—¿Qué estás haciendo? —preguntó Josef a un chico, le arrebató el celular y lo tiró al suelo—, ¿no te das cuenta que ella está muy enferma? Y tú solo pensando en hacerte fama con su situación —su voz sonó fuerte y ruda.
Los demás estudiantes empezaron a regañar al estudiante. Alejandra ayudó a Keidys a salir del tumulto de estudiantes y con ayuda de otras compañeras la llevaron a la enfermería.
Keidys estuvo muy pensante por lo que sucedió, le daba vueltas una y otra vez en la cabeza el que Josef fuera tan amable con ella cuando lo trataba tan mal.
—Josef es una buena persona, se vio tan lindo cuando te defendió —decía Alejandra. Se ruborizaba en gran manera cuando hablaba del joven.
—¿Desde cuándo te gusta tanto? Se supone que tenías un gran amor por Tomás—dijo Keidys acomodándose en la camilla— y de la nada desapareció.
—Bueno… —Alejandra estaba muy ruborizada— me estoy dando una oportunidad de intentar querer a otra persona que no sea Tomás y a Josef lo conozco desde que era una niña, es fácil encariñarse con él, es tan amable, cariñoso y comprensivo. Si llego a enamorarme de Josef, sé que seré la chica más feliz del mundo, porque sé que él nunca sería capaz de hacerme daño. Eso me encanta, por eso decidí ser su novia y no me arrepiento de mi decisión.
Así pasaron las horas, muchos estudiantes fueron a verla, algunos por curiosidad de su estado y otros porque en realidad estaban preocupados. Allí estuvo Mateo, presente como un cachorrito al lado de su amo, aunque Keidys quería era ver a Josef, pero nunca llegó. Tenía que hablar seriamente con él, preguntarle sus intenciones con ella.
—¿Segura que ya te sientes mejor? —preguntó Mateo cuando la vio bajarse de la camilla.
—Ah… Sí —ahí estaba nuevamente su malestar, era él quien se lo producía. Necesitaba apartarse de Mateo, le incomodaba todo el cuerpo cuando estaba cerca de aquel joven.
Caminó por los pasillos buscando a Josef, los estudiantes la molestaban con sus preguntas, pero los ignoró a todos. Encontró a Josef sentado en una banca detrás del último bloque del colegio, había una banca debajo de un árbol de hojas amarillas, el muchacho estaba limpiando sus lentes, se veía bastante simpático sin ellos, en realidad, Josef no era para nada feo. Seguía teniendo aquella reputación de siempre porque se comportaba serio y dedicado en sus estudios, eso producía una cierta aura que atraía a las mujeres por lo inteligente que era, además, tenía cierta parte maliciosa en él que lo producía su silencio.
—Tengo que hablar contigo —ordenó Keidys poniendo sus manos en su cintura.
—Adelante, no tengo nada que hacer —dijo él, alzó su mirada y le mostró una sonrisa—, si quieres te puedes sentar.
Keidys se sentó a su lado y dejó salir un suspiro.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó el joven al ver que el silencio los había atrapado y Keidys a su lado se veía un poco incómoda.
—¿Por qué me ayudaste? —inquirió ella rápidamente, su respiración se detuvo por un momento, no era buena para ese tipo de cosas.
—Porque te considero mi amiga —respondió el joven con una voz dulce, esa que Keidys cuando niña le gustaba escuchar.
Hubo un momento de silencio, Keidys sentía un fuerte dolor de garganta que la amenazaba con hacerla llorar.
—Yo… —trató de hablar la joven.
—Keidys, yo nunca quise hacerte daño —interrumpió el joven, observó con detención a la chica—, te había escrito una carta esa tarde, quería disculparme por haberte respondido de esa manera, pero nunca fui capaz de dártela.
—Sí, porque nunca me llegó.
—Porque te fuiste del país. Esa misma tarde había llegado a tu casa con la carta, la había envuelto en un papel rosa para que se viera igual a la que me entregaste, —los dos se observaron con detención— todavía la tengo conmigo —agregó.
—¿Y dónde guardas la carta?
—En mi casillero.
Así fue como los dos se vieron en aquel pasillo, Josef abrió la puertecilla que hizo un pequeño chillido e introduciendo su brazo derecho sacó aquel sobre rosado, algo dudoso llevó su mirada hasta la joven:
—Por favor, no me sigas odiando —pidió mientras le entregaba la carta.
—Josef… —dijo Keidys casi a susurro— lo siento, me he comportado muy infantil y odiosa al molestarte, cuando tú solo has sabido tratarme bien.
—Descuida, sé que lo hiciste porque te sentías enojada por lo que pasó años atrás.
—Entonces… —la voz de Keidys tomó más fuerza— ¿podemos ser amigos?
Josef desplegó una sonrisa que mostraba mucho alivio y a la vez se veía bastante dulce.
—Claro —aceptó el muchacho.
Keidys reparó el sobre rosa que tenía en sus manos, después alzó la mirada a Josef.
—Bueno… entonces, nos vemos mañana —se despidió Keidys.
—Espera —detuvo Josef, la joven lo miró fijamente a los ojos—, Keidys… —hubo un momento de silencio— no es nada.
—Ah… Bueno —Keidys dio media vuelta y comenzó a caminar por el largo pasillo.
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Editado: 13.05.2023