La de las pupilas destellantes,
y el cabello de ónix negro, tan negro como un interminable anochecer;
la que era capaz de hablarle a los mares embravecidos
y su furia calmaban con sólo acariciar sus pies.
La misma inspiradora de Titania,
la que le dio su poder a las flechas de Diana.
Ella, la que solía vestirse de jade y ramas
que sus mismas manos trenzaban y hacían crecer.
La reina no coronada, dormida, olvidada,
de milenarios cuentos de hadas.
La que sin titubear, cambió la magia infinita de la Naturaleza
por un amor finito y humano,
logrando como recompensa a su rebeldía
ser poseedora de un cuerpo tan frágil
como jamás hubiese imaginado tener.
Ella, que daría sin pensarlo, su propia vida,
la mortal
y la eterna también, si todavía la tuviera,
por verme trasmutar mis lágrimas
por una sonrisa plena.
La misma ella, que sin saberlo
aún es capaz de destellar como esmeralda
cuando cree que nadie más la ve;
la que se deshace de placer en mis brazos
hasta el amanecer.
Esa es la diosa que renunció,
quizás para siempre,
a su estirpe,
por al mundo de barro descender
y amarme
como nadie más lo supo hacer...