Entré en la biblioteca con cara de pocos amigos. Saludé a todos y me apresuré a sentarme en el mostrador antes de que el viejo, digo, el jefe, me reprochara por holgazanear. Empecé a ordenar las fichas por apellidos y aparté las que tenían libros para devolver atrasados.
Estaba concentrada anotando datos, cuando alguien apoyó un libro frente a mí con suavidad. Levanté la vista para identificar al individuo y para mi sorpresa no tan sorpresa, era Brandon.
¿Cuántas veces nos habíamos cruzado en este corto espacio de tiempo? Me resultaba un tanto extraño que apareciera en cada una de mis rutas cotidianas. E incluso se veía contento de verme en todas partes. Yo no tenía el mejor humor del mundo, así que no compartía a plenitud aquel feliz sentimiento. Pero, aún con las sospechas y mi guardia alta, mi ánimo se elevó un poco con la presencia de mi nuevo conocido. Su sonrisa amigable y sus mejillas levemente sonrojadas abrían una brecha en mis muros defensivos.
—Devuelvo el libro, a nombre de Spencer —dijo con su cabeza ladeada.
—Gracias —sonreí en respuesta, me resultaba imposible no tener esa reacción cuando hacía eso. Es que se veía demasiado tierno y ahora que sabía que era más chico que yo, mi respuesta era más intensa. Era una ternura a grado doble.
Busqué en las fichas de los miembros y saqué la suya. Completé los datos con lentitud, porque todavía no estaba acostumbrada al método y no quería ser reprendida por cometer algún error. Me hacían un favor al permitirme trabajar en la biblioteca sin contar con preparación previa, por lo que me esmeraba en reducir mi rango de faltas. Ya había manchado mi historial con la cuestión del café y no deseaba empeorar mi condición.
—¿Qué tal tu día, Amy? —preguntó Brandon, iniciando la conversación mientras mi mirada estaba enfocada en el papel.
—Grandioso —dije con mi mejor tono neutral. No tenía ganas de que me preguntara nada, así que intenté que mi voz no revelara ningún atisbo de fastidio—. ¿El tuyo?
—Mmmm… Aburrido. La universidad no es tan difícil como me lo pintaron.
Con una sonrisa amargada le contesté:
—¿Te parece? —Brandon solo se encogió de hombros—. Dime eso dentro de seis meses.
Me reí de su expresión, estaba totalmente en desacuerdo. Ay la juventud y la inocencia…
—¿Qué cosa es difícil? —preguntó cuando terminé con la ficha y se la entregué para firmar.
—No lo sé… es algo que tendrás que comprobar por ti mismo. Lo que me cuesta a mí, no necesariamente será difícil para ti y viceversa. —Brandon me devolvió la ficha y se quedó pensativo frente a mi escritorio. Era un poco incómodo que no se fuera, así que aceleré el proceso—. Que tengas un lindo día.
En ese momento, despertó de su ensimismamiento y sacudió levemente la cabeza en respuesta.
—Claro, tu también. Nos vemos luego, Amy —saludó al tiempo que ladeaba su cabeza.
Ay, que cosita linda.
Seguí con mi trabajo y mi día terminó de manera aburrida, pero celebraba la inexistencia de incidentes. Yo era la clase de persona que atraía las desgracias, por lo que era significativo que nada me hubiera ocurrido.
Excepto lo de volleyball…
Me acosté, luego de llamar a Pam y preguntarle cómo estaba.
Fue un alivio que el resto de mi semana transitara en calma, asistí a las clases, a los entrenamientos y luego al trabajo. En un principio, me costó un poco acostumbrarme al ritmo de vida, pero luego de casi siete días ya me sentía con más energía. Era una cuestión mental no tanto física.
Otro ítem positivo era que gracias a las constantes miradas escrutadoras de los estudiantes masculinos, ya era capaz de soportar la presión y me sentía más templada en la universidad. Mi ánimo se estaba asentando.
Brandon continuó asistiendo a la biblioteca cada día, era impresionante la cantidad de libros que leía ese chico. Siempre tan educado, sonriente, tierno y dulce, era una combinación que me daba vueltas la cabeza, no podía concebir que existiera un ser tan puro como él.
No conversábamos mucho, ya que tenía los ojos del jefe taladrándome la cabeza. Pero con los cinco minutos diarios de plática, ya sabía que su familia vivía al otro lado de la ciudad, así que se había trasladado a la habitación de un amigo a quince cuadras del campus. Leía desde libros, hasta las etiquetas de envoltorios… así de exagerado era. Además de estudiar arquitectura, trabajaba en un bar por las noches, tocando la guitarra con una banda que había formado en la secundaria.
Por el contrario, yo no le había dado muchos datos sobre mí. Él solo sabía que jugaba para el equipo de volleyball de la universidad. Aún no me sentía del todo segura como para contarle más detalles de mi vida. Precaución ante todo. Quizás llegaría ese día en el que pudiera confiar a ese grado en alguien… no por el momento.
Pero Brandon me caía más que bien.
Había llegado el martes, nuestro día de estudio prometido, así que sin mucha expectativa me enlisté y salí con mi bolso al hombro. Estaba un poco atrasada porque me había levantado tarde, por lo que no me detuve a comer más que una barra de cereal.
Y en cuanto llegué, me arrepentí de haber arreglado aquel encuentro en la biblioteca, maldito lugar infernal. Ya era suficiente tener que pasar casi toda la semana allí, para agregarle también mis horas libres. No lo había pensado bien.
Bufando de fastidio, saludé a mis compañeros de trabajo.
—Amy, sí que eres una fanática de estas cuatro paredes —se burló Sabrina.
Simplemente la ignoré y me fui a sentar en una mesa apartada, mientras esperaba a Brandon. Él no tardó en aparecer.
—Hola, Brandon —lo saludé agitando mi mano.
Él sonrió con su habitual calidez, una que calentaba mis entrañas. Tomó asiento frente a mí y sacó un libro.
Aish, que horror.
—¿Cómo fue tu día, Amy? —preguntó para iniciar la conversación.