Mi primer día en Atletismo fue duro. Aunque yo ya era una deportista consolidada, lo cierto es que jugar volleyball distaba mucho de las carreras. Tendría que ponerle empeño en los entrenamientos si quería como mínimo, mantener la beca. Pero aún no quería pensar en futuros problemas, prefería concentrarme en lo que podría hacer, que era esforzarme al máximo para obtener un resultado. Eso lejos de estresarme, me daba una motivación, algo que hacía tiempo que no sentía. Estaba yendo por buen camino.
Lo positivo fue que por ser la novata, me dejaron retirarme después completar una hora de entrenamiento. Pero mañana sería más duro. Recogí mis cosas con buen humor, de a poco mi vida iba acomodándose.
Me despedí de mis compañeros y le prometí a Lena que la esperaría con un jugo de naranja exprimido, su favorito.
Y mientras iba saliendo de la pista de carrera, encaminada hacia el dormitorio, algo vino a mi mente. Una realidad que había pasado por alto, pero que tarde o temprano tendría que afrontar. Siempre que hay un pro, hay un contra…
La desventaja era que al estar en los patios exteriores, nos encontrábamos con deportistas que estaban en la misma situación. Entre ellos, los del equipo de fútbol, con quienes no quería cruzarme… especialmente, con uno de ellos.
Y fue, justamente esa persona, la que se apareció frente a mis ojos. Retrocedí en el acto.
—Jonathan.
Su cabello corto casi al ras, brillaba bajo los tenues rayos de sol. Apoyaba su peso sobre su pierna izquierda y sostenía su casco bajo su brazo. Estaba, al igual que yo, cubierto de sudor por las prácticas.
Jonathan me miraba con una mezcla de fastidio y diversión. Enarcaba una ceja y fruncía levemente el ceño, mientras que las comisuras de sus labios se levantaban de un solo lado. Era un gesto que lo había visto hacer cientos de veces. Claro que en ese tiempo, él y yo estábamos en mejores términos que ahora.
Le sostuve la mirada, un poco intimidada. Esos ojos verdosos que tanto había amado en una época de mi vida, me escudriñaban sin ningún atisbo de aprecio.
—¿Qué haces aquí? —preguntó de manera cortante. Tragué saliva con incomodidad.
—Yo… ahora estoy en atletismo —contesté entre susurros.
Jonathan soltó una risa sarcástica que hizo que mi cuerpo se estremeciera.
—¿Quieres probar algo nuevo, monstruo? —Escupió con odio—. Nunca tienes suficiente, eh. ¿A quién intentas destruir ahora?
—A nadie, ahora…
Quería decirle que era, prácticamente imposible que lastimara a alguien en esta modalidad, pero él me interrumpió con tono brusco…
—Cierra la boca —espetó, pausando en cada palabra—. Hazme el favor.
Acercó su rostro al mío, mirándome con una intensidad penetrante. Sentí mis ojos aguarse y rogué que este momento acabara pronto.
—Lo siento, Jonathan. Ahora me iré.
Mi voz salió débil y temblorosa, como era de esperarse. Pero no me detuve a pensar mucho y me giré sobre mis talones para huir en la dirección contraria. No me di vuelta para comprobar si me estaba mirando o no.
Caminé a la mayor velocidad que mis piernas me permitieron. Tenía que llegar rápido a casa, para poder dejar ir todo este sentimiento espantoso que tenía dentro. Me lamentaría y lloraría, sí, en soledad. Pero luego, podría seguir adelante… al menos hasta la próxima vez que lo viera. Entonces, tendría que reiniciar este maldito proceso.
Si fuera muy optimista, podría decir que era algo bueno vernos a diario, ya que de esa manera podríamos solucionar nuestro previo altercado… o más bien debería decir, que algún día llegaría a perdonarme.
Pero como la pesimista que era, sentía que sería todo lo contrario… que en lugar de dejar las cosas atrás y comenzar de nuevo, él optaría odiarme por el resto de la eternidad y hacerme la vida imposible mientras tanto.
Divisé el dormitorio, en la vorágine de nervios de la que era presa.
Al fin, maldita sea.
Entré con el impulso de un tropel de bueyes. Estaba agitada, mi corazón latía desbocado y mi vista se estaba nublando. Me estaba por dar un ataque de ansiedad. En medio de mis discontinuas respiraciones me dirigí a mi habitación. Lena no tardaría en llegar y yo tenía que estar recuperada para entonces.
Abrí el grifo de la ducha y me metí dentro, sin sacarme la ropa y sin esperar a que el agua se atemperara. Simplemente me quedé estática, dejando que el agua golpeara mi cuerpo.
Las palabras iban y venían en mi mente, haciendo estragos en mi pecho. Recuerdos fueron evocados, arrastrándome al abismo de mi propia culpa y caí al suelo a causa de la aflicción. No eran memorias tristes… de manera increíble, solo podía ver al Jonathan que me llamaba monstruo con afecto, que me decía que era demasiado buena para él. Ese chico que perseguí, a pesar de su constante rechazo, a quien le volqué cada minuto de atención.
Solo había pasado un año y me sentía una completa idiota por la exageración de mis sentimientos. Podía excusarme en la inexperiencia, siendo que él fue el primer chico del que me enamoré. Aún así, había dado rienda suelta a mis reacciones emocionales y por esa razón ahora pagaba las consecuencias. Y él también…
Lo seguiría viendo y eso me estresaba. ¿Cómo debería reaccionar? ¿Ser pasiva y aguantar cualquier hostilidad de su parte? ¿O quizás tendría que seguir pidiéndole perdón y rogar por misericordia? Ninguna maldita repuesta me satisfacía. Nada era suficiente. Tendría que dejar pasar el tiempo y ver que sucedía.
La solución llegaría… quería creer.
—Tienes los ojos rojos, ¿te sucedió algo? —preguntó Lena, al sentarse a mi lado.
Maldije en mi interior por tener aquellas visibles manifestaciones de que había estado llorando. Sin embargo, le sonreí a mi amiga y negué con la cabeza. No tenía intenciones de decirle.
—Nada, es solo que… me entró shampoo en los ojos cuando estaba en la ducha… ya sabes.