¿embaraza? La Nerd

Capítulo 23: El precio de un latido

Narrador neutral

La habitación permanecía en calma.
Pero era esa calma tensa, la que precede a las tormentas.

Cody no se movía del lado de Anny, ni siquiera cuando el doctor entró. Esta vez, traía un sobre en las manos. Su mirada era seria, cansada, y arrastraba un peso invisible en cada paso.

—Necesito que hablemos —dijo con voz firme, aunque sin frialdad.

Cody se irguió, alerta. Anny se había quedado dormida, y el pitido del monitor sonaba pausado, casi como si el corazón de ella supiera que algo importante estaba por venir.

—Salgamos afuera, por favor —añadió el doctor—. Será mejor discutir esto con calma.

Cody dudó. No quería dejarla sola. Pero entendía que había cosas que debía oír. Se inclinó hacia ella, le besó suavemente la cabeza y susurró con todo el amor que tenía en el pecho:

—Te quiero...

Y salió.

Allí estaban: su padre, los padres de Anny... y Zoe, que había regresado después de descansar un poco en casa. Cody se acercó a ella, y sin decir nada, tomaron sus manos. Se daban fuerza mutuamente. Porque Anny era parte de ambos. Parte del alma de todos los que estaban allí.

El doctor tomó aire y habló:

—Sabemos que el bebé sigue con vida. Pero no está estable. Cualquier cambio en la salud de Anny, cualquier alteración... podría provocar un aborto espontáneo.
O... —hizo una pausa breve pero punzante— podríamos tener que inducirlo para salvarla.

Un susurro escapó de la madre de Anny:

—¿Qué está diciendo, doctor?

—Estoy diciendo que hay un formulario que deben firmar. En caso de una emergencia extrema, deben autorizar al equipo médico a priorizar la vida de Anny.

El aire se volvió espeso. Nadie respiraba.

—¿Y si no firmamos? —preguntó el padre de Cody.

—Entonces pelearemos por ambos. Pero no hay garantías. Si se complica... podemos perder a los dos.

Silencio.

El doctor dejó el sobre en manos de la madre de Anny.

—Tómense su tiempo. Volveré pronto.

Nadie lo detuvo al salir. Nadie podía.

Cody miró el sobre, como si en ese papel estuviera la vida o la muerte.

—No quiero perderlo, papá... —susurró, quebrado—. Pero tampoco quiero que ella corra peligro.

Su padre lo abrazó por el hombro. No dijo nada. A veces, los silencios dicen más que las palabras.

—¿Y si firmamos eso... y después no me lo puedo perdonar? —dijo la madre de Anny, rota.

—¿Y si no firmamos... y terminamos los dos sin poder volver a verla? —añadió el padre de Anny, con los ojos húmedos.

Y entonces, sin más, él tomó el sobre. Lo abrió con manos temblorosas.
Sacó el formulario.

—Lo voy a firmar —dijo con voz áspera—. Porque no pienso ver morir a mi hija.

—¡No! ¡Usted no puede decidir por ella! —estalló Cody, dando un paso al frente.

—¡Y ella es mi hija! ¡Y voy a salvarla aunque eso signifique perder a ese bebé!

—¡No puede decidir solo! ¡No otra vez!

El padre de Cody se interpuso:

—¡Basta! —dijo con firmeza—. Lo mejor es hablar con la chica. Cuando despierte.

El padre de Anny lo fulminó con la mirada. La tensión se podía cortar con las manos.

—No vas a arruinarle la vida por un hijo que ni siquiera sabes si vivirá —dijo entre dientes.

—Usted no sabe eso —respondió Cody, con los puños apretados.

Pasaron unos minutos eternos hasta que el doctor regresó, con otra carpeta en la mano.

—Tenemos una segunda opción —anunció—. Hay un tratamiento experimental. Pero no es 100% efectivo. Y conlleva riesgos importantes. No hay garantías de que funcione.

—No voy a poner la vida de mi hija a jugar en una ruleta —gruñó el padre de Anny.

—El dinero no es un problema —intervino el padre de Cody—. Lo que cueste, lo que sea... haremos lo que se necesite.

Pero entonces, Zoe, agotada por la tensión, alzó la voz:

—¡Ya basta! —dijo—. Lo mejor... es esperar que Anny despierte. Y escucharla.

Todos la miraron. Incluso la madre de Anny, que asintió, agotada.

—Esperemos este día —dijo—. Mañana hablaremos con ella. Y decidiremos juntos.

El doctor también asintió, y ante el pedido de la madre, accedió a dejarla entrar.

Zoe, antes de irse, se acercó a Cody y le dio un abrazo largo.

—Voy a estar aquí mañana —le dijo—. Después de clase, vendré directo. Cuida de ella.

—Lo haré —respondió él, con la voz rota.

Entonces, su padre lo miró.

—Es mejor que nos vayamos un momento, hijo. Te darás un baño, descansarás unas horas... y puedes volver esta noche. Ya hablé con la enfermera.

Cody no quería moverse. Su corazón se resistía.
Pero al ver la comprensión en los ojos de su padre, asintió.

Solo por unas horas.

Solo para volver con más fuerza.

Porque lo que latía entre ellos...
Era más fuerte que cualquier miedo.

**EXTRA**

Como un hijo, como un padre.

La casa estaba en silencio.
Cody salió del baño con el cabello mojado y los ojos más tranquilos. Se sentó en el sofá del living, con una manta sobre los hombros. Su padre llegó con dos tazas humeantes. Le pasó una.

—Chocolate caliente —dijo simplemente—. Como cuando tenías ocho años y lloraste porque perdiste tu primer partido.

Cody esbozó una pequeña sonrisa.

—Lo recuerdo. Dijiste que perder también era crecer.

—Y lo sigue siendo.

Se hizo un silencio cómodo. Ambos miraban la nada, como si el mundo estuviera detenido solo para ellos.

—¿Sabes? —dijo su padre, luego de un trago—. Nunca imaginé verte así. Tan... entregado.

—Nunca imaginé sentir esto —respondió Cody con voz baja—. Es como si una parte de mí estuviera allá... en esa habitación. Y no vuelve.

El padre lo miró, con ternura. No como a un niño, sino como a un hombre joven enfrentando el miedo más grande.

—Estoy orgulloso de ti, hijo.

Cody bajó la mirada. Las palabras pesaban bonito.

—No sé si estoy haciendo lo correcto... No sé si estoy preparado para todo esto.



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Editado: 05.05.2025

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