Espíritu centinela, la Weichan, que lleva más de cinco siglos
pariendo historia nueva.
Sus plumas de cóndor
le infunden honor y fuerza.
La india camina erguida,
a pesar del peso de la persecución, de la cruz
y de las balas gringas
que la hacen paria en su propia tierra.
Sus pies descalzos, sangrando de heridas viejas,
se lavan en arroyos de montañas,
otroras libres, majestuosas,
ahora, cercadas;
o danzando alrededor de clandestinas fogatas.
Sus ojos llevan plasmados
lo mismo que veían sus ancestros
mientras cazaban en los prados.
La india no sabe lo que es el olvido;
recita en lengua nativa plegarias
que en el inicio de los tiempos su pueblo cantaba.
La india descansa al anochecer con los ojos entreabiertos,
soñando que la Pachamama le llena el vientre vacío
a su niño
con tierno maíz y cantos de consuelo;
y a ella la envuelve en mantos de plumas silvestres
que sólo les es dado a aquellos que son uno
con el Inca de antaño,
con el padre de todos,
el rey sol dorado...