Lumbalgia, es decir dolor en la espalda baja. Había ido al médico y ese había sido el diagnóstico. El malestar se quitaba con terapia física y ejercicios para fortalecer los músculos que sostenían la columna vertebral. No debía hacer reposo, aunque tampoco debía recargar mi espalda.
Me lo había provocado yo misma por el sobreesfuerzo en el partido… además de recibir la ayuda de Georgina por hacerme caer al terminarlo. Pero, era una lesión típica de jugadores de volleyball, así que no me preocupé mucho. Solo necesitaba tomarme un tiempo para que se desinflamara lo suficiente y volver a mis actividades físicas lo antes posible.
Aunque para Pamela era otro tema. Tuve que regresar a casa ese fin de semana, para “descansar apropiadamente”. Y con eso me refiero a que no me dejó hacer nada, algo que detesté. Quizás en otras circunstancias me habría encantado su insistencia en cuidarme, pero ahora, ver a mi hermana embarazada caminando de un lado a otro por mi causa, me hacía sentir fatal. Y si me quejaba, Pam me gruñía y se ponía peor. No quería estresarla más de lo que ya lo había hecho.
Fue bastante chocante para ella escuchar el relato del partido. No me dejó omitirle los detalles.
—¿Y qué hiciste cuando te golpeó? —preguntó unas cuantas octavas más altas de lo que su voz sonaba normalmente.
—Nada. ¿Qué iba a hacer? —solté, ya cansada de responder a la misma pregunta. Pam se frustraba, porque sabía que yo no era de la clase que se defendía.
—Pues devolverle un poco de su propia medicina —siseó—. Aunque no hubieras podido por la Lumbalgia… ¿Y sabes qué es lo que más me molesta, Amy? Esa maldita bruja te golpeó frente a mucha gente y nadie hizo nada para detenerla, ni le impusieron una medida disciplinaria, ni nada. Ninguna reacción de parte de todos esos inútiles… Tendrían que expulsarlos por ineptitud.
—Cálmate, Pam —pedí, apretando mis párpados.
—No me digas que me calme. Si yo hubiera estado allí…
—Ya sé… habrías sacado tu ametralladora para matarlos a todos –adiviné en tono de burla y ella puso los ojos en blanco. Aunque sí bajó un poco la voz.
—No. Pero sí habría golpeado a esa estúpida abusiva por meterse con mi hermanita —claro que lo habría hecho, de eso no dudaba—. Tendría que ir a quejarme con el establecimiento.
—Ya, ya. Gracias a Dios, no estabas allí. No, ahora hablo yo —le pedí cuando frunció el ceño, lista para contradecirme—. No quiero que intervengas en mis problemas, Pam. Te lo agradezco, en serio, pero es hora de que yo me ocupe sola. Además tú estás en un estado delicado y no podría perdonarme si algo te sucede por mi culpa.
Y para mi sorpresa, Pam se quedó callada. Eso era algo que valía la pena ver. E incluso me di cuenta de que sus ojos se aguaron. No llegó a llorar, pero estuvo a punto. Lo que sí hizo fue abrazarme. Así como te abraza una madre, de manera cálida y guardiana, deseando para sus adentros ser capaz de protegerte de cualquier mal.
Aunque eso no sea posible.
Como había predicho, no falté a trabajar, aunque sí me perdí unas cuantas clases. Me aseguré de mantenerme al día con las tareas y estudié como si mi vida pendiera de ello. Fue aburrido hasta la médula.
Así pasé dos semanas y media y ya estaba completamente recuperada. Mi hermana mayor se había encargado de que caminara y trotara, pero que lo hiciera con discreción, además de que no me permitió llevar ningún peso, con tal de no retrasar mi recobro. La terapia surtió su efecto y me sentía lista para comenzar de nuevo.
Finalmente pude ir al médico a realizar la consulta y que me entregara el certificado de alta. Así podría presentarme en otro deporte. Ya había enviado las solicitudes, pero sería oficial a partir de ese momento. Me sentía ansiosa e insegura al respecto. Ya había superado, en gran parte, la falta del volleyball en mi rutina. Pero entregarme a otra actividad todavía me tenía susceptible. ¿Y si terminaba de la misma manera? Entonces, hasta yo misma me patearía.
Salí de casa, luego de despedirme de mis hermanas. Mi vida en el campus comenzaría otra vez, a partir de mañana. Tomé el autobús y me enchufé los auriculares para perderme en una de mis listas musicales, la selección de hoy sería de EXO.
El hospital estaba a quince minutos de mi casa. En cuanto llegué, fui a la mesa de entrada y rellené los papeles necesarios para la consulta. La lesión había agotado mis pocos ahorros y había dejado a la familia endeudada, otro arrepentimiento para agregarle a lista.
Me dirigí al ascensor entre suspiros angustiantes y presioné el botón. Se me cruzó la idea de subir por las escaleras, pero la descarté cuando las puertas se abrieron. Entré y presioné el número cuatro. Acto seguido, una mujer castaña entró y marcó el tres. El ascensor dio su inicial sacudón, que hacía que las entrañas se agitaran. Hasta ese momento, todo iba perfecto. Pero dos segundos después, el ascensor se detuvo y las luces se apagaron.
Un mal presentimiento se alojó en mi sistema. A lo largo de mi joven vida, había experimentado la suficiente cuota de desastres, como para saber cuándo me ocurriría uno. Sentí como un breve escalofrío me recorría el cuerpo y me erizaba los vellos. Quizás debería haber subido las escaleras…
La mujer castaña chasqueó la lengua, fastidiada por el acontecimiento y comenzó a tocar el botón del ascensor, en un intento de que reaccionara, pero nada sucedió. Entonces, escuchamos un mensaje por parlante.
—El ascensor número uno se ha descompuesto. Ya estamos trabajando para repararlo. Disculpe las molestias.
La voz monótona concluyó la explicación y la mujer soltó una sarta de maldiciones e improperios.
Era increíble que un hospital de esta categoría, tuviera un desperfecto tan grave en un ascensor principal. Aunque no estaba realmente apurada, me molestó. Sin embargo, no había mucho que pudiera hacer, así que me apoyé en la pared y me deslicé hacia abajo, sentándome en el duro y frío suelo. Tragándome la irritación.