–¿Uno? ¿Dos? ¿Cuatro? ¿Están bien?– pensó Tres desde una incubadora pequeña.
– Sí, sí...– contestó Uno parpadeando trabajosamente– ¿Por qué siempre ponen las luces tan fuertes?
-Es cuestión de tiempo. Tus ojos se adaptarán rápido.- dijo Dos, mirando a Uno y a Tres desde su propia incubadora.
-¡Qué rápido fue esta vez!- exclamó Tres- Tan sólo un parpadeo. Cada vez..., morir y nacer parece más sencillo...
-No entiendo porqué siempre nos apuramos para volver. Ya tengo hambre, estoy mojado y ni siquiera llevo un par de horas aquí...¡Sólo pensar que tengo que volver a aprender a caminar!, a hablar en voz alta un idioma que no conozco, ser niño otra vez, y la escuela...¡¡¡Otra vez, ir a la escuela!!!¡Me recuerdan porqué tanto apuro...!-Uno parecía fastidiado.
-Por sonrisas como ésa...- dijo Dos, señalando con su pequeña mano temblorosa que aún le costaba manejar el vidrio que los separaba de los visitantes.
-Ah..., por la forma en la que te sonríe, esa debe ser tu mamá.-dijo Tres, suspirando.
-Sí, ¡qué hermosa sonrisa tiene! Ahora recuerdo porqué siempre deseamos volver a nacer. Sonrisas como esa son lo mejor del mundo.- dijo Uno e inmediatamente se puso a llorar de la emoción.
-¿Dónde está Cuatro?- preguntó Tres de repente- Venía justo delante de nosotros pero ahora no lo veo por ningún lado.
-Sobrevolábamos la línea temporal cuando me dijo que descendería un poco antes...y que luego nos volveríamos a encontrar.- contestó Dos.
-Siempre nos volvemos a encontrar.- dijo Uno, todavía sollozando.
-¿Qué habrá visto...?-preguntó Tres.
Los otros no supieron responder.
Pero Cuatro no se hallaba muy lejos. Sólo había nacido un poco antes. Miraba con ojos curiosos al camino mientras jugaba con un trozo de madera, imaginándolo un avión, en el patio del orfanato donde había crecido. De repente, una mujer de larga cabellera y una blanca sonrisa iluminada se acercó a él. Cuatro le devolvió la sonrisa con otra, mostrando que le faltaban unos cuantos dientes en su boca infantil. La mujer comenzó a llorar en silencio mientras le tendía una mano dulce, aún cuando seguía sonriendo, ahora con mucha más dulzura. Lágrimas parecidas a esas, aunque esa vez de tristeza, eran las que Cuatro había visto mientras volaba. Por eso siempre valía la pena volver a nacer tan rápido; le gustaba ser el causante de sonrisas como aquella.