Eligiendo al chico equivocado

♥ 03 ♥

¿Se puede olvidar lo que recuerdas olvidar si lo recuerdas para no olvidarlo?

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Geneden

 

—¿En verdad te vas a ir? ¿De verdad, de verdad?

—Sí —cansada, deslizo mi camiseta por mi cabeza. Tengo, aproximadamente, veinte minutos para irme y voy a gastar diez minutos en trasladarme, dos en peinarme y uno en ponerme el abrigo y no puedo utilizar los otros para seguir con esta conversación—. Tengo... ¿Puedes salir de mi cuarto?

—¿Ahora? ¿Ahora mismo?

—Sí, sal de habitación.

—Hablo de irte —entorna los ojos aburrida.

—Um, probablemente dentro de dos minutos, pero si sigues aquí, tal vez, cinco —aplano mis labios y elevo mis cejas—. ¿Podemos hablar de esto en el carro?

—¿Me vas a dejar?

Es suficiente.

—¡Liv! Déjame cambiarme tranquila. No puedo hacerlo si me ves con esa cara.

—¿Te incomoda mi rostro? Te informo que es el único que tengo.

Suspiro cerrando mis párpados.

—No es tu rostro, es tu expresión —ofrezco en vez de rodar mis ojos.

He aprendido que la gente es, vive y sirve a base de preguntas. Hacemos, tenemos y pedimos preguntas cada vez que podemos y es por eso que siempre intento evitar toparme con la interminable curiosidad, o intromisión, de los demás.

Y aunque eso no me funciona como lo esperado, entonces intento dar respuestas que, al menos, sirvan como placebo el fenómeno de insmicuirse más de lo debido.

Olivia es inmune a mis rodeos habituales y eso es inoportuno cuando quiere una respuesta cabal que no puedo darle ahora. Estoy ocupada, ocupadísima, debería de notarlo por mi búsqueda en el armario.

Por lo tanto, cuando me preguntan si realmente soy rubia o si me pinto cada tres meses antes de que se vean las posible raíces de mi cabello que la mayoría cree que son negras, uso parte de mi hemisferio derecho para responder que, improbablemente, uso alegremente una peluca y soy más calva que el topo * que tiene la mágica propiedad de vivir con poco oxígeno, casi nulo.

Caracoles veganos. Obvia y desgraciadamente, nadie se lo cree.

Es un gran problema ser una animal racional y saber que mis respuestas son nada más que maneras de distraerlos para no confesar que en realidad me gusta teñirme las raíces de mi cabello de un color completamente opuesto al que tengo desde que nací.

Y a veces, solo a veces, me dicen extraña por, realmente, pintarme las cejas y las raíces de mi cabello de color negro con el tinte a medio usar del vecino de a lado, el cual me lo vende más barato que las monedas energéticas, ATP, y no dejar mi cabello libre del daño de * y lucir orgullosamente rubia. Así que, la contables ocasiones que respondo con la verdad, tampoco se lo creen y prefieren conjeturar una respuesta que acalle sus dudas ya que yo no puedo brindarle una causa racionalmente justificable.

Por lo general soy la torpe, entonces podría ser la extraña torpe, pero aún nadie me dijo eso. Aunque, debo decir, qué tal vez muchos lo piensan.

Pero Olivia sí dice que soy demasiado extraña a pesar que la que guarda todos los empaques de golosinas recelosamente, es ella. Extrañamente mantiene toda una colección clasificada de cada galleta o chocolate en barra que ha comprado y lo apila en cajas escondidas en su armario para quién sabe qué. No me lo dice y congestiono el rostro cada vez que la veo ordenar, cada sábado, sus chucherías.

¿Lo ven? La rara aquí no soy yo.

Sin embargo, Olivia no puede admitir sus peculiares gustos como los asquerosos palitos de ajonjolí. Por suerte, vaya que sí, no compartimos cuarto porque de ser así, su colección no le haría espacio a mi colección de jeans ni soportaría escucharla hablar entre sueños cada noche antes de despertarse en la madrugada para bajar a la cocina por un vaso con agua.

Ella dice que estoy loca por tener el mismo jean en diferentes colores, pero nadie se queja de sus tontos ganchos para el cabello del mismo modelo en diferentes colores ni la manía de no tener una jarra de agua en su mesa de noche porque le da miedo ahogarse si le cae encima de casualidad.

¡Nadie puede ahogarse por medio litro de agua!

Ambas tenemos cosas por la que quejarnos de la otra sin mirar primero en nuestro armario evitando, tal vez, hundirnos en el cúmulo del silencio. El armario de cada una tiene defectos que nos empeñamos en apilar al fondo, detrás de toda la ropa, para no mostrarlos ni recibir comentarios de ello. Pero, ¿quién podría abrir el armario si nosostros mismos nos empeñamos por mantenerlo cerrado?

¿Cómo se puede arreglar el desastre haciendo otro desastre al arreglarlo?

—Así que, básicamente, me vas a abandonar ahora.

—Claro que no —replico rápidamente.

—Entonces estás huyendo.

—¿Por qué huiría? No soy una criminal.

Olivia se rinde y deja caer los hombros. Aun así, sigue viéndome inquisitiva, pero sin más preguntas que interrumpan mi cambio de ropa, por lo que, resignada me cambio de pantalón frente a ella. Me gusta mi privacidad, pero ella parece empeñada en no darme un poco.

—Mataste una araña, robaste mi zapato para hacerlo y mentiste cuando te pregunté dónde estaba mi balerina.

Caracoles veganos. Eso fue hace cinco años. No tengo tiempo para recordar un pasado que ella se niega a olvidar. Así que la ignoro para evitar caerme de cara intentando mantener el equilibrio en un solo pie.

—Y ahora te vas...

—Bueno, Liv, te recuerdo que tengo un trabajo que hace plusvalía a la cual pertenezco —estiro mi mano y la ahuyento distraída mientras me amarro el cabello. Olivia, por supuesto, no hace casi y desisto de concentrarme en mi espejo para mirarla de lado. Al menos ya terminé con mi ropa, lo más difícil— ¿Quieres, por favor, salir de mi habitación?




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