Con un vestido azul, una capa negra y la tiara en la cabeza me presenté en el salón del trono donde me estaban esperando ya varios hombres. En un par de días de la llegada del primero que fue totalmente descartado, mi palacio se había llenado de hombres solteros, a cada cual más peculiar. Hoy estaban reunidos todos en el salón del trono y solo uno iba a ser el Rey Consorte.
Me senté en mi trono y miré triste al que estaba vacío. Tu sitio lo ocupará otro cariño , pensé en Edgar.
Miré al frente y me encontré varios hombres viejos y arrugados que por lo que tenía entendido necesitaban un legítimo para su clan y nada mas pensarlo se me puso un nudo en el estómago. No, ni de coña dejaría entrar a semejante vejestorio en mi cama.
Miré a otro que me llamó la atención y llevaba una peluca blanca en la cabeza, y un lunar pintado en la mejilla. Seguramente si le fuera a soplar una nube blanca de maquillaje le cubriría la cara. Los demás eran normales pero parecían débiles y enfermos.
-Señores – hablé – como ya sabéis, alguien deberá ocupar el sitio que mi difunto marido dejó vacio, por lo tanto, antes de pasar tiempo con cada uno por separado vamos a dar un paseo a caballo todos juntos. Os espero en el patio del palacio.
Yo subí arriba y me puse mi traje de montar.
-Que vas a hacer hija? – preguntó mi padre
-Aquello que tanto odiaba Edgar que hiciera – le contesté riéndome
-Pues yo no me lo pierdo – dijo el entre carcajada y carcajada.
Bajé abajo y ahí estaba Tormento junto a un guardia esperándome tranquilo. Me coloqué en medio de los hombres y con varios guardias detrás dimos un pequeño paseo donde ninguno de ellos habló. Esperaba que alguien intentara hacer algo, cualquier comentario pero nada, ni con alicates les podía sacar las palabras de la boca asi que decidí dar por finalizado el paseo y cuando llegamos de vuelta al patio del palacio me subi encima de Tormento, hice aquello que tanto odiaba Edgar que hiciera pero ninguno reacciono como yo esperaba. Algunos aplaudieron, otros se santiguaron y otros reían.
Cuando todavía en alto, decidí bajarme y decirles en ese instante que se fueran a sus tierras, unas manosme cogieron de la cintura y me bajaron al suelo con brusquedad.
-Es que piensas matarte muchacha? No vez el peligro que corres haciendo eso.
-Quien eres? – le pregunté a aquel moreno, alto y fornido, cuyos brazos parecían que iban a reventar la camisa tan suave que llevaba guardada en su pantalón.
-Soy el Laird McDonal.
-La Reina estará en una hora presente en su salón del trono – el asintió y yo me fui a cambiarme.
El vestido blanco, cuyo corsé estaba decorado con hilos de oro, aquel fue el que decidí ponerme. Mi pelo se quedó suelto y lo único que lo decoraba era la tiara que llevaba en la cabeza.
En el salón todos estaban hablando entre ellos hasta que yo entré. McDonal estaba apartado mirando el filo de su navaja y se quedó asombrado al verme entrar, si – pensé- con la que hablaste antes era la Reina.
-Señores, siento deciros que ninguno de vosotros será mi futuro marido – uno intentó convencerme pero no le dejé terminar – ni vuestras tierras, ni vuestras alianzas no son lo suficientemente fuertes como para ocupar este trono. Os podeís quedar en el Palacio ya que estáis invitados a cenar u os podéis marchar cuando os plazca.
Todos decidieron salir uno por uno del salón.
-McDonal – le llamé – usted no. – el se volvió y se acercó a las escaleras – por que está usted aquí?
-Por lo mismo que los otros Lairds.
-Quiero decir que a usted no le faltarán pretendientas para casarse.
-No señora, no me han faltado hasta ahora.
-Expliquese.
-Todas han decidido desaparecer asustadas al verme tan grande, otras no están dispuestas a parir a mis hijos y quedarse en el parto, otros lairds no tienen hijas y a otros mi padre les infunde tanto miedo como para rechazar cualquier matrimonio.
-Asi que está usted aquí esperando que la Reina se case con usted.
-No creo que lo haga mi señora, estará usted igual de asustada que la mayoría.
-Algo te ha debido traer aquí aunque pienses que me voy a asustar.
-Si, mi padre ha decidido desheredarme y darle todo a las monjas si en menos de una semana no encontraba una prometida y no es justo que algo por lo que tanto ha trabajado se quede en manos de unas monjas. Mi madre se revolvería en su tumba.
-Bueno, pues ya tienes una prometida McDonal, pero antes debo saber cual es tu nombre – me levanté del trono y me acerqué a el.
-Mi nombre es Connor señora.
-El mio es Elsbeth – el asintió nervioso.
-Que sucede? – le pregunté, me estaba poniendo nerviosa a mi .
-Que no quiero que piense usted que le haré daño debido a mi tamaño, ni que morirá en el parto de mis hijos.
-Como ya sabrá – me reí para mis adentros antes de contestarle – tengo dos niños de mi difunto marido. Lo que menos me asusta es la altura o el parto. Cuantos mas fuertes son los guerreros mas delicados son con su mujer – el sonrió y por fin se relajó.