Elira

Capítulo 7.

 

—¡Señorita! —la joven mucama entra casi sin respiración a la habitación.

La razón, es que, había corrido todo el camino sin siquiera detenerse. Era de suma importancia que ella fuera de las primeras personas en enterarse de los últimos acontecimientos de la mansión.

—¿Qué sucede, Annie? —pregunta Elira, despegando la vista del libro que el mayordomo le consiguió el día anterior, para centrar toda su atención en la muchacha pecosa de cabello castaño y ojos almendrados que interrumpió su tarde de lectura.

Toma aire antes de responder.

—El pequeño maestro… ha despertado.

El libro que Elira sostenía, se deslizó de sus dedos y cayó al suelo. Aquella noticia la tomó por sorpresa. No es que pensara que el niño nunca abriría los ojos. Sin embargo, en vista que el transmito estaba tardando más de lo previsto, concluyó que le llevaría más tiempo hacerlo.

Por supuesto. Qué despertase la alivió de sobremanera. Después de todo, significaba que no tendría que seguir drenando su propia energía mágica.

—¿Puedo ir a verlo? —habla al fin.

—Por supuesto. De hecho el mismo mayordomo solicitó su preferencia.

Sin perder tiempo. Se levantó de la silla en la estaba sentada y se apresuró a salir de la habitación en compañía de Annie.

A medida que avanzaban, Elira, sentía en su pecho una mezcla de nerviosismo y tranquilidad. Todavía no podía asegurar que el niño estuviera sano por completo o que su condición no empeoraría de nuevo, aún así, la relajaba el hecho de que recuperó la conciencia.

Eso le indicaba que su cuerpo aceptó el tratamiento.

En cualquier caso, era mejor comprobar su estado personalmente, después de todo era la principal razón por la que se encontraba allí.

Al llegar a su destino, el mayordomo le indicó que ingresara a la habitación del pequeño. Y eso hizo. El niño estaba sentado en el centro de la cama, una suave y lujosa manta cubría sus piernas. De inmediato, posó sus ojos en la extraña mujer de cabello plateado que yacía de pie junto a la puerta.

Elira, se sorprendió al notar que hasta sus ojos fueran iguales a los del Duque, pero, supo disimularlo bien.

—¿Quién eres? —pregunta el niño, al ver que ella no dice nada.

—Mi nombre es Elira —contesta la mujer haciendo una pequeña reverencia. A pesar de solo tener once años, debe hablarle y tratarlo con cuidado por el mero hecho de ser un noble—. Estoy aquí para revisar su salud…

—Entonces, ¿eres una sanadora? —suena un poco estoico al momento de hablar, pues, todos los sanadores que habían ido antes a visitarlo todos eran hombres. 

Y no le gustaban.

Todo lo contrario. Los detestaba. Ellos eran muy malos y fríos con él. 

No tuvo necesidad de decirlo en voz alta porque Elira, con solo ver la expresión en su rostro lo supo. Y fue inevitable que su mente imaginara todo lo que tuvo que pasar. Aquellos que se suponía que debían ayudarlo solo observaban en silencio como un ser tan  joven sufría de una muerte lenta y dolorosa.

Suelta un suspiro.

—No exactamente —responde la mujer por fin—, pero soy más confiable que un sanador.

—¿De verdad? 

—Así es —le asegura—. Y prometo que no voy a lastimarlo.

La mira con algo de desconfianza. 

 —Entiendo que no confíe en mí —no era para menos, nunca antes la había visto—. Hagamos una cosa… solo sostendré su mano por un momento y, si siente que lo estoy lastimado, me alejaré de inmediato.

—... Está bien.

Tal y como dijo, Elira toma la pequeña mano del niño y después libera su energía. Justo como pensaba. Su flujo de maná no se ha arreglado por completo, pero, ya no es nada grave. Ahora, lo que más preocupa es lo débil y desnutrido que está su cuerpo. 

Se encargará de decírselo al Duque cuando regrese.

—¿Eso es todo? —pregunta al niño, al sentir que aquella sensación cálida y agradable que envolvió su pequeño cuerpo, desapareció por completo en un instante.

—Sí —contestó Elira, apartando sus manos de él—. Ahora lo dejaré descansar.

—Espera un momento —sostiene con fuerza la falda del vestido que trae puesto la mujer—, ¿Puedes quedarte aquí hasta que me duerma?

Ella sonríe.

Le dió mucho gusto saber que a pesar de todo, actúa de acuerdo a su edad, cosa que la tranquilizó bastante.

—Claro. 

****

Lo primero que nota Albenis cuando llega a la mansión, es el gran alboroto que hay por parte de los soldados y la servidumbre. 

Fue imposible para él no alarmarse.

Pues, lo primero que pensó es que algo grave ocurrió o en el menor de los casos, capturaron a un intruso. 

—¿Qué está sucediendo? —pregunta Amaro, después de capturar a un soldado que pasaba junto a ellos.

El hombre desvía su ojos hacia Albenis antes de contestar:




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