Ella lleva la escasez del mundo
en sus hombros pequeños;
tiene cicatrices milenarias,
a pesar de su mirada aún joven
y sus manos rutinarias.
Ella carga con sueños frustrados,
su corazón es una semilla seca
que a germinar nunca la dejaron.
Aunque es una simple Hija de Eva,
conoce el nombre propio de cada estrella,
de cada espíritu errante que en la noche vuela.
Ella tiene los pies descalzos
y aún avanza aunque la grava queme y duela.
Tuvo zapatos alguna vez,
más sus pies crecieron a destiempo;
a destiempo se hizo mujer.
Ella mece entre sus brazos flacos,
al oscurecer,
los despojos de la vida que de día sueña
con tener.
Ella implora, maldice, condena
y luego, al mirarse en el espejo de un poema,
se sabe carente de gracia y virtudes...
y ya no condena.
Ella, con la fealdad lastimera que porta
después de una existencia maltrecha,
llena la mía de una exclusiva belleza;
porque a pesar de sentirse ya casi muerta,
me reta a vivir,
a sentir,
a soñar...
¡Y yo lo hago,
porque ella vale la pena!