lo siento — no me gustaba pelear con ella, pero no podía negar que cuando ambos se proponían hacerme rabiar lo conseguían en tiempo record.
— No lo digas de dientes para afuera.
— Llego tarde a un compromiso.
— ¡Ni se te ocurra colgarme jovencito!
— Lo siento, madre.
Colgué.
Deje caer la espalda en el revés de la silla tras lanzar el teléfono en alguna parte de mi escritorio, últimamente los conflictos con mis padres comenzaban a volverse una mera rutina. Era verdad que no había sido exactamente el hijo que mis padres deseasen y también que tampoco hice un mínimo intento por serlo al no respetar ni una sola de sus reglas y condiciones que pusieron sobre mi vida, aun cuando las palabras más duras que mi padre pudiese pronunciar tuviera como resultado: ya no te quiero como hijo. Era duro recordar la manera en que terminó todo, más aún porque la causa de esa desdicha tuvo que ver con la partida de una mujer que nunca fue feliz conmigo y que solo me rompió. No me sentía orgulloso de haberme encaprichado tanto con Caitlin, pero sí reconocía mi valor al amarla sobre todas las cosas el tiempo que lo hice.
Suaves golpes a la puerta llamaron mi atención, sacándome del trance emocional en el que los recuerdos y la charla con mi madre me habían metido. Olivia entró sin siquiera esperar a que hablase, su rostro se llenó de preocupación al verme y se aferró los papeles que tenía entre sus brazos a su pecho. Ella me conocía bastante bien —creo es la única persona que realmente lo hacía— como para leerme a la perfección y saber en lo que pensaba.
Olivia era la única que lo sabía.
— ¿Te llamó nuevamente? — preguntó, su tono atiborrado de seriedad junto con el eco que dejó el cierre de la portezuela me provocaron escalofríos. Ella tomó asiento frente a mi escritorio.
— Están siendo paranoicos ambos ésta vez — no me gustaba verle los ojos cuando le hablaba de aquello, mucho menos percibir esa empatía y lástima que sentía por mí. La madre de Olivia era la mujer más dulce que había podido conocer en la vida, ella no tenía ese tipo de problemas.
— Tal vez deberías dejarles claro que ya eres un adulto, Vince, y que tomas tus propias decisiones.
— A ojo de mi padre mis decisiones son estúpidas y eso me lleva a ser un idiota — cerré los ojos un segundo, intentando controlar la furia que poco a poco comenzaba a domarme. Olivia no merecía mi derroche de imbécil compulsivo, mucho menos cuando lo único a lo que se dedicaba era a mirarme con una calidez tan sincera que terminaba por perturbarme.
— Ellos no saben la clase de hombre que eres, han sólo querido ver la peor parte de ti, olvidando ese gran ser humano que eres — me gustaba cuando Olivia hablaba, cuando me aconsejaba y trataba de hacerme sentir mejor
Extendí una mano hacía ella, en un intento por cambiar el tema. Olivia me entregó los papeles que tendía entre manos con una expresión llena de decepción por mi resistencia a abrirme con ella. No tenía problemas de confianza, pues ella era lo más acercado a una confidente que tuviese nunca, pero no me sentía de ánimos como para compartir, de nueva cuenta, mis fantasmas con ella. Me gustaba mi trabajo, no solo por el buen ambiente laboral sino que también me servía como distracción. Los errores que de cuando en cuando cometía Ángel sí que ayudaban bastante.
Me entretuve en revisar por encima de las letras los cheques que tenía que firmar y los recibos de pago que anexar a las carpetas, Olivia seguía mirándome con esa pizca de remordimiento, demostrando que no me dejaría una salida fácil. Ella no es exactamente una mujer que se dé por vencida a la primera y mucho menos que olvide sus principales objetivos, tenía años de conocerla para poder sustentar mi afirmación.
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Editado: 29.10.2020