Ella es mi monstruo

¡No otra vez!

 

Tragué el nudo que tenía atravesando en mi garganta y sequé las rebeldes gotas que habían escapado de mi ojo con el dorso de mi mano. Hasta yo estaba atónita por haber cedido a las lágrimas.

—Lo siento, Brandon. Es que yo… no sabía… yo… lo siento.

Es que todo lo que había contado era tan triste.

—¿Por qué lo sientes, si tú no tienes la culpa? —preguntó con esa sonrisa típica de él y la cabeza hacia un lado.

Él era quien debería estar apesadumbrado y sin embargo, aquí estaba consolándome a mí. Asentí ante su pregunta y traté de mantener la compostura. Brandon se mantuvo unos segundos en silencio, observándome atento, pero después continuó con la historia.

—Me esforcé bastante los últimos años de preparatoria y conseguí la tan necesitada beca. En el bar me aumentaron la cuota horaria y el sueldo cuando cumplí dieciocho. De esa manera hemos subsistido todos estos años.

—¿La elección de carrera tiene algo que ver con lo que has pasado? —pregunté y la voz me salió nasal. Me apresuré a aclararme la garganta.

—Algo así. Es decir, me gusta la arquitectura y es fácil —miró por la ventana y suspiró casi inaudible—. Pero mi razón principal al aplicar, fue porque estoy al tanto de que es una ocupación bien paga. No utilizaría mi beca en una profesión que no me dejara lo suficiente a nivel monetario, o que resultara insegura, ¿entiendes?

—Sí. Lo haces por tu familia.

—Exacto. Me prometí a mí mismo que sacaría a mi madre y hermana de este lugar. Y algún día lo lograré.

En su voz podía distinguir la determinación y tenacidad de Brandon. Él casi nunca hablaba así.

—Es una gran carga, Brandon —no pude evitar decirle.

—Lo sé, pero no puedo darles la espalda, Amy —replicó automáticamente. No sonaba hostil, pero su respuesta fue firme e intransigente.

Y con esas palabras, me recordó a Pam. Ella también se había ocupado de la familia, aún cuando mi papá estaba vivo. Había renunciado a todo por nosotras. De repente, las lágrimas volvieron a amenazar. ¡Cuánto habían tenido que pasar Brandon y Pam!

Entonces, mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro. Me levanté tenuemente, sin despegar la mirada de aquel sufrido muchacho y me lancé a sus brazos. Él siempre me abrazaba cuando yo estaba pasando un mal momento y esos acogedores arrumacos eran una sanación. Quería al menos significarle un diez por ciento del alivio que él me daba.

Y sí, quedó un poco mal de mi parte que realizara semejante acción. Primero, porque él no había terminado de contarme la historia y segundo, porque además tenía una guitarra en las manos. Así que el abrazo fue bastante dificultoso al principio, hasta que nos acomodamos.

—No pasa nada, Amy. En serio —dijo, acariciando mi cabeza de manera reconfortante—. Bueno, mejor dejemos de hablar de mí.

Me separé un poco de él y asentí. Entonces me percaté de lo que tenía mis brazos sobre sus hombros y mi cara había quedado a muy, muy cerca de la suya. Me sentí rara…y si le daba la definición exacta, esa sería: poseída por las hormonas.

Mis latidos se aceleraron y mi respiración se volvió superficial. Él también se veía perturbado, no era ajeno a mí. Sus ojos avellana brillaban y sus mejillas estaban encendidas. Podía sentir su pecho subir y bajar contra el mío y lo vi tragar varias veces. Ni hablar de cuando se me fueron los ojos a su boca entreabierta.

Oh Dios.

Ambos permanecimos bajo el más solemne silencio, además de no abandonar aquella posición. Las hormonas arrasaban. Su perfume era el más delicioso, sus ojos los más bonitos y sus labios me resultaron apetecibles. ¿Cómo había convivido todo ese tiempo sin notar lo increíblemente atractivo que era Brandon Spencer? Mis pensamientos ya no eran coherentes en ese punto. Solo podía pensar en una cosa, en eso que estaba mirando con hambre. Sus labios.

Oh oh…

Me moví un poco más cerca de él y su respiración se detuvo. Ya no estaba pensando para cuando mi frente se apoyó en la suya y un segundo después el suave toque eléctrico de su boca, que apenas rocé, porque…

—¡Brandon, ya volví! —el grito nos espabiló de súbito y nos separamos, poniendo bastante distancia de por medio.

No pude reflexionar demasiado sobre mi acción impulsiva, porque la puerta se abrió abruptamente y una niña entró en mi campo de visión. Tenía los mismos ojos de Brandon, pero su cabello era oscuro. Era tan pequeña de altura que aparentaba unos ocho años, pero por su mirada podía percibir que era más grande. Era la hermana de Brandon.

—Llegaste, Abby. ¿Cómo te fue? —preguntó él, con interés. La niña sonrió de oreja a oreja en respuesta y se acercó hasta quedar a su lado.

—Muy bien. ¿Por qué tienes la cara tan roja? ¿Y, por qué estás tan agitado?

Parecía la caperucita roja con todas esas preguntas, pero era cierto. El rostro de Brandon estaba ardiendo y respiraba con dificultad. Solo nosotros dos sabíamos la razón.

—Eh… bueno… eso es porque… es que hace calor, ¿no lo crees? —no podría haber tartamudeado más.

—En realidad, tengo frío —refutó ella.

—Eso es porque vienes de afuera.

—¿Podemos salir al parque, Brandon? —Cambió de tema de sopetón, para el alivio de su hermano—. Por favor, por favor, por favor —suplicó con voz lastimera.

—Mmm… en este momento no puedo, Abby. Tengo visitas, ya te lo había dicho, ¿recuerdas?

Y fue en ese preciso instante que la niñita se percató de mi presencia. Giró su cabeza sin mover su cuerpo, cual muñeco maldito. Y su penetrante mirada se clavó en mí.

—Ah —contestó a secas. No sabía si reír o llorar.

—Abby, ella es Amy.

—Ah —volvió a replicar con cara de pocos amigos. Brandon sonrió de costado y acarició la cabeza de la pequeña con ternura.

—Ella es mi hermanita.

—Hola, Abby —saludé agachándome para quedar a su altura.

La niña me miró con odio e ira, sin disimulo.




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