-Ve y bañate tranquila. Ahora nos vemos para cenar
-Estás seguro?
-Si, yo iré a hablar con tu padre
Asentí y me fui a darme mi baño. Me enjaboné el pelo y eché más sales con olor a fresa, al agua. Cuando el agua se estaba enfriando, decidí salir y ponerme un vestido negro, con muy poco escote y sin mangas. El pelo me lo dejé suelto pero me coloqué una pinza para sujetarme el pelo del lado izquierdo, no quería que me tapara la oreja.
Cuando salí por la puerta, los gritos llamaron la atención. Me acerqué al balcón y podía ver todo lo que pasaba, otra vez espiando, otra vez en silencio.
Edgar se encontraba sentado en su sitio en la mesa, con la cabeza apoyada en sus brazos. Los codos los tenía apoyados en la mesa y se notaba como la vena de su cuello estaba hinchada y el rojo de ira.
-No puedes hacerle esto a mi hija Hamilton, no te lo voy a permitir – le gritaba mi padre
-Es mi mujer Steward
-Pero antes de ser tu mujer es mi hija, y siempre, escúchame bien, siempre mi clan y yo la defenderemos.
-No os hace falta, es una Hamilton – le contestó Edgar cada vez más irritado
-Es una Hamilton por matrimonio, maldito estúpido. La sangre que corre por sus venas es Steward y siempre lo será así – esta vez mi padre le engancho del cuello de su camisa y le levantó de la silla
-Papá, para. Parad ya los dos – grité todo lo que pude, alarmando así a todo el mundo, incluida mi suegra y mi madre que se acercaron al balcón donde yo me encontraba.
-Suelta a mi hijo ahora mismo – gritó mi suegra y mi padre le hizo caso, dejó a Edgar tranquilo.
-Se puede saber que demonios os pasa? – mi madre más tranquila aunque con su tono autoritario, mientras hablaba iba bajando las escaleras
Ellos como dos niños empezaron a hablar a la vez echándose las culpas uno a otro, al principio tranquilos pero luego volvieron a gritarse y a encararse. Decidí bajar las escaleras y ponerme al lado de mi madre.
-Os podeis callar de una vez? – hablé intentando calmar el ambiente y lo conseguí - que os sucede?
-Hija, estoy intentando dejarle a tu marido las cosas claras
-Pero papá, de que hablas? – estaba desconcertada
-De que eres su mujer, de que encima que abandona vuestra cama, cada vez que subes encima del caballo va detrás de ti y siempre vuelves colorada, sofocada, como si te hubiera pegado y no lo voy a permitir.
-Papá, Edgar nunca me ha pegado - pero mi padre no me escucho y siguió con su discurso
-Nunca he aceptado a un hombre infiel, pero a un maltratador lo mato si me lo cruzo. Hija – esta vez se acerco a mi - dime si te ha pegado y lo mataré aquí mismo
-Papá, Edgar no me ha pegado
-Y nunca le he sido infiel, llevo una semana casado por Dios. – mi marido me quitó la palabra de la boca
-Entonces, que pasa? Por que abandonas a mi hija y por que siempre vuelve colorada?
Como le iba a decir a mi padre que si volvia colorada era por que mi marido y yo acabamos de estar juntos. Como le digo yo que me ha hecho el amor a la luz del dia en el campo, eso era indecente e impropio de una señora.
-Contesta – mi padre volvió a gritar
-Mira Steward, te voy a decir lo que sucede y espero que nunca mas me vuelvas a preguntar sobre mi matrimonio. He abandonado el lecho de mi esposa por que creo que me estoy enamorando de ella y no me lo puedo permitir – abrí los ojos todo lo que pude ante su declaración, estaba emocionada a la vez que decepcionada – y si vuelve colorada es por que le acabo de hacer el amor – esta vez me puse colorada por vergüenza y la mirada que mi suegra me dirigía en ese momento, me remato – y no, nunca la he pegado.
-Te estás enamorando de mi hija? – preguntó mi padre aprovechando asi para dejarme a mi claro lo que mi marido sentía por mi.
-Si – esta vez Edgar me miro a mi – pero lo siento cariño no me lo puedo permitir.
Lagrimas asomaron a mis ojos y con la poca dignidad que me quedaba, empecé a caminar hacia las escaleras, tranquila, respirando hondo, evitando asi ponerme nerviosa y de esa forma, no ponerle la daga en el cuello a mi marido.
-Eres el hombre mas estúpido que hay sobre la faz de la tierra- esta vez fue mi madre la que cargo contra Edgar.
Me fui al balcón y abrí la puerta para tomar el aire fresco que la noche trajo con ella. Recuperaba poco a poco el control sobre mi cuerpo aunque el dolor que sentía en el corazón no apaciguaba. Me relaje y para asegurarme seguí tomando el aire.