Ella es mi monstruo

¿Ordenar?

 

 

—Te amo.

Lena me miró con una mezcla de diversión y extrañeza y como no hacerlo, cuando me encontraba abrazando la hoja con todo ese sentimiento. El último examen de matemáticas tenía una gran notificación de Aprobado, con resaltador rojo. Al fin tenía una buena nota en la maldita materia.

 —¡Lo conseguiste! Tu esfuerzo tuvo un buen resultado.

—No lo hice sola, sin él no lo habría logrado —susurré, pensando en el mejor amigo que una persona podría tener. Brandon Spencer—. ¿Crees que se sienta mejor?

—No. Jason me escribió hace un rato para avisar que Brandon estaba con fiebre y que no vendría para nuestro martes saludable.

Y allí estaba la prueba de que yo era la peor amiga del mundo. Ni siquiera tenía su número telefónico para comprobar su estado yo misma. Hacía una semana que estaba en cama y solo me enteraba sobre su salud a través de Lena o Jason.

Lo extrañaba mucho y desde mi regreso no lo había visto. Quería compartir mis buenas noticias con él, después de tanta negatividad. En especial, porque él había estado para mí en esos momentos oscuros y me había apoyado incondicionalmente.

Necesitaba verlo…

—¿Brandon vive con Jason, verdad? —Lena asintió, a la vez que levantaba y bajaba la pesa de kilo y medio con la que se ejercitaba mientras estudiaba—. ¿Sabes dónde es?

Lena me dictó la dirección y me indicó un par de edificios que podía utilizar para guiarme, “al lado de la cafetería que tiene un mono colgado en el cartel”… era lo suficientemente gráfico.

—¿Iras a verlo?

—Después de ir a mi clase. Antes del entrenamiento —ella aplaudió como una foca y la imagen mental me hizo soltar una carcajada.

La solicitud que había enviado, fue aceptada con cierta reticencia cuando presenté el certificado médico. Más que nada fue por los buenos resultados que había conseguido para la Universidad con el volleyball, que por mis aptitudes para correr. Pero aunque fuera por simple lástima, lo prefería.

—El entrenador Ed está muy al tanto de tu reputación atlética —aseguró Lena, contrariando mis pensamientos. Asentí, pero sin compartir su convicción—. Aunque te hayas unido tarde al grupo, seguro que no te cuesta adaptarte.

—Aún si me cuesta, estoy a gusto con mi elección, Lena. No te preocupes —afirmé, porque era la verdad.

A pesar de que tenía la certeza de que sería difícil y que tendría que esforzarme más que nunca en mi vida, Ingrid Morley había tenido razón. El atletismo cumplía a la perfección mis requisitos. Era un deporte que abarcaba numerosas disciplinas agrupadas en carreras, saltos, lanzamientos, pruebas combinadas y marcha. Consistía en superar el rendimiento de los otros en velocidad o en resistencia, en distancia o en mayor altura. Pero a la vez era simple y no necesitaba muchos medios para ser llevado a cabo.

Los entrenamientos serían diarios, por la mañana o por la tarde. Y en su mayoría eran solitarios. Me había hecho a la idea porque había convivido con Lena y ella era realmente aplicada. Parecía vivir para correr. Esperaba cultivar su misma actitud.

El grupo de atletas estaba compuesto de unas diez personas y se preparaba concienzudamente, porque el próximo año serían los Juegos Olímpicos. No eran muy unidos, el trabajo en equipo era prácticamente inexistente, pero tampoco eran agresivos los unos con los otros. Al menos, no de manera obvia. A mi parecer, se mantenían cada uno en su mundo y yo podía vivir con eso. Ni ellos esperaban nada de mí, ni yo de ellos.

Aunque todo era nuevo, me había dado cuenta de las grandes ventajas que tenía el atletismo y podía respirar de alivio por ello. Por ejemplo, casi ni me cruzaba con las chicas de volleyball. Ellas estaban en el campo bajo techo y el atletismo era al aire libre. No vería la cara de Georgina por un largo tiempo y ese detallito no era poca cosa. Desde que no tenía que soportarla, me daba cuenta lo tensa que había estado por su hostilidad.

La segunda ventaja era que en el atletismo casi no tenías contacto con tu oponente, por lo tanto, la posibilidad de lastimar a alguien era ínfima. Eso era alentador para mí y me quitaba un peso de los hombros. Aunque solo una persona había sufrido por mi causa en ese sentido, la mínima posibilidad de que volviera a suceder me ponía los nervios de punta.

—De acuerdo, me iré —me despedí de ella y guardé el examen de matemáticas en mi mochila.

Mis clases fueron normales, sin incidentes, pero el tiempo transcurrió con esa lentitud enervante que agotaba. Hacía poco que había regresado a la rutina de estudio-empleo. Me agradaba más que estar en casa sin hacer nada, pero tampoco era tan divertido… o quizás era porque Brandon no estaba.

Caminé en dirección a la casa de Jason con más entusiasmo que el que había sentido en días. Lo extrañaba, no solo verlo, sino también escucharlo. En cuanto encontré la vivienda me entró cierto nerviosismo que me costó obviar. ¿Y si no tenía ganas de recibir visitas? ¿Y si había regresado a casa con su madre? ¿Y si Jason no estaba y nadie me abría la puerta? No, no. Lena me había dicho que Jason no tenía clases los martes, así que tenía que estar… ¿Verdad?

Toqué la puerta, dubitativa hasta el final. Ni yo misma me entendía en ocasiones como esta, por un lado me impulsaba la fuerza de mis deseos, en este caso era ver a mi mejor amigo y en lo posible averiguar sus datos de contacto… Y por otro lado, estaba el sentido común, un poco mezclado con la inseguridad que había ganado el último año, esa parte que me decía que él estaría mejor sin mí. El hecho de que nadie me abriera y pasaran los minutos, no me ayudaba en nada.

Suspiré y agaché la cabeza, acallando las posturas opuestas que batallaban en mi interior. Ya estaba aquí, no había vuelta atrás. La puerta se abrió de repente y un despeinado Jason me recibió. Tenía los ojos achinados, como si recién se hubiese levantado, aunque ya eran más de las doce del mediodía.




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