Ella es mi monstruo

Me gustaría que fueras

 

Pasó un mes y los chicos del grupo mantuvieron su promesa de no llamarme monstruo, ni volvieron a tocar el tema. Nos juntábamos los martes y dedicábamos esos días de reunión a comer, charlar o jugar algún juego de mesa o similar.

No voy a negar que fuera extraño e incómodo en un principio, puesto que no nos conocíamos bien, además de que no había alcohol de por medio para relajar la situación. Ellos tenían un punto de vista más bien empollón, al punto de que no deseaban perjudicar su desempeño en la Universidad bajo ninguna circunstancia.

Si bien no eran los únicos con esa postura, sí me parecía extraña su determinación, eran lo opuesto a lo que yo había sido un año atrás. Siempre había fantaseado con las fiestas, el alcohol y la liberalidad absoluta que se vive en esta etapa de la vida y me había encargado de cumplir con esa expectativa. Y fue la gloria pura dejarse llevar por cada impulso, al menos al principio se sintió de esa manera. Pero a medida que me iba sumergiendo más y más en ese derrotero, también perdía un pedazo de mi esencia y en un punto dejé de ser yo misma. Quizás no supe manejar la popularidad, o tal vez no tenía la personalidad tan marcada como creía, por eso era tan influenciable.

El punto es que mi experiencia no había sido positiva y no quería repetirla. No quería volver a ese extremo de descontrol.

Aunque las reuniones con este grupo eran inocentes, no a lo que estaba acostumbrada, prefería quedarme bajo el resguardo de la simplicidad que me ofrecían. Ellos no necesitaban emborracharse hasta el desmayo para pasar un buen rato, incluso repudiaban esa manera de pensar. Era refrescante y educativo pasar tiempo con ellos.

Con los que más contacto tenía era con Brandon y Lena. A ella la veía a diario porque vivíamos juntas. A él lo veía de martes a sábado en la biblioteca, aunque no podíamos hablar mucho por el jefe. Además de eso, compartíamos la clase de matemática, en la que nos sentábamos juntos y la hora de estudio particular, que habíamos trasladado desde mi lugar de trabajo al alojamiento.

Él y Jason eran los únicos varones en la Universidad con los quienes hablaba e interactuaba, pero Brandon fue el primero con quien me sentí cómoda. Su manera de ser era tan gentil y suave, además de esa ternura que lo envolvía, que me sentía inevitablemente atraída.

Por el lado familiar, Pam estaba mucho mejor con su embarazo, lo que era un alivio. Si ella estaba bien, yo también lo estaba. Pero no todo era positivo. Al parecer había problemas con Jenna en la escuela. Ella tenía síndrome de Asperger y por lo tanto era incapaz de interactuar correctamente con los demás. Si era una persona adulta, lo más probable era que lo entendiera y pasara por alto su comportamiento, pero los niños de su edad… bueno, no era esperable que ellos fueran comprensivos.

Era la primera vez que Jenna tenía un problema con sus compañeros. Y con el embarazo riesgoso de Pam, no podía dejar de preocuparme. Pero no podía hacer nada desde aquí y eso solo me ponía de mal humor y elevaba mi grado de frustración.

La verdad es que no entendía el porqué del acoso escolar. Es decir, ¿qué tenía de interesante molestar a alguien por ser diferente al resto? Eso no te hacía mejor que él o ella. Sin embargo, era la historia que nunca acababa.

Podía comprender mejor que nadie a Jenna porque había sufrido en carne propia esos ataques. Aunque ella lo tendría peor que yo porque era una niña pequeña y era especial… No era un asunto para tomarse a la ligera, por eso le prometí a Pam que estaría disponible para cualquier cosa que necesitaran.

El tema del acoso me hacía sentir fatal, a pesar de que intentaba no demostrar ese dolor a mis hermanas. Frustrada con la sociedad por permitir que estas cosas sucedieran una y otra vez y también conmigo misma, por no ser capaz de cambiar el curso de los acontecimientos.

Mientras estaba en el trabajo, pensando en negativo, se acercó Brandon Spencer, que se había percatado de mi desánimo:

—Amy, ¿te sientes mal? —preguntó con un libro en las manos.

Bufé sonoramente y asentí. Algo que había notado, era que este chico no se creía mis excusas de bienestar, siempre se daba cuenta de la nube oscura y tormentosa que se posaba sobre mi cabeza.

—Sí, pero no te preocupes por mí —le pedí, haciéndome la valiente. Él me miró, no muy convencido con mi respuesta—. Eh… cambiando de tema, ¿qué estás leyendo?

Él miró el libro con los ojos brillando de la emoción. Ugh, la verdad no entendía por qué le gustaba tanto leer. Yo ya tenía suficiente con las lecturas obligatorias de la escuela para agregarle extras.

—Es de una autora que descubrí hace poco. Se llama Ingrid Morley y el libro se titula Realidades Paralelas —agitó la novela delante de mí, con intención de compartir la historia.

—Ah… ¿De qué se trata? —pregunté, aunque más para complacerlo que porque me interesara.

—Ay, tienes que leerla… está genial.

Y luego de eso, solo pude escuchar blablablá. Si algo había aprendido de Brandon –porque yo también me percataba de sus movimientos– era que parloteaba sin cesar cuando le gustaba algo y en este momento había comenzado con su estado de éxtasis. Yo solo asentía y decía algún “Ah” de vez en cuando. Pero el instante en que detuvo su verborrea y cambió la mirada, me di cuenta de que estaba esperando otra contestación. Parpadeé varias veces, intentando recordar qué había sido lo último que había dicho, pero nada vino a mi cerebro.

Brandon suspiró con desazón.

—¿Estabas siquiera escuchándome, Amy? —espetó con voz pesada.

—Eh… sí… bueno —titubeé, pero al ver su rostro decepcionado retrocedí. Qué mala persona era. –Lo siento, Brandon. Debería haberlo hecho.

—Está bien. Tienes un día difícil —declaró, comprensivo. Se giró sobre sus talones y se dispuso a irse.

Pero yo no quería dejar las cosas así. Él no lo merecía, no cuando era el chico más bueno y gentil que había conocido en… sí, podía decir, en mi vida.




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