Al día siguiente fui a trabajar, pero no pude concentrarme en nada. Mi mente estaba atrapada en un laberinto de tristeza. Como sorpresa, Brandon apareció en la biblioteca, aunque bastante tarde, algo atípico de él. Quedaban solo unos minutos antes del cierre.
—¿Vienes a devolver algún libro? —pregunté sin ánimo, ni siquiera pude sonreírle por educación. Él negó con la cabeza—. ¿Entonces por qué vienes tan tarde?
—No tenía muchas ganas de leer, pero quería verte. ¿Estoy siendo molesto?
No sabía si sentir ternura o dolor. Chasqueé la lengua, mientras elegía las dos opciones.
—No, no lo eres —miré mi celular, comprobando que ya era hora de irnos—. Espérame unos segundos y ya estaré contigo.
Él asintió con una sonrisa y expresión cansada. Suspiré con malestar. Pobre Brandon, esos hombros suyos llevaban tanto peso. Su madre, su hermana, ahora su padre… era demasiado para una sola persona. A pesar de pensarlo, me mordí la lengua antes de soltar algún comentario desatinado que no ayudaría a nadie. Prefería compartir esa carga, no añadirle algo más para sobrellevar.
Guardé todos los archivos del trabajo con la meticulosidad de siempre, pero con más premura que de costumbre. Él estaba en una esquina, apoyándose sobre la pared y con su mirada en el vacío. Esa imagen acongojada no dejaba de atormentarme.
Salimos de la biblioteca, caminando despacio y manteniendo un silencio pacifico. No me sentía incómoda, su presencia era familiar, mi brazo rodeaba el suyo de manera natural. Dimos una vuelta alrededor del vecindario, retrasando la llegada al dormitorio.
Pero de manera inevitable, terminamos allí.
—Amy.
—Dime.
—Pasemos cada día, hora y minuto que podamos juntos. No importa cuánto tiempo nos queda, lo que quiero es estar contigo.
Oh no. Nudo en la garganta estrangulándome ahora mismo, lo que él decía era cierto. Dentro de nada, Brandon estaría al otro lado del país y ya no podría verlo. Tragué con dificultad, mientras fijaba mi mirada en la intensidad de sus ojos y asentía a su petición.
Entonces pude vislumbrar una sonrisa que hizo que mi acalambrado corazón se aflojara un poco, le sonreí también. Era tan bueno verlo así. En menos de un segundo, sus brazos me rodearon y su frente se apoyó en la mía. Sus ojos se cerraron con lentitud y pude ver un atisbo de sosiego en su expresión.
Levanté mis manos y las llevé a su rostro. Con las yemas de mis dedos tallé sus facciones: las comisuras de sus labios, sus mejillas aún algo rosadas y calientes, su mandíbula levemente redondeada, manteniendo un matiz infantil. Tan tierno, tan suave, tan cálido… tan Brandon.
—Yo también quiero estar contigo.
—Gracias, Amy. —Su voz grave acariciaba mi nombre—. No sabes lo feliz que me haces.
—¿En serio?
No sé cómo logré hablar, ese asqueroso nudo no hacía más que aumentar.
—Sí, aunque no hagas nada, aunque no digas nada, el que estés conmigo me hace sentir tranquilo. Y cuando sonríes. Tu sonrisa es lo mejor para mí.
Mi corazón dio un vuelco, gozoso, conmovido… y aterrado. Latía salvajemente y solo me permitía tomar cortos respiros. ¿Por qué tenía que decirme todo eso? Era hermoso, dulce, perfecto y el saberlo solo aumentaba mi agonía.
Brandon, Brandon, ¿por qué me haces esto? ¿Por qué te vas luego de haberte convertido en alguien tan importante?
No quiero dejarte ir… eso quería decirle. Te quiero solo para mí… eso también. Pero, por supuesto, que no podía. Esto no se trataba la novia posesiva y sus deseos caprichosos, esto tenía que ver con un hijo encontrándose con su padre enfermo. Me daba rabia y vergüenza tener tantos sentimientos contradictorios, pero lo emocional no escucha a lo racional.
En medio de mi caos mental, Brandon inclinó su rostro hacia el mío y con una de sus manos comenzó a acariciar mi cabello con gentileza; mis pensamientos se detuvieron y solo pude concentrarme en él.
Era hora de despedirse por hoy.
Su respiración controlada chocaba contra la mía y me provocaba cálidas y placenteras cosquillas que se extendían a cada rincón de mi cuerpo. Di un último vistazo a sus divinos ojos avellana antes de cerrar los míos, mientras sentía como sus tibios labios se posaban sobre mi boca de manera dócil. Un ligero y grácil toque.
Una fresca brisa nos golpeó, pero no sentí frío, su cuerpo me rodeaba, me protegía. ¿Cuánto tiempo tendría que permanecer alejada de él? ¿Sería capaz de resistirlo?
No me creía capaz.
Lena se despidió de nosotros ese martes, entre lágrimas y abrazos. Brandon estuvo allí como prometió, incluso les contó que también se iría pronto. El trago fue amargo, difícil de soportar y eso que yo ya conocía todos los detalles. Nuestro grupo se desintegraba, un cambio que no quería afrontar, pero que resultaba inevitable.
Pasaron los días, incluso las semanas. Sin mayor pena y gloria finalizó el año escolar, había sobrevivido a cada percance junto a mis tres amigos. Ahora sin Lena en el alojamiento, me sentía patética y solitaria. Pero lo que tendría que sobrellevar en cuestión de días sería aún más arduo, en mi cuerpo ya podía percibirlo… mi pecho ardía y punzaba, era una sensación horrenda.
Brandon se iría.
¿Y cuándo podría volver a verlo? Y la próxima vez que nos encontráramos, ¿sería distinto a como era ahora? ¿O nuestra relación cambiaría y se volvería incómoda? ¿Nos convertiríamos en extraños? No dejaba de atormentarme con esos planteos internos. Aún teniéndolo a mi lado, su mano sosteniendo la mía o con mis brazos rodeando su torso… aún así, ya podía sentir su pérdida. Ya lo extrañaba. Ya lo echaba de menos.
Desde aquel día, pasamos cada minuto que pudimos juntos, incluyendo los domingos que eran exclusivos para la familia. Una semana en su casa, la siguiente en la mía; bajo el control de su hermanita que no confiaba en mí y de la mía (enviada por mi cuñado, que no confiaba en él).