Ella es mi monstruo

¿Qué le sucede?

 

La carrera de obstáculos fue una de las cosas más duras que tuve que hacer en la vida. Desde el viaje en avión (cortesía de Owen, que no quería que me cansara por estar tantas horas en autobús), acomodarme en la estadía y conocer a las competidoras, hasta la competición en sí. Probablemente el hecho de que tuve que hacer todo sola, sin siquiera mi entrenador, fue una importante suma de estrés. La única vez que había ido de viaje fue por las nacionales de volleyball, y con todo el equipo y los entrenadores. En este caso, solo estaba con Stacey Willis, la suplente de Ed.

—Bueno, Amy, deja de hacerte la víctima y cuenta los detalles —insistió Lena.

Estábamos hablando por Skype, ella desde nuestro alojamiento y yo desde el hotel en el que me hospedaba. Era mi última noche, antes de regresar a casa. Ella tenía una toalla en la cabeza y una máscara peel-off, lo que me daba una perspectiva bastante graciosa, pero mantenía la risa para mis adentros. De todas formas, ella solía hacerse esos tratamientos cuando estábamos en casa, no sé por qué siempre me causaba la misma impresión.

—Los detalles ya los sabes, si lo viste en televisión —había sido una transmisión en vivo, lo que tampoco me causaba mucha gracia. Tuve que preocuparme en no hacer ninguna cara rara.

—Parecías al borde de entrar en pánico al principio. Tu cara estaba verde, como si fueras a vomitar.

¡¿Qué?!

—¿En serio? —ella asintió. Me jalé el cabello e hice una mueca que le causó gracia, porque soltó una carcajada bien alta. Se reía de mi desgracia, la maldita—. Oh, demonios, Lena. Eso era lo que quería evitar. Lo estuve soportando bien en los momentos previos, pero en cuanto pusieron la cámara en mi cara me descoloqué.

Y luego mostraron el estadio enorme, los obstáculos y las feroces caras de las competidoras por la pantalla grande. ¿Podría sortearlos o caería al agua? ¿Alguna de ellas me empujaría al pasar? Eran preguntas que se responderían frente a cientos de personas, sin contar con todos aquellos que estarían mirándolo por televisión. Fueron esos pensamientos los que tuve justo antes de correr.

Estuve hecha una completa idiota por los nervios. La gente gritaba, pero estaban tan alejados de nosotros que se escuchaban como un murmullo. Lo que más sentí en ese momento fue el latido errante de mi corazón, que golpeaba desbocado contra mi pecho.  

—Amy, respira —pidió Lena, trayéndome nuevamente a la realidad.

—Sí, sí, eso intento.

—Casi se me va el alma al suelo al ver cómo un par de muchachas cayeron al suelo por no levantar más las piernas. El golpe debe haber sido tremendo, pero lo bueno fue que pasaste sin problemas —continuó ella con tono casual, intentando tranquilizarme—. Nosotros tres lo fuimos a ver al bar en donde trabaja Brandon, pensábamos que allí estaríamos tranquilos porque empezaba a las cinco de la tarde. Pero…

—¿Pero… qué? Dilo rápido, que no aguanto más ansiedad por lo que resta del año.

—Oh, lo siento. Resulta que se corrió la voz de que el bar pasaría la transmisión de tu carrera… así que se apareció media universidad.

—¡¿Qué?!

Se me vino el alma a los pies de solo imaginarlo. Media universidad, aquellos que estaban interesados en mis actividades, los viejos conocidos que me apreciaban tanto. Sí, podía imaginar quiénes eran.

—Sí, nosotros tuvimos una posición privilegiada gracias a Brandon, de lo contrario nos hubiesen aplastado. Estaban tus ex compañeras de volleyball y también había muchos chicos gigantes, esos eran los que más gritaban. Cuando comenzó la última vuelta, dijeron… bueno no debería decírtelo.

Ya me imaginaba a qué se refería. A esa palabra.

—No, no. Dímelo, quiero saberlo —espeté en tono tranquilo, porque era verdad.

Era momento de superarlo, ya no tenía por qué afectarme. Ella asintió, pero dubitativa.

—Oh. De acuerdo… ellos dijeron… “monstruo, tú puedes” y se pusieron de pie —Lena se animó al ver mi boca abierta—. En serio, Amy, llegó un punto en que todos estuvieron parados y gritaban “¡Monstruo, monstruo, monstruo!”, como si te fuera a llegar su apoyo desde este lado del país. Quizás no lo hicieron como te gustaría –porque dijeron esa palabra– pero te aseguro que era palpable su sinceridad.

Tragué el nudo que se formaba en mi garganta.

—Bueno, supongo que los decepcioné a todos —planteé, luego de aclararme la voz y parpadear rápido.

—¿Por qué dices eso? Fue un excelente resultado.

—No lo creo. ¿Cuarta? Es apenas satisfactorio como para que continúe, pero sin ser suficiente.

—Ay Amy, no seas tan exigente contigo misma. De todas maneras, eras la novata del grupo. Y te digo que te ganaste el respeto de todos, porque nadie en su sano juicio debuta con los tres mil metros.

Abrí los ojos, sorprendida.

—¿Ah, no?

—No, cuando me lo dijiste creí que estabas bromeando. Los novatos comienzan con trescientos metros o quinientos como mucho. Auch, auch —explicó ella, mientras se quitaba la mascarilla. La capa negra se fue despegando de a poco y le arrancaba más de un gritito—. Nadie esperaba demasiado de ti por ese hecho. Por eso, haber comenzado por la distancia más larga y resistido la carrera completa es un logro más descomunal, Amy.

—¿Eso crees?

—Eso sé, yo y todo el que tenga mínimo criterio de atletismo —concluyó con el rostro enrojecido.

—Wow. Gracias Lena —dije, estupefacta por el descubrimiento—. No sé cómo reaccionar.

—Solo date un tiempo de reflexión y luego continúa corriendo.

Asentí y seguimos charlando de los pormenores de la competencia. No había conseguido la clasificación para los Juegos Panamericanos, tampoco me sentía del todo satisfecha, pero debía admitir que lo había logrado.

No solo me refería a la carrera en sí, sino a mi segundo año como universitaria. Llegar hasta aquí no había sido sencillo, había requerido esfuerzo y sacrificio. Para pararme en este sitio había salido de mi zona de confort, había dejado atrás malas conductas y pensamientos negativos. Había cerrado etapas y me había permitido abrir otras nuevas. Y estaba convencida que me había convertido en una mejor persona, ningún premio podría superar eso.




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