Estábamos acostados, ya eran pasadas las once de la noche y había sido un día agitado, sin embargo, aún no conciliaba el sueño. Mi mente iba y venía, imaginándose situaciones futuras, bebés llorando, noches en vela, pañales sucios, leche y papillas… y yo volviéndome loca.
Me giré hacia la izquierda, luego hacia la derecha, boca abajo y terminé hacia la derecha una vez más. No podía tranquilizar mis pensamientos.
—¿Estás despierto? —susurré.
—No…
Su voz sonaba adormecida, aunque él se había acostado hacía solo cinco minutos. Al regresar al apartamento, yo me había ido directo a la cama, pero Brandon había preferido mirar un poco de televisión. No obstante, tenía esa envidiable capacidad de quedarse dormido apenas al apoyar la cabeza en la almohada si así lo deseaba. Porque también estaban esas ocasiones en las que prefería permanecer despierto y mantenerme a mí en el mismo estado… una costumbre que poníamos en práctica seguido y que nos había traído a esta situación.
—Vamos a ser padres, Brandon. No puedo creerlo.
Escuché cómo se sacudía ante mi tono y se quejaba entre sueños. Unos segundos después me abrazó por la espalda, ya más despabilado. Prendí la luz del velador y me giré a verlo. La sonrisa cansina y satisfecha me molestó un poco, pero evité hacer un comentario al respecto. No estaba segura si las hormonas del embarazo me estaban afectando, pero me sentía especialmente intolerante.
—Sí, seremos mami y papi para alguien, ¿no es lindo?
Lo que más me sorprendía era que no estuviera en pánico como yo. ¿Cómo podía estar tan sereno?
—Mmmm…
—Es un bebé constituido de una mitad tuya y una mitad mía. Será alguien completamente distinto y aún así parte de nosotros. Una criaturita formada de nuestro amor y que lo seguirá recibiendo por el resto de su vida. Es algo maravilloso, Amy.
—Lo entiendo a nivel biológico, pero aún así…
—No puedes contigo misma —concluyó por mí, dejando un rato su cursilería.
—¿Qué puedo hacer al respecto? No consigo pensar con claridad, Brandon. Y por eso tampoco logro conciliar el sueño.
En ese momento, Brandon me giró hasta hacerme quedar boca arriba y se ubicó a un lado, levemente inclinado sobre mí. El calor que emanaba su cuerpo empezó a atravesarme y la piel se me erizó cuando acarició mi mejilla con la ligereza de una pluma, deleitándome con un leve y delicioso cosquilleo. Levantó una ceja con suspicacia y una sonrisa pícara que conocía muy bien se extendió por su rostro.
—Se me ocurre algo…
Sin explicación, tomó mi rostro y me guió hasta su boca. Sus labios presionaron los míos y yo envolví su cuerpo con mis brazos en respuesta. Era en lo que menos pensaba en ese momento, pero mi cuerpo respondió con ansiedad, recibiendo con entusiasmo la distracción.
Podía sentir su sonrisa en el medio del beso, la felicidad le salía por los poros. Su mano descendió por mi cuello y antebrazo, presionando cada punto sensible que encontraba en el camino. Apretó mi cintura con delicadeza, provocando que me estremeciera y soltara un gemido.
Mi corazón latió agitado y anhelante, enterré mis dedos en su pelo y lo apreté contra mí. Enseguida sentí su cuerpo reposar en el mío y me di cuenta de que su respiración se volvía superficial. Era una presión leve –porque sostenía la mayor parte de su peso con su brazo– pero certera, su anatomía había reaccionado en menos de un segundo y ya la podía sentir contra mi bajo vientre, disparando mis propias reacciones en cadena.
Moví mi cuello hacia un lado, invitándolo… o más bien, ordenándole que se hiciera cargo, una señal que Brandon interpretó a la perfección y no tardó en presionar los labios húmedos y calientes en mi vibrante garganta. Se entretuvo unos cuantos segundos besando, mordisqueando y arrancándome jadeos. El calor de nuestros cuerpos era sofocante y la ropa que teníamos puesta se tornaba sumamente molesta e innecesaria en esos momentos.
Como si me hubiese leído la mente, Brandon llevó su mano al borde de mi pijama y levantó la tela de la prenda con lentitud. Pensaba que iba a quitarlo, deseaba que lo hiciera, pero en lugar de eso, posó su mano en mi vientre y lo acarició con ternura… Toda la sensibilidad se concentró en ese punto, como si el fruto de mis entrañas respondiera a su toque (un detalle que me parecía poco certero, si la criatura era tan pequeña aún). En ese instante, mi mente regresó al caudal de pensamientos que me mantenían en vilo, bebés y más bebés. Lo empujé un poco y él retrocedió en el acto. Suspiré en disculpa.
— Lo siento, en serio, pero tengo la cabeza en otro lado.
Lo bueno era que mi marido era un tipo muy considerado y comprensivo.
Pobrecito.
Nos levantamos. Él calentó un poco de leche y me la sirvió, la idea era que me diera sueño de una maldita vez. Tomé el vaso y me recosté en su pecho.
—Mmmm… Me parece que no te conviene estar muy cerca de mí, después de tu rechazo estoy un poco sensitivo —musitó en mi oído con tono jocoso. Le di un codazo con disgusto—. Auch. Es una bromita, cariño.
—Me haces sentir culpable –suspiré con pesadez. Pellizqué la tela de su camiseta en un intento de calmar mis nervios. –Me gustaría contagiarme de tu quietud, ¿cómo puedes estar tan tranquilo? Yo estoy perdiendo la razón, especulando en lo que cambiara, en lo que tendré que hacer, en quien me convertiré. Al mismo tiempo, me siento una mala persona por no estar contenta con el embarazo, como debería ser. Soy una egoísta y me siento culpable. Odio sentirme culpable.
—Piensas demasiado…
—Mira quién habla, el que no piensa nunca —espeté con sarcasmo.
—Hey, eso fue un golpe bajo. Mmmm… ¿Quieres hacer algo? Digo “algo”, refiriéndome a una actividad completamente platónica que podría distraerte un poco.
Me reí ante su tono condescendiente. Seguía haciendo referencia sardónica a nuestro fallido encuentro amoroso, pero por primera vez, me causó gracia su intento de aligerar el ambiente.