El primer problema que se nos presentó fue inmediato. Estaba cubierta de sudor y necesitaba ducharme, pero ante el intento de caminar arrugué el rostro, sintiendo una puntada en la espalda. Me quedé sin aire y siseé de dolor.
Con que esas tenemos…
—Si estoy así ahora, cuando mi cuerpo se enfrié me dolerá como mil demonios —dije entre dientes.
No podía ir sola porque el dolor apenas si me dejaba moverme. Pero quedarme allí no era una opción. Estaba en medio de una situación desatinada y no sabía qué hacer. Brandon me miraba expectante.
Entonces se me ocurrió una solución aún más absurda. Mis mejillas se sintieron calientes al siquiera pensar en ello, pero tampoco podía cavilar eternamente. Acostumbrada como estaba a pasar vergüenza y humillación, tragué mi orgullo y dignidad y me dirigí a Brandon.
Al diablo con todo.
—A-acompáñame a las du-duchas —tartamudeé el pedido.
Él abrió los ojos como platos en respuesta, sin dar crédito a lo que había oído.
—¿Qué? —preguntó luego de unos segundos de silencio.
—Lo siento muchísimo —contesté, profundamente apenada—. Es que no puedo caminar y las chicas del equipo ya se fueron. Créeme, esto me mata de vergüenza más que a ti.
Le envié una mirada suplicante. Brandon tragó saliva y asintió.
—Cla-claro —titubeó sonrojado.
Sus manos envolvieron mi cintura y levantó gran parte de mi peso. Caminamos lento hasta llegar a los a los casilleros del gimnasio. Saqué una muda de ropa limpia y mi bolsito con artículos de aseo. Brandon volvió a envolverme con sus brazos y seguimos el camino hasta las duchas.
No había nadie, como lo esperaba. Nos adentramos en aquel territorio a paso de tortuga y en silencio. El lugar y la situación no simplificaban las cosas, así que preferíamos mantenernos callados.
Cuando llegamos a destino, coloqué mi ropa encima de una repisa cercana, para evitar que se mojara y me giré para enfrentarlo.
—Gracias —expresé con una tímida sonrisa y con la cabeza gacha por la vergüenza—. Desde aquí me puedo arreglar sola.
—Cla-claro.
Brandon me soltó y se dirigió a la salida.
Una vez que él estuvo fuera de mi vista, abrí el grifo y el agua comenzó a caer por mi adolorida anatomía. Fui sacándome la ropa de a poco, haciendo una mueca de dolor cuando me movía más de la cuenta. Coloqué shampoo y acondicionador en mi cabello y me refregué el cuerpo con jabón.
—Auch, auch —dolía, dolía mucho.
Al terminar, me envolví con una toalla y comencé con la ardua tarea de vestirme. Prenda por prenda, con prudencia y lentitud. El cabello goteaba, lleno de agua, pero no podía prestarle atención porque estaba más concentrada en que la ropa encajara en mi cuerpo.
Terminé de vestirme, aunque tardé más de la cuenta. Tenía frío y mi camiseta estaba mojada por culpa de mi pelo, pero al menos estaba vestida. Sí, sí, ve lo positivo, Amy. Era hora de ir al encuentro de Brandon, pero al dar tres pasos en dirección a la salida, una aguda puñalada recorrió mis terminaciones nerviosas, dejándome paralizada en el lugar. Grité de dolor, no podría ni moverme con mi propia fuerza. Llamé a Brandon entre lágrimas.
Él acudió al interior de las duchas a toda velocidad, con una seria preocupación surcando aquellos rasgos aniñados. Se acercó y me sostuvo con delicadeza.
—¿Estás segura que no quieres ir al hospital? —preguntó casi rogando.
—Mañana. Iré mañana —contesté con la voz estrangulada. Estaba siendo caprichosa, aún con el dolor a cuestas, pero qué importaba.
Nada lo hacía ese día.
—Amy… —insistió con tono severo, no muy típico de él. Pero era muy testaruda cuando me lo proponía.
—Por favor —imploré, utilizando un lastimero llanto y logrando conmover a mi amigo hasta la más profunda fibra—. Solo déjame por hoy, te prometo que iré mañana sin falta.
—De acuerdo —cedió con un suspiro—. Pero me aseguraré de que vayas. Recuerda que mañana es martes de estudio y no te librarás de mí.
—Es lo que menos deseo. Te esperaré con tus galletas preferidas, esas de chocolate empalagosísimas. El domingo cuando regresé del campamento, pasé por el mercado y compré unos cuantos paquetes pensando en ti.
—¿En serio? —replicó Brandon con sus ojos brillando de emoción. Si algo podía distraerlo era comer aquellas delicias.
Tomamos un taxi hasta el bar donde trabajaba Brandon. Podríamos haber ido caminando, ya que no se encontraba tan lejos de la universidad, pero Brandon no quería forzar muchos movimientos. Los pocos pasos que di fueron entre maldiciones y gemidos.
El jefe de Brandon nos recibió con una sonrisa sugestiva, que incomodó al pobre muchacho que rodeaba mi cintura.
—Ella es una amiga, John —se apresuró a aclarar.
—Sí, claro que lo es —levantó un par de veces las cejas de manera pícara, a pesar de los bufidos de Brandon.
Caminé hacia una esquina, apoyándome poco gracias al sostén que me daba él, eso amortiguaba un poco la insoportable presión en mi espalda. Nos sentamos en una mesa pequeña, destinada ser ocupada por dos personas. Brandon llamó al mesero y luego se dirigió a mí.
—¿Podemos pedir algo para contrarrestar tu dolencia? —preguntó con tono caballeresco, cuando llegó el joven en busca de sus órdenes.
—Sí, de hecho. Hielo. Para desinflamar.
El mesero anotó en su libreta y se giró en dirección a la barra.
—¡Espera! —Llamé y el muchacho volvió a donde estábamos con expresión de fastidio—. También quiero una botella de lo más fuerte que tengas.
—Amy, ¿estás segura de…?
—Eso me ayudará con el dolor, Brandon. Además, hoy no tengo que ir a trabajar —me excusé y sonreí para indicar que ya había terminado.
—¿Tienes tu identificación? —preguntó el mesero, a lo que asentí y saqué la credencial que tenía para esas ocasiones. El sujeto comprobó las fechas, sin mirar demasiado la veracidad del documento y me lo devolvió—. ¿Vas a tomar algo, Spencer?