Sólo fue un instante...
La vi por un instante...
Y ya no pude dejar de verla,
ni pude olvidarme de ella...
Pasó a mi lado,
no iba caminando,
sino flotando sobre el suelo mojado,
y, nívea y transparente, brillaba su piel de nácar.
Llevaba el luto en el cuerpo,
en los huesos
y presumo también en el alma.
Sólo la protegía del mísero invierno
un viejo paraguas
más ella se aferraba a él
como si fuera un par de alas.
Las gotas osadas que el cielo lloraba
se prendían en sus cabellos
y en su exquisito color azabache
brillaban.
Y en su vestido teñido de negro intenso,
un negro que con los años
se hubo vuelto más profundo y más inquieto
pude ver yo
marcas de garras y bajo la piel, cicatrices encarnadas.
Pero aún con luto, con cicatrices y de negro,
ella podía transformar el mundo opaco de afuera
y el oscuro vendabal de lluvia inquieta
en ríos de colores vivos
que aunque invisibles a simple vista,
lavaban el luto
del vestido,
del alma,
de los huesos
y de los sentidos,
los suyos...y los míos...