Ansiedad, una sensación vertiginosa y nauseabunda que había experimentado tantísimas veces a lo largo de mi vida. Ya debería estar acostumbrada y lidiar con ella no tendría que resultar tan desgastante, sin embargo, seguía golpeándome con la misma fuerza en el estómago y el pecho.
Y, ¿cuál era la ocasión? Bueno, eran dos situaciones, en realidad.
La primera, era la tan esperada carrera de obstáculos, para la cual me había preparado el semestre íntegro. Estaba agradecida con el entrenador Ed por darme la posibilidad de mantenerme ocupada en algo y quería demostrar que sí merecía pertenecer al equipo de atletismo de la universidad. Quizás por eso, aunque empezó como una simple distracción, terminó convirtiéndose en una obsesión. Tenía que hacerlo bien, tenía que correr lo más rápido que pudiera y conseguir un resultado positivo, aún si tenía que llevar mi cuerpo más allá de mis límites. La rutina era extrema y estricta, pero mis tiempos no eran tan buenos como deseaba. Y eso me estresaba, la presión que yo misma estaba imponiéndome era demasiada y lo sabía, pero no podía dejar de hacerlo.
Mi familia y amigos estaban detrás de mí y eso era un dolor en el trasero, pero al mismo tiempo un constante llamado de atención contra mis tendencias autodestructivas. El hecho de que se preocuparan por mí y me lo recordaran por las buenas y también por las malas, me aliviaba el alma. No quería regresar a mi antiguo yo, y si me aislaba eso conseguiría.
Había avanzado mucho en mi terapia personal desde que había hablado con Jonathan. El abrumador peso que cargaba por la culpa se había aligerado y aunque todavía había algunos chicos de la universidad que me llamaban por el apodo, este había perdido el poder que tenía sobre mí. La etapa se había cerrado.
De a poco se restauraban partes de mi personalidad que habían quedado ocultas detrás del monstruo. Era como si estuviera en rehabilitación, un proceso diario y lento y celebraba las pequeñas victorias. Estaba esforzándome mucho y era suficiente razón para no querer echarlo a perder.
Pero era difícil contenerme.
Eso por un lado. La otra razón que me generaba ansiedad era tan inevitable como la carrera y más aterradora, si era posible. Se trataba de la visita de Brandon a mi casa. Dado que mi relación con él iba en serio, mi hermana me había pedido lo trajera de una vez, que dejara de posponerlo. Así que lo invité para el domingo antes de mi partida a la competencia.
Tenía tiempo para prepararme mentalmente… Eso pensé, pero el día había llegado y no estaba lista para afrontarlo. Bah, no era yo quien estaría bajo la lupa, pero sabía que sentiría en carne propia lo que fuera que le dijeran a Brandon. Tenía que recibir la charla pendiente y mi hermana nunca reservaba los detalles escabrosos por delicadeza.
—Quiero que sepa que debe cuidarte como es debido —dijo con su tono de fingida inocencia, mientras picaba las verduras.
Vació el cuenco que había preparado en una olla precalentada y continuó con otros ingredientes.
—No hace falta… —empecé pero su mirada de advertencia me hizo frenar el comentario. No lograría detenerla—. De acuerdo, pero no seas tan… ya sabes.
—Yo seré como me dé la gana, Amy. Si él es tu novio tiene que estar consciente de lo que se vendrá si te pasa algo. ¿O me estás pidiendo que finja ser blanda por un chico que te gusta? —preguntó de manera casi retórica, haciéndome sentir vergüenza de solo pensarlo.
—No, claro que no. Yo… solo… tengo miedo, Pam.
—¿Miedo de qué? —no respondí, pero ella me conocía muy bien. Revolvió las verduras y bajó el fuego antes de mirarme—. Amy, cariño, si ese chico es la mitad de bueno y la mitad de inteligente de lo que me cuentas, no tendrá ningún problema conmigo. Si se asusta con simples palabras no vale la pena.
La frase no tardó en tomar dimensión en mi cabeza y se generó un escenario en el que Brandon huía despavorido. La imagen no me agradaba en lo más mínimo.
Seguramente tenía una mirada lúgubre, porque Pam dejó de picar los ingredientes y luego de limpiarse las manos, se acercó a abrazarme. Sus brazos eran largos y delgados, pero tan fuertes que eran capaces de cargar a la entera familia. Aunque estaba asustada, me daba cuenta de que debía dejar que Pam manejara el asunto, no solo porque sabía que Brandon sí era bueno, sino porque ella también lo era. Sí, era dura, tenía poca paciencia y un carácter explosivo, pero también era leal, protectora y nos amaba con todo su ser.
—Tienes razón, Pam. Tú eres mi hermana, pero también eres como mi madre. Sé que lo haces por mi bien, siempre nos has cuidado con garras y dientes —la voz se me quebró un poco, así que me despegué de ella y respiré con cautela.
No quería llorar un día como hoy, pero los nervios me jugaban una mala pasada. Ella regresó a sus preparaciones para darme mi espacio, pero mantuvo sus ojos en mí.
—Y lo seguiré haciendo hasta el final de mis días. Tú eres muy valiosa para mí, para la familia, por eso quiero asegurarme de que la persona con la que estés, te valore como te mereces. No toleraré menos que eso y quiero que tú tampoco lo hagas.
—Es una lección que aún me cuesta asimilar —confesé y ella asintió como si no le sorprendiera.
—Oh, me aseguraré de que te quede bien claro.
—Gracias, Pam.
—Y no te preocupes tanto por el chico, que seguro lo hace bien.
Y esas palabras me tranquilizaron un poco. Brandon no se espantaría demasiado, ¿no?
No pude detenerme mucho en el pensamiento porque recibí el mensaje de texto que indicaba que él había llegado. Salí de casa con el corazón en la boca, la agitación que sufría era peor que la que experimentaba cuando corría en la pista de obstáculos. Brandon estaba esperándome en la parada de autobús con la mirada nerviosa y se me partió el corazón de verlo así.
Sería peor de lo que imaginaba.