Nos quedamos en silencio, momento en el que aproveché para revisar el celular de Pam. Seguía sin señal. Lo prendí y apagué varias veces, pero sin obtener resultado.
—Maldita sea —protesté en voz baja.
—¿Sigue sin funcionar? —preguntó mi hermana. Asentí con irritación—. Tranquila, Amy.
—Es solo que este maldito teléfono y este maldito ascensor y… Esto es mi maldita culpa, Pam —bufé, poniéndome de pie.
Me estaba tragando las lágrimas de frustración que amenazaban con salir.
—No digas eso.
—Es la verdad. Si te hubiera dicho antes, esto no habría ocurrido, yo he traído esta desgracia sobre ti —un sollozo salió de mi pecho. Sentía que cada evento que salía mal era por mi fuerza de atracción—. Soy de lo peor.
Cerré los ojos con fuerza e hice un esfuerzo por calmar mis respiraciones. No tenía derecho a ponerme así y lo sabía, era mi deber controlar mis sentimientos.
—Basta con eso, Amy —me reprendió Pam, con su usual tono de autoridad—. Mírame.
Abrí los ojos, para encontrarme con los de mi hermana mayor. Y en estos, solo pude percibir ternura y calidez. Su mano se posó en la mía, suave y familiar.
—Lo siento.
—¿Recuerdas cuando tu profesora de educación física te preguntó si Owen y yo éramos tus padres?
—Sí, porque se veían demasiado jóvenes, pero siempre asistían a los partidos y animaban como si estuvieran en un concierto de K-pop. —Me reí un poco al recordarlos—. A veces me daba un poco de vergüenza que estuvieran tan exaltados, pero no se podía evitar.
—Le dijiste a la profesora que nuestros padres habían muerto, pero que no te tuviera pena porque yo era la madre que todo niño querría, y que no necesitabas nada más.
Asentí, aunque sabía que nunca le había contado esa conversación a Pam. Seguramente había llegado a sus oídos por medio de los maestros. Había sido un momento incómodo, pero lo que yo había contestado era mi verdadero sentir. Amaba el deporte que jugaba y mi pequeña familia disfuncional me daba todo el apoyo que necesitaba.
—Gracias por darme tanto mérito.
—Pero era la verdad, jamás sentí que me faltara nada y eso era porque tú te ocupabas en llenar cada espacio, ya fuera material o emocional. Yo no podría hacer hecho lo mismo y menos mal que nuestra familia no dependió de mí.
—Eso es mentira porque tú fuiste mi apoyo. Lo que me ayudaba a levantarme cada día y enfrentar la jornada, sin importar lo que sucediera, era que saber que tú estabas a mí lado —su voz sonaba temblorosa, a punto de quebrarse y quería interrumpirla para que no llorara.
—No te angusties, Pam —ella me detuvo con un gesto de la mano y frunciendo el ceño.
—Déjame hablar y escucha lo que voy a decirte, Amy. Siempre hemos estado juntas, acompañándonos en las buenas y en las malas. Hemos soportado pérdidas y dolor, pero logramos salir adelante. A veces lo olvido, pero ya eres una adulta que no depende de mí para sobrevivir y estoy muy feliz con la persona en la que te has convertido. Sé que no suelo expresarme tanto contigo, pero quiero que sepas que estoy y siempre he estado orgullosa de ti. Sin importar lo que otros te digan, nunca olvides quien realmente eres —su voz sonaba dulce y apacible, lo que me hacía sentir peor.
—¿Quién soy?
—Mi hermana querida —contestó entre susurros. Una sonrisa se asomó en medio de su rostro pálido.
Oh…
Una alarma dentro de mí comenzó a sonar, junto con los lagrimones que asomaban en mis ojos.
—¿Por qué hablas así, Pam? —pregunté, sintiéndome repentinamente al borde de la histeria—. No me vas a decir que piensas dejarme, ¿verdad? Suena como una despedida…
—No sé lo que es. Pero necesitaba decírtelo —replicó entre dientes, conteniendo un siseo. Su expresión volvió a ser de dolor—. Y una cosa más, Amy. Si no estoy consciente a la hora de decidir, tienes que hablar por mí y priorizar la vida del bebé.
Y esas palabras dispersadas fueron como un balde de agua helada, calándome hasta los huesos con un aterrorizante frío. No podía creerlo.
—¿Qué? —pregunté, con mi voz pendiendo de un hilo.
—No queda mucho tiempo. Salva al bebé, Amy.
—Pam. ¡Pam!
—Salva al bebé —repitió con voz firme, a pesar de su debilidad.
Y entonces cerró los ojos.
Ay no, ¡por Dios, no! No podía ser verdad, no estaba pasando. Sacudí a Pam intentando despertarla, pero sin éxito alguno. Había perdido el conocimiento.
Mi corazón latía a mil y mi cuello estaba cubierto de transpiración. Respiraba con dificultad y todo a mí alrededor daba vueltas. Mi hermana estaba desmayada y yo no podía hacer nada para ayudarla.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!
¿Quería que priorizara al bebé? Es decir, que… si ella tenía que morir…
—No, no, no, no. ¡No!
Ningún pensamiento coherente venía a mi mente en medio de la desesperación. Todo estaba blanco, negro, gris, los colores se habían desvanecido. Me encontraba embotada por el intenso dolor, que apuñalaba cada centímetro de mi cuerpo.
¿Cómo sobreviviría sin ella?
Pam había sido no solo mi hermana, sino también mi amiga, mi madre y mi padre… prácticamente desde que tenía uso de razón. Ella había sido casi la única constante en mi vida, mi estabilidad, mi soporte. ¿Qué hubiera hecho yo sin ella? ¿Y qué haría sin ella?
No podía concebirlo.
Mi pecho se contrajo, sufriendo la oleada de mil espasmos. Apoyé la espalda contra la pared del ascensor y me deslicé hacia el suelo, junto a ella. Una serie de profundos y sentidos gemidos comenzaron a brotar desde mi pecho y las lágrimas abrieron paso como cascadas desde mis ojos. Las gruesas y calientes gotas empañaban mi visión, dejándome percibir solo una borrosa y tambaleante realidad.
—No me dejes Pam. No puedo lograrlo sin ti. ¿Cómo puedes decir que no te necesito para sobrevivir?
Abracé el cuerpo caído de mi hermana, mientras lloraba desconsoladamente contra su cuello. Quería morirme, esto era demasiado para mí. No podría resistirlo. No podía vivir sin ella.