El timbre sonó como una explosión liberadora.
Las sillas se movieron, las mochilas se cerraron de golpe, y el aula entera volvió a la vida.
Yo ya tenía medio cuerpo fuera del pupitre cuando Zoe me detuvo con una mirada rápida.
-¿Hablaron? ¿Lo sabe? -preguntó.
-Sí -respondí en voz baja.
Me levanté despacio y, justo cuando tomaba mi bolso, lo vi.
Cody estaba en la puerta del salón, recostado contra el marco, con los brazos cruzados y esa expresión relajada que le salía tan natural. Varias personas lo miraban de reojo. Él parecía no notarlo... o no importarle.
Cuando nuestros ojos se encontraron, me dedicó una sonrisa tan casual que por poco me tropiezo con mi propia mochila.
Me acerqué, dudosa, y murmuré apenas:
-Esto es muy extraño, ¿sabes?
Él se inclinó un poco hacia mí, lo suficiente como para que su voz me acariciara el oído:
-Vamos a hacer que la escuela tiemble -dijo mientras me quitaba la mochila del hombro y la colgaba en el suyo.
Me detuve, atónita. ¿Está loco?
-¿No crees que pueda hacerlo? -añadió, con esa media sonrisa suya que sabía perfectamente cómo provocar el caos emocional más tonto en mí.
-Tranquila, tú solo déjate llevar -dijo con una seguridad que parecía escrita en piedra-. Después de todo, en unos meses, el escándalo será aún más grande, ¿no?
Sentí una mezcla entre querer ahorcarlo y abrazarlo. Zoe, que estaba justo detrás, lo escuchó y soltó una risa.
-Dios mío, me encanta este chico. Quiero uno para mí, ¿dónde los venden?
-No hay stock -respondió Cody, guiñándole un ojo.
-Ay, qué ridículo eres -dije, entre risas.
Y así, caminando entre risitas, murmullos y miradas ajenas, nos dirigimos al patio. Por primera vez, no sentí que iba a desmayarme.
Porque a veces, lo que más calma da... es una pequeña risa en medio del huracán.
El sol caía fuerte sobre el patio, como si ese día, en particular, no quisiera pasar desapercibido.
El bullicio era el mismo de siempre: los grupos de amigos en sus mesas habituales, los chicos gritando, las risas exageradas, los celulares con videos a todo volumen... pero había algo distinto.
O más bien, alguien distinto.
Cody Montealva no estaba en su mesa habitual.
No estaba riéndose con sus amigos futbolistas, ni bromeando con medio colegio.
Estaba con nosotras. En una mesa, con Zoe y conmigo.
Y todas -todas- las miradas estaban sobre nosotros.
Yo intentaba parecer normal, pero mi estómago era una tormenta de nervios.
Sentía que si respiraba muy fuerte, alguien iba a explotar. Y no era yo.
-¿Quieres algo? -preguntó Cody de pronto, sacándome de mis pensamientos que ya iban rumbo a Marte.
-No, estoy bien -respondí rápido.
Zoe me miró de reojo, saboreando su jugo de caja como si fuera el néctar sagrado de los dioses.
-Anny, deberías comer algo -dijo-. Recuerda que tienes que alimentar también a tu vientre.
Rodé los ojos y solté un suspiro.
Antes de que pudiera responder, Cody ya se estaba levantando.
-Voy por un tazo de fruta. No te muevas.
-Ni tiempo me dio para protestar -murmuré.
Zoe se rió y se inclinó un poco hacia mí.
-Sabes... es demasiado guapo. Debería ser ilegal verse así. Entiendo por qué caíste en sus redes.
-Zoe, que te comas al chico que me metió en este lío no es muy cortés que digamos -dije, entrecerrando los ojos con una media sonrisa.
Ella me lanzó una mirada traviesa.
-Ahh, ¿te pone celosa que me coma a tu chico?
-¡Que no! No es mi chico.
-Ajá... pero estás roja.
-¡Zoe!
Cody regresó justo a tiempo para salvarme.
-Aquí tienes -me dijo, dejando el tazo frente a mí-. El más frío que encontré.
-Eres tan dulce, Cody. ¿No tienes un hermano? -preguntó Zoe, juguetona.
-No, solo hay uno -respondió, sonriendo mientras abría su bebida-. Y ya está apartado, parece.
Yo solo quise desaparecer en el jugo que tenía en las manos.
Estábamos bromeando, riendo un poco, cuando se acercó un chico alto, de cabello castaño claro y expresión confundida.
-Ey, Cody. ¿Qué onda? Los chicos te esperan en la mesa.
Cody lo miró sin moverse.
-Hoy paso, bro.
El chico lo miró como si acabara de hablarle en otro idioma.
-¿En serio? ¿Vas a cambiar las papas con salsa por fruta y drama?
-Algo así -respondió con una media sonrisa, aunque sus ojos estaban más serios.
-¿Todo bien? -insistió el otro, mirando a Zoe, luego a mí, y otra vez a Cody.
Antes de que alguien pudiera decir algo más, otros dos chicos del grupo de Cody se acercaron. Uno con una bandeja en la mano, el otro con cara de pocos amigos.
-Ey, Cody. Hoy hay fiesta en casa de Carla -le dijo uno, dándole unas palmadas en el hombro.
-Hoy paso. Tengo un compromiso -respondió Cody, mirándome fijamente.
-Carla prometió diversión. Preguntó por ti -añadió el otro, levantando las cejas con complicidad.
Y no sé por qué... pero eso me molestó.
Los chicos se quedaron ahí un segundo más de lo necesario, lanzando miradas raras. Luego se fueron sin decir nada.
Zoe se acomodó el cabello y murmuró:
-Bueno...
Yo solo lo miré. El chico que solía estar en el centro de todo, ahora se estaba saliendo de su círculo... por mí.
Y no sabía si eso me daba calor en el pecho... o miedo en el estómago.
Las clases continuaron después del recreo, pero algo en el ambiente había cambiado. Como si la energía del patio nos hubiera seguido hasta los pasillos. Cada paso que dábamos atraía una nueva mirada, un nuevo susurro.
Caminábamos juntos, Cody a mi lado con su mano entrelazada en la mía, y Zoe al otro lado. Cuando entramos al salón, todo parecía en su sitio... hasta que dejó de estarlo.
Justo cuando me estaba sentando, escuché una voz femenina. De esas que no necesitan volumen para doler.
-Claro... ahora resulta que está de moda que los nerds se consigan a los chicos más codiciados. Qué época la nuestra.