Después del ataque de los lobos la otra noche, Albenis, no despegó su vista de la mujer ni un minuto en lo que restó del viaje. Solo se sintió aliviado cuando se encontraron dentro del territorio norte. Y no fue el único. Aún faltaba camino por recorrer antes de llegar a la mansión. Sin embargo, haber pisado el norte ya era todo un logro para Elira. Había resistido una semana montando caballo y durmiendo a la intemperie, podía aguantar unas horas más.
A medida que avanzaban el viento se volvía más helado y pesado. Por suerte, Albenis, le había prestado su capa para que se protegiera del frío. La tela de las ropas que llevaba puesta era bastante ligera y delgada, por lo que, de no ser por esa capa probablemente estaría a punto de congelarse.
Mirando alrededor. Notó que lo único que había visto desde que llegaron al norte eran árboles y más árboles. No veía signos de alguna ciudad, pueblo, aldea o siquiera de un pequeño asentamiento… nada. Aquello le pareció raro, pero, sintió que no debía preguntar.
<<A lo mejor este camino es un atajo>>. Se dijo así misma.
Y no se equivocaba. Ese camino reducía la trayectoria hasta la mansión del Duque por lo menos un día, a comparación si tomaban la entrada principal. Pasando por la ciudad de Arges, la ciudad más grande y próspera de aquel territorio inhóspito, también conocida como “la capital del norte”.
Título que por supuesto no fue del agrado del emperador.
—Llegamos —dijo Albenis, en un tono lo suficiente bajo para que solo ella pueda escucharlo.
Elira fija su vista al frente. De inmediato un enorme muro aparece delante de sus ojos. No pudo evitar volver a sentirse nerviosa.
No le cabían dudas de que el Duque vivía allí.
El portón se abrió de par en par. Permitiendo el ingreso al imponente dueño y señor de la mansión que más bien parecía una fortaleza. Seguido por los soldados. En la entrada de la mansión se encontraba un hombre de cabello cano listo para recibir al Duque.
—Hubo algún problema en mi ausencia —preguntó Albenis, apenas bajó del caballo.
—Ninguno, mi señor —respondió el hombre, hasta ahora desconocido para ella.
—Es bueno saber que sigues siendo tan confiable como siempre, Joseph.
—Me alegra escuchar eso.
Sin dudas era un mayordomo confiable.
Es justo por eso que lo conservó a su lado aún después de haber muerto su padre, el antiguo Duque, hace cinco años.
—¿Cómo sigue el chico?
—Su estado no ha hecho más que empeorar desde que usted se fue.
Al escuchar la respuesta de Joseph. Apretó su mano con fuerza hasta convertirla en un puño. Si la cosas continuaban así, Caled, moría incluso antes de que la bruja alcanzara siquiera a revisarlo. No quería pensar que había traído esa mujer en vano. Sin embargo, tampoco quería presionarla para que fuera a atenderlo de inmediato.
Ella debía tener un cuerpo agotado, por lo que, tenía que recuperar sus fuerzas antes.
—Si se encuentra tan grave —habla Elira, interrumpiendo sus pensamientos del Duque—. Me gustaría ir a verlo de inmediato.
—No —suelta él con firmeza—. En su lugar, preferiría que descanse y coma algo primero. Su salud también es importante.
<<¿De verdad es el mismo hombre que le había lanzado una daga sin dudar?>>
Sí.
Todavía no se olvidaba de ello. Puede que no quisiera estar allí pero aún así no podía ignorar a quien necesitaba su ayuda. Tal vez muchos le desearían la muerte por el hecho de ser bruja, sin embargo, ella no esperaba que nadie muriera. Es más. Estaría feliz de sacrificar su vida si con eso conseguía que alguien más viviera en su lugar.
—Eso lo entiendo. Pero, yo prefiero ver a mi paciente primero… si no le molesta, Duque.
—Como quiera —dice, antes de dirigirse al mayordomo—. Llévanos a la habitación.
Antes de acatar la orden de su señor. El anciano se toma unos segundos para reparar de pies a cabeza a la mujer que el Duque trajo consigo. Al hacerlo. Fue inevitable pensar en que al fin había perdido la cabeza. Es que, ¿cómo se le ocurría que esa simple muchacha podría curar la enfermedad del pequeño maestro?
Su aspecto era igual al de una mera campesina. Es imposible que tuviera conocimientos en medicina, quizás, solo fuera mera una herbolaria que buscaba experimentar con matas y ungüentos. Tampoco podía juzgar al Duque por traerla, después de todo, está dispuesto a hacer cualquier cosa por salvar la vida de su sobrino.
Y la presencia de esa mujer lo terminaba de confirmar.
Soltó un pequeño y débil suspiro cuando se dignó a contestar:
—Como ordene, mi señor.
La mansión resultó ser más grande y amplia por dentro que lo que se veía por fuera. Con cada paso le era imposible apartar la vista de los delicados y bellos calados que adornaban las enormes columnas, ni de los antiguos vitrales en las ventanas principales del lujoso lugar. Pero —por alguna razón—, lo que más había llamado su atención eran los lustrosos y finos pisos de mármol sobre los que caminaba.
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Editado: 30.09.2023